Hace menos de un año, en marzo de 2018, una potente e inesperada ola impactó nuestras costas, revolcando al partido en el gobierno. El 3 de febrero del presente año una segunda oleada le dio otra gran arrastrada. No hubo remontada, sino revolcada.
Pese a ello algunos dirigentes efemelenistas pretendieron quitarle gravedad al asunto. Sin despeinarse, salían impertérritos a dar declaraciones del siguiente tenor: “analizaremos los resultados, no hay prisa, tenemos dos años para hacerlo, de aquí hasta las próximas elecciones legislativas”.
Insensibles a su entorno, refugiados en su concha, parecieran vivir en un mundo paralelo, en una burbuja fuera del mundo real. Públicamente declaran que los malos resultados electorales han sido a causa de “la escasa conciencia política de la población”, porque “la gente es desagradecida”, pues “quienes se beneficiaron de los programas sociales después nos dieron la espalda”. Serían culpables los militantes de base, que en la campaña “no se esforzaron lo suficiente”.
Los de la infaltable Comisión de Aplausos celebran estas ocurrencias. A las voces críticas se las acusa entonces de traición: “huyen, como las ratas, escapando del barco”. Evocando esta imagen se constata que también ellos perciben que el Frente está naufragando.
Interpretan el descalabro electoral como la revancha propiciada por el candidato, a quien se expulsó de sus filas, en lugar de invitarlo a competir en elecciones internas para definir el candidato presidencial. Por ello sueñan con cobrarse venganza de aquí hasta el 2021 y no permitirle pasar ninguna iniciativa que requiera aprobación de la Asamblea Legislativa.
Imaginan que una estrategia de sistemático bloqueo parlamentario pudiera paralizar la acción del Ejecutivo y arruinar la imagen del nuevo gobierno. Hacen cuentas alegres a partir de la inexistencia de una fracción legislativa de Nuevas Ideas y de los pocos apoyos que pueda encontrar el gobierno de Bukele entre los actuales diputados.
Corren el riesgo de equivocarse nuevamente y esta vez de manera fatal: lo que puede venir si la población percibe que a Nayib la oposición le impide echar a andar sus iniciativas o que a su gobierno no se le deja gobernar, ya no sería una ola popular, sino un auténtico tsunami.
Efectivamente, ante tal situación, el pueblo podría volcarse a dar su apoyo masivo a Nuevas Ideas, a fin de destrabar el bloqueo y darle una holgada mayoría al gobernante en la Asamblea Legislativa. Las fracciones opositoras de los partidos tradicionales arriesgan ser barridas el 2021 por el empuje irresistible de la indignación popular.
A no ser que moderen su posición, asuman portarse sensatamente y acepten apoyar puntualmente aquellas iniciativas que vayan en beneficio de la población. Corren un doble riesgo: ser apartadas a un lado si tratan de resistir el torrente de la movilización popular, o dar el aval a sus iniciativas, ayudando entonces a fortalecer al nuevo gobierno.
En tal escenario y con un mínimo de habilidad – la que hasta ahora ha demostrado– Nayib Bukele puede propiciar que levanten el vuelo las golondrinas que han sido símbolo de su candidatura.