El sistema no funciona. Es simple. Los partidos, el Estado, la institucionalidad y tampoco los valores inculcados por las dependencias morales están todos desfasados. Las próximas elecciones no van a solucionar los problemas estructurales de El Salvador. Mentalice eso. Acéptelo.
Racionalizar lo que las campañas políticas quieren que entrañemos es el acto más saludable que puede hacer para defender su cordura. Quieren que vote con el hígado, que deje de creer a uno para confiar en el otro.
Y ojo: ¡usted puede votar por quien usted quiera! Pero exija, pida y demande argumentos válidos para dar su voto. Es hora de que como país abandonemos esta cultura política heredada de nuestros padres y abuelos basada en la venganza (“Yo no voto por estos porque hicieron esto…” “Yo no voto por aquellos porque hicieron tal otro…”).
Y no, no se trata de olvidar masacres, corrupción, promesas incumplidas y afrentas sociales, sino de que cuando usted marque una bandera en esa papeleta (o no marque ninguna) sepa claramente por qué lo hace y no sea por un resentimiento o miedo malsano que ya nos ha heredado personajes de dudosa reputación fungiendo como mandatarios.
Personalmente defiendo la necesidad del desencanto, de abrirnos al cinismo y abrazar la idea de la inevitable decepción. Después del fracaso de las utopías y las promesas de cambio, el cinismo político, entendido como una visión desidealizada, está más que justificado para salvaguardar nuestra salud crítica.
Seamos sinceros: ninguno de los candidatos está en capacidad de ofrecer soluciones viables que permitan al país salir del bache en el que siglos de saqueo nos han hundido. Y mi seguridad en dicha afirmación radica principalmente en el hecho de que ninguna de las propuestas va encaminada a resolver la base histórica de los problemas del país: el (famoso) sistema socio-económico.
De esta raíz amarga se desprendió la desigualdad, misma que derivó en crisis económica y que a su vez se convirtió en violencia. Atacar cualquiera de estas aristas sin considerar que el problema radica en un sistema injusto podrá dar la ilusión de estar “haciendo algo” (lo que repite el actual gobierno), pero no se está haciendo “lo que se debería hacer”.
Ignacio Ellacuría trataba hace más de 30 años de conciliar la fe con la razón (1984). El jesuita buscaba desde su trinchera teológica fundamentar filosóficamente la necesidad de una “fe histórica” [1]. Para él la praxis de una fe con impacto social a favor de los más necesitados era determinante para lograr un cambio tangible que fuera más allá del sermón.
De igual manera, hoy es necesario desembarazarnos del fanatismo y optar por una actitud crítica hacia el trabajo y las propuestas de los candidatos. Y esto implica, además, abandonar esa visión idealizada de que nuestro candidato favorito va a resolver todos los problemas del país. No olvide que como ciudadanos también nos toca jugar un rol como agentes de cambio en el entramado social, independientemente de quién gane en febrero próximo.
No espere que le lleguen a regalar láminas, que le lleguen a amarrar las cintas de los zapatos, le cocinen una sopita y lo acuesten a dormir. Tampoco crea en todo lo que los candidatos ofrecen, por más firmas que pongan en papeles que terminarán adornando anécdotas. Que lo que mueva su voto sea ese sano cinismo que clarifique su decisión del fanatismo. Créame, se ahorrará una desilusión.