Me puse los zapatos de caminar, conecté los auriculares a mi teléfono celular y sintonicé la Radio Clásica, me puse una gorra para protegerme del sol y salí a caminar. Estaba en las inmediaciones del Colegio Ricaldone, escuchaba cantar a Plácido Domingo, adaptando el ritmo de mi caminata a la música que escuchaba; muchos automóviles de empresas que enseñan a manejar transitaban por las calles de la Colonia Libertad. Al llegar al semáforo en la Calle Washington me encontré con una amiguita, estudiante de la Facultad de Derecho, hija de una gran amiga que vive a pocos metros de distancia, me saludó muy contenta y me reclamó que no la había invitado al cine desde hace más de dos años. Pasé enfrente de la sastrería a donde llevo mis pantalones, comprados en las ventas de ropa usada, para que le hagan los ruedos; valoré el trabajo que esos artesanos realizan prácticamente todos los días del año, los de mayor edad son sastres que aprendieron a confeccionar trajes o sólo pantalones, pero ahora la mayoría de la demanda es para ajustar la ropa usada a las medidas del comprador.
Escuchaba un concierto de guitarra, la música era moderna, con muchos sonidos tropicales. Pasé por la Escuela Miguel Pinto, allí estudiaron mis hijos cuando estaban muy pequeños, el menor de ellos decía que esa escuela era la del Volcán, porque desde el patio en donde jugaban se veía majestuoso el Volcán de San Salvador. Cuando pasé por la gasolinera, me recordé cuando la infraestructura fue comprada por Alba Petróleo y decenas de automóviles hacían fila para echar gasolina, ya que el precio era significativamente inferior a la competencia; ahora sólo había un automóvil y la construcción en donde esperaban instalar otras tres máquinas servidoras, continuaba como un área olvidada y solitaria.