viernes, 2 mayo 2025
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Ciudad que se queda

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"Vivir pegado a las ubres de la urbe lo convierte a uno en citadino, aunque se tenga el alma provinciana": Gabriel Otero.

Por Gabriel Otero.

Vivir pegado a las ubres de la urbe lo convierte a uno en citadino, aunque se tenga el alma provinciana. La Ciudad de México es una amante deseada y maldita, se le quiere y se le odia de forma simultánea. Cuando vivía en San Salvador lo único que pensaba era en el retorno, porque esta ciudad le proporciona un veneno dulce a quien la ha disfrutado y un embrujo similar al amor que no cesa de punzar en la cabeza y el pecho.

Hoy vi el amanecer rodeado de nubes naranjas y púrpuras, la omnipresencia del cielo en los ojos, no quise arruinar la imagen con una fotografía, solo la guardé en la memoria, para disfrutarla en este placer egoísta y único.

Y la tarde anterior se abrió un espejo de luz en el celaje que tenía forma de dragón, quien lo veía se sentía transportado a los umbrales del paraíso, y cada vez, se han incrementado las posibilidades de contemplar estas maravillas como un galardón natural para los que vivimos aquí.

Y como si nada, el tiempo fluye por goteo, llevo treinta y cinco años de residir en esta inmensa ciudad en los que he caminado sus calles reconociendo lo abandonado y lo que se construye, porque se renueva constante y silenciosa, un día puede haber un edificio en una esquina famosa, pero al siguiente solo permanecen sus sombras y paredes pletóricas de grafitis.

Como pocos, he recorrido sus cerros y zonas de cultivo, que representan el 59 % de su superficie, y uno creería que la ciudad solo es cemento, pero prevalece el suelo de conservación y ahí la vida y sus costumbres son de otra forma.

Son inolvidables las nopaleras de Milpa Alta y el mole de San Pedro Atocpan, las chinampas de Xochimilco con su variedad de verduras, las zanahorias de San Andrés Totoltepec y los lácteos de San Miguel Ajusco, lugares remotos dentro de la misma ciudad que parecieran emerger de mundos lejanos.

Y uno es parte de esta ciudad que se queda, a pesar de su frío de granito, y sus distancias eternas, y uno la ama sin importar su indiferencia y pronto olvido.

Porque uno es cifra y grano anónimo.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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