Por Margarita Mendoza Burgos
«Pas, ¿por qué ustedes no hablan inglés como los demás de este país?»
¡Uf! Se nos atoró la comida en ese momento.
«Bueno, hijos, esta noche se los cuento.»
Comencé a pensar qué podía decirles, por qué tuvimos que dejar el país que amábamos tanto.
Explicarles por qué dejamos aquel pedazo de tierra tan querida, aquellos atardeceres, disfrutar del olor a tierra mojada después de los aguaceros.
No sabía cómo contarles por qué dejamos nuestra patria para venir a este país.
Sí, pensé. Empezaré por decirles cómo los quiero, los abrazaré (pueden abrazar a sus hijos aquí) y les diré que no nos importó dejar aquello, si era mejor para ellos… nuestra razón de ser y vivir.
Después de abrazarles, les dije: «Allá estábamos tranquilos, pero no veíamos futuro para ustedes.»
«Acá su papá y yo no sabemos hablar el idioma, pero ustedes sí.»
«Acá ustedes deben recordar nuestra patria, conservar nuestro lenguaje y las mejores costumbres de allá. No avergonzarse de tener un país de origen diferente.»
Acá ustedes deben crecer amando lo mejor de dos mundos. Sí, eso les diré. Por eso no hablo como los demás. Por eso ellos deben aprender el idioma y la cultura de este país, pero sin olvidar nuestras raíces.
«Sí, hijos, acá estamos para que ustedes tengan lo mejor de dos mundos.»
«Ahora a dormir. Sueñen con el futuro, sueñen con luchar por alcanzar algo mejor que nosotros.»
«Buenas noches». Les besé en la frente y ellos sonrieron. Ahora saben el orgullo que representa ser de dos mundos. Ahora pueden crear algo mejor… Ahora saben por qué sus padres no hablan como los demás.
«Hasta mañana», sonreímos, suspiramos y agradecimos a Dios el habernos permitido llegar y permanecer acá, orgullosos de nuestras diferencias y tratando de superar nuevos desafíos.
