Tengo muy presente el recuerdo: Uno de los ayudantes de la mudanza me tomó de la cintura y me subió a la parte de atrás del camión donde iban nuestros muebles. El piloto buscaba reconfortar a mi madre, quien lloraba inconsolablemente, de rodillas en el suelo. Teníamos que irnos, aquella casa que la migrante santaneca logró comprar en la colonia Nueva Apopa, luego de trabajar como empleada doméstica en la Colonia Escalón, y tener otros trabajos, fue vendida. Era diciembre de 1994, tenía 5 años y para entonces el acoso de la mara Máquina, la mara Chancleta y otras, era insoportable. También soy desplazado, tuve que huir.
En la colonia en la que vivo –a donde vine huyendo de las maras, buscando refugio y una mejor vida- todos pagan renta, panaderías, tiendas, pupuserías, tortillerías, taxistas; hace unos meses una famosa empresa mexicana de pan dulce suspendió la distribución de su producto en la zona, fueron amenazados sino pagaban la extorsión, luego un emprendedor de la localidad abrió una venta de lácteos, una nota bajo su puerta le bastó para cerrar el negocio, tomar su maleta, comprar un vuelo de ida para Nueva York, trabajar tres turnos al día en una fábrica y enviarle el dinero que generaba el negocio a su familia, hay deudas que pagar y los bancos no perdonan.
Hace tres semanas un joven veinteañero que cada tarde salía con su familia a vender pan francés y embutidos, fue asesinado; hace dos semanas la vendedora de tamales de la parada de buses quedó tendida en el piso luego de varios impactos de bala. No se sabe quién o por qué les mataron, se especula que se atrasaron con el pago de la extorsión, nadie sabe y es que cuando se habla de estos temas, se hace quedito, en voz baja, el secretismo con que se hablaba de la guerrilla y el ejército en el conflicto armado, se aplica hoy para hablar de los números y las letras.
La situación de la inseguridad se pone cada día peor, mientras la PNC paga publicidad en Facebook para informar sobre “los avances en materia de seguridad”, -además de abusar de la población- el ejército exhibe su maquinaria militar en las calles de San Salvador, el índice de asesinatos sube y baja de acuerdo a los tiempos electorales, pareciera que este problema sencillamente no tiene solución y reflexiono, si la violencia recrudece cada día más en mi colonia, ¿Hacia dónde podré huir? ¿En qué parte de El Salvador podré rehacer mi vida y estar seguro lejos del acoso pandilleril?
Es sencillo minimizar el problema de la (in)seguridad cuando se cuenta con un ejército de guardaespaldas, o se vive en una colonia de abolengo lejos de las maras. Resulta fácil hacerlo cuando se ejerce la función pública y su agenda debe responder a votos y no a resultados. Quisiera creer que desde el gobierno hay voluntad política y se hacen los esfuerzos suficientes en el tema, la realidad me muestra lo contrario. Vaya un sentido homenaje, para “la señora de los tamales”, a quien nunca le supe el nombre, pero de quien por más de diez años, degusté su amor por la vida en cada tamal de gallina india servido en mi mesa.