lunes, 15 abril 2024
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CANIS LUPUS. Primera parte

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“Con Duarte aunque no me harte”, bajo ese dicho popular la oposición se manifestaba, provocativa y unificada en 1972, la mujer, era mi hermana Julieta. Escribe Gabriel Otero

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Gabriel Otero


Para Julieta Otero, in memoriam

Ella extraía los votos de la urna de acrílico, los desdoblada y los extendía levantándolos con las dos manos, en voz alta, enérgica y desafiante, los contaba, 321, 322, 323, 324……la rodeaba una multitud, conformada por representantes de casilla, funcionarios de partidos políticos, curiosos y chivatos, la mujer era joven y atractiva, llamaba la atención su carácter y determinación, la UNO arrasaba en las elecciones y se presentía que los militares, una vez más, darían golpe de estado.

“Con Duarte aunque no me harte”, bajo ese dicho popular la oposición se manifestaba, provocativa y unificada en 1972, la mujer, era mi hermana Julieta y el lugar la planta baja de los antiguos juzgados en donde se dispusieron casillas y lo necesario para las votaciones. Todos sabemos cómo terminaron las elecciones, el exilio del ingeniero José Napoleón Duarte candidato de la Unión Nacional Opositora y la ascensión al poder del presidente espurio coronel Arturo Armando Molina, representante del Partido de Conciliación Nacional.

Este es una de mis tantas memorias atesoradas de ella, mujer empoderada, que no se dejaba de nada ni de nadie, rebasaba los panegíricos y cualquier elogio a su vida, Julieta, emulaba a los cristianos antiguos por su piedad y convicciones.

Ignoro las razones por las que nunca optó a un cargo de elección popular, carismática y de fácil palabra convencía a la gente sencilla, les hablaba en su lenguaje y los ayudaba, muchos le debían favores que ella olvidaba, veladores, vendedoras del mercado, sirvientas, prostitutas y cualquier ser desprotegido.

Siempre había alguien que la recordara con afecto por su bondad y porque sabía chiflar como carretonera y entre tantas cosas que parecían nimiedades, me enseñó cómo abrir una lata y depositar la tapa en su interior para que los señores recogedores de basura no se lastimaran. Su sensibilidad iba más allá de lo que los ojos comunes pudiesen percibir.

Yo la acompañé muchas veces cuando andaba de novia, en mi papel de mini chaperón escrutaba a los pretensos. Iba de copiloto en su Alfa Romeo y llegábamos al Lago de Coatepeque a andar en lancha, el pretendiente se desvivía por ella y hasta comíamos camarones de río tan gigantescos que parecían langostas.

Camino a San Salvador, llegaba la pregunta usual.

─¿Qué tal te cayó sutanito─ me interrogaba dubitativa.

─Bien─ le contestaba lacónico, antes de dormirme de regreso.

─Entonces ¿le digo que no o que si? Valiente copiloto, niño, no te vayas a dormir─ y yo ya estaba recostado contando árboles para arrullarme.

De sobra está afirmar que los simpatiquísimos eran los espléndidos y los intelectuales, pues, los mismos de siempre, los que apenas juntaban las monedas.

Cuando se fue a Paris me rompió el alma, iba a reencontrarse con el amor de su vida, aprendió francés y vivió varios años en el barrio latino, mandaba casetes narrando sus sucesos cotidianos y yo la escuchaba fascinado y le escribía con mi caligrafía palmer, ilegible desde entonces.

Regresó casada, ataviada con un pelo afro insoportable, jeans deslavados y calzando zuecos que pesaban un kilo cada uno, ahí me empezó a llamar Canis Lupus para recuperar la complicidad de antaño. Su marido, el eminente doctor, como carta de presentación publicó su tesis con UCA editores que causó roña en la burguesía salvadoreña.

En muy poco tiempo Julieta vivió una sucesión de cosas extremas y desagradables, el eminente doctor fue apresado por razones políticas por la policía nacional junto a otro intelectual. Durante meses le llevábamos comida a la cárcel, lo tenían incomunicado, hasta que Julieta introdujo la mina de un lápiz en una tortilla y así él mandaba mensajes cortos y nos pudimos enterar que estaba bien cobijado por una legión de cucarachas en su bartolina.

Con la salida del eminente doctor ella se embarazó, tenía tres meses de gestación y en un semáforo, ella esperaba la luz verde en su carro, de repente alguien sacó una pistola y le disparó cuatro tiros a la puerta del copiloto, de milagro ella alcanzó a salirse del auto y se tiró al suelo. Se escapó de la muerte, nunca se supo si el atentado era hacia ella o para el eminente doctor. La situación en el país empeoraba día con día. Aparecían cadáveres por todos lados.

El día de mi cumpleaños nació Julieta, hermosa coincidencia que nos marcó la vida a los tres: a Julieta mamá, a Julieta hija y a mí.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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