Feminicidios de pareja: culmen de la misoginia

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Muchas veces se dice que el feminicidio se debió a un ataque de celos o de rabia momentánea, pero en realidad es el culmen de ciclos reiterados de violencia extrema

Los feminicidios de pareja son frecuentes en el paí­s. En 2016, 13 mujeres fueron asesinadas por parejas, ex parejas y otros familiares; en 2015, fueron 18, en los primeros 40 dí­as de 2017, hasta el 20 de febrero, se registraban 3, según datos recopilados por el Observatorio de Violencia de ORMUSA pero seguramente son más tomando en cuenta el alto í­ndice de crí­menes contra las mujeres, ya que en 2016, el Instituto de Medicina Legal contabilizó 524 (homicidios de mujeres como le denomina, sin distinguir cuales de estos clasifican como feminicidios, es decir obedecen a “motivos de odio o menosprecio por su condición de mujer” (art.45 de la LEIV), independientemente que sean cometidos por personas conocidas o desconocidas.

Retomando los feminicidios de pareja, en lo que va de 2017, tres mujeres fueron asesinadas en San Miguel y Santa Ana hace unas semanas, con edades de 21, 26 y 35 años; la más joven fue asesinada por el novio y las dos de mayor edad por sus compañeros de vida; uno de ellos se suicidó después del crimen, los otros dos fueron capturados (uno de 26 y otro de 49 años). Otra mujer de 22 años sobrevivió al intento de feminicidio de su compañero de vida, ya que fue trasladada a un hospital en Sonsonate, con una herida de arma blanca en su pecho izquierdo a la altura del corazón; la posición de la lesión evidencia la intención de asesinarla. Esto sucedió en el cantón Cara Sucia, en Ahuachapán.

Cada dí­a de 2016, la PNC recibió un promedio de cuatro denuncias de violencia intrafamiliar, al cierre del año contabilizó mil 583; sin embargo muchos hechos de violencia intrafamiliar no se denuncian. La familia es uno de los ámbitos donde más hechos de violencia ocurren contra las mujeres en sus diferentes modalidades, feminicida, económica, patrimonial, fí­sica, psicológica, sexual o simbólica. Esta última de igual gravedad que el resto ya que el mensaje del agresor refuerza la sumisión, temor y coacción hacia la mujer ví­ctima, pero igualmente busca justificar y naturalizar la violencia entre las victimas indirectas, ya sea la suegra, los hijos e hijas, especialmente si son menores de edad.

Muchas veces se dice que el feminicidio se debió a un ataque de celos o de rabia momentánea, pero en realidad es el culmen de ciclos reiterados de violencia extrema, de abusos para controlar las decisiones y la vida de las mujeres, que tienen a la base prejuicios y creencias vigentes en la cultura salvadoreña cargadas de sexismo, machismo y misoginia. Por ello, estos crí­menes son reconocidos como feminicidio en el art. 45 de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia contra las Mujeres, ya que son resultado de la misoginia evidenciada en conducta de odio, implí­cita o explí­cita, contra todo lo relacionado con lo femenino tales como rechazo, aversión y desprecio contra las mujeres (artí­culo 8 de la misma Ley).

Especí­ficamente los feminicidios de pareja ocurren dentro de un marco de una relación de confianza, basada en los supuestos de credibilidad, honestidad y seguridad entre dos personas. Muchas veces, las ví­ctimas no imaginan que la persona con la que convive fuera a traicionarla al punto de quitarle la vida. Además, los hechos son cometidos en un total desequilibrio entre la pareja originado en la desigualdad fí­sica y la dependencia emocional que tiene la ví­ctima con su agresor, en decir en una relación de poder, en donde los hombres tienen dominio y control sobre las mujeres, a causa de la edad, dependencia económica y sobre todo por el género. Ya que hombres y mujeres obedecen a un marco de valores, normas y referencias definidas por el entorno social que sobrevalora “lo masculino” pero desprecia o minimiza “lo femenino”.

Por ello, la atención de la violencia intrafamiliar requiere una respuesta efectiva de parte de las instituciones del Estado para mejorar la especialización y compromiso del personal de las instituciones que atienden a las mujeres ví­ctimas de violencia, brindar el seguimiento apropiado a las medidas de protección a fin de preservar la vida de las mujeres; pero además, es necesario perseguir y castigar a los agresores sin distinciones y privilegios para brindar un mensaje de confianza a las mujeres que temen denunciar; es urgente la transformación del sistema educativo para hacer valer el derecho de las mujeres a ser valoradas y educadas libres de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación, que perpetúan el machismo y misoginia que está a la base de la violencia contra las mujeres, especialmente el feminicidio.

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Vilma Vaquerano
Vilma Vaquerano
Colaboradora
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