Por Francisco Martínez.
Por años, celebramos la independencia patria como una fecha simbólica, como una gesta heroica, como un acontecimiento apoteósico, como una conquista popular, como un acontecimiento liberador; sin estudiar, sin analizar, sin criticar, sin cuestionar. En los años setenta del siglo pasado, estudiando la primaria, marchar y ser abanderado era todo un evento, pero ya en sexto grado con mis compañeritos del club de ciencias, entre microscopio y catéteres, de experimentos disecando animales y uso de químicos, empezamos a preguntar ¿Qué era la independencia? ¿de quién?,¿ante quienes?,¿Quiénes eran independientes y quienes esclavos? a pesar de la declaración de que El Salvador fue el primer país de la región en prohibir la esclavitud; en 1977 de pronto, para mí marchar y celebrar la independencia perdió interés y me entusiasmé por la idea de conquistar un país libre: soberano e independiente.
Los que nos involucramos en la acción político-social-militar de los años setenta-ochentas, en las diferentes organizaciones político-militares, en general, abrazamos el ideal de la liberación nacional: liberación de la dependencia y sojuzgamiento imperialista; liberación de las cadenas de opresión, de la explotación, del neo esclavismo; liberación de las amarras feudales, de empobrecimiento y de subdesarrollo impuestas y administradas por la oligarquía; liberación de una dictadura de nuevo tipo surgida en los años 30. Hoy el contexto no es el mismo, pero sigue siendo válido luchar cívicamente por la liberación nacional.
La lucha por la construcción de la nación salvadoreña con una sociedad justa y en desarrollo en que sus ciudadanos gocen de sus riquezas: naturales, culturales, materiales, espirituales, su historia y sean activos participes de su futuro, es la utopía que ha movilizado a generaciones de luchadores sociales a lo largo de doscientos años de vida republicana. En varios momentos, ese sueño pareció lograrse, pero las fuerzas oligárquicas y sus adláteres y lacayos, con el apoyo imperialista, lograron una y otra vez usurpar ese sueño y mantener el estatus quo.
El Estado fue secuestrado por la oligarquía y antes que pagar impuestos según sus riquezas normalizaron el “ejercicio corrupto de la política” y promovieron el endeudamiento externo como política de estado, crearon un estado a las órdenes del capital y no al servicio del bien común.En la posguerra civil, la “oligarquía salvadoreña”, se diversificó, externalizó, se profesionalizó, avanzó a modernizar su enfoque gerencial corporativo y ha ampliado su presencia política, aunque siguen siendo extremadamente conservadores y temen a las libertades democráticas reales, prefieren ante todo la democracia aparente antes que la democracia participativa.
Además, en la posguerra las medidas neoliberales, la precarización continuada de las condiciones de vida de las familias; la deliberada expulsión de salvadoreños para soportar el modelo económico de remesas y consumo; la masiva deportación de salvadoreños por parte del gobierno estadounidense, incluidos delincuentes jefes pandilleriles; y, el progresivo debilitamiento del Estado llevó al desarrollo tolerado y hasta tutelado de las pandillas. Un problema que solo se agravó y que pasó de 3 000 pandilleros identificados en el año 2003 a 76 000 pandilleros en 2019 y de ser una expresión de barrio a un territorio con varios municipios bajo su control, cerca del 80 por ciento del territorio nacional. La impunidad, que era del 97 %, fue terreno fértil para ese crecimiento y expansión.
Treinta años de políticas fallidas en la lucha contra las pandillas, hizo que la población en El Salvador se resignara a convivir y sobrevivir bajo el accionar de estos grupos terroristas y, en los territorios que a fuerza de terror controlaron, miles de personas se vieron sometidas a vivir bajo los códigos que la padilla impuso, particularmente el tétrico “ver, oír y callar”; romperlo acarreaba la muerte.
El reto del primer gobierno de Nayib Bukele era recuperar desde la institucionalidad el control de los territorios y derrotar a las pandillas terroristas. Con medidas de choque, innovadoras, en un nuevo enfoque de política criminal, creadas localmente y haciendo uso de toda la fuerza coercitiva del Estado y conforme a la legalidad, se lanzó la guerra contra las pandillas, el resultado: hoy los salvadoreños pueden desplazarse libremente sin temor a ser violentados en sus derechos humanos por los pandilleros.
Para ello, fue necesario el rompimiento de la “gobernabilidad consensuada” pactada en la posguerra civil e instaurar una nueva hegemonía, que recoja un nuevo paradigma centrado en el ciudadano, que responda a la tarea histórica de construir una sociedad en bienestar. Organizar un nuevo orden, un renacer para El Salvado. Se ha dado una revolución democrática por la vía electoral, aquella tesis de que era posible el cambio por las vías institucionales antes que, por las armas, se ha cumplido, sólo que tuvo que hacerse primero la guerra civil antiimperialista y anti oligárquica y derrotar luego a las fuerzas conservadoras (ARENA-FMLN y sus adláteres) para abrir espacios a una reinvención nacional que logre la independencia soñada.
Ahora, es estratégico la modernización profunda de las instituciones públicas y la acción política subsecuente para recuperar la razón del Estado, sentar las bases para una sociedad de iguales, con igualdad de derechos sociales y acceso ponderado según las condiciones a las oportunidades, que reduzcan las desigualdades económicas y sociales. Si queremos avanzar hacia un nivel alto de desarrollo humano, social y económico, hay que acelerar la adopción de medidas que rompan las cadenas del subdesarrollo y preparar las plataformas de lanzamiento para poder dar un salto cuántico que nos inserte a esta era de los cobots (vehículos autónomos, cibertecnologías, nanotecnologías, ciberseguridad, metaverso, blockchain, Inteligencia Artificial).
El Salvador como cuerpo social, los salvadoreños y la salvadoreñidad requieren una “disrupción del cómo hacer las cosas” que nos cambie, que nos habilite para poder trascender. Trascender para los salvadoreños debe significar: avanzar progresivamente a una sociedad de mayor justicia social, de mayor equidad, de mayor inclusión, de mayor cohesión. Bukele ha forjado una nueva correlación en el juego de poder, y aún se están redefiniendo las relaciones entre los poderes, y, está claro, que Nayib Bukele, se plantea un cambio en el modelo económico, haciendo uso legítimo de esas mayorías construidas por el descontento con la vieja política y por la esperanza en el cambio que alienta con su discurso y por los resultados de las acciones en su primer mandato de gobierno.
A este propósito es a lo que la reacción oligárquico-conservadora, en su accionar interno y sus cajas de resonancia externos se oponen, aunque a estos les es imposible ya desconocer los resultados en materia de seguridad, dicen que ha habido mejoras en la seguridad ciudadana pero no comparten el cómo se logró. Piden que se suspenda por capricho el régimen de excepción sin querer comprender la estrategia en que éste se inscribe. Su propósito es claro, reducir la confianza ciudadana en Nayib Bukele de cara a 2027 y 2029.
La posibilidad de cambio y construir bienestar y justicia para la sociedad salvadoreña está en desamarrar el futuro del país de los intereses de la oligarquía y del interés imperial estadounidense, esta es la gran tarea, ese compromiso anti oligárquico le dio el Presidente Bukele parte de la confianza con la que ganó en 2019 y sigue siendo sustancial en la revalidación obtenida en febrero pasado, es lo que fortalece su liderazgo al frente del gobierno para este segundo mandato.
El Salvador es un Estado soberano. La soberanía reside en el pueblo. Para ser libres e independientes debemos ejercer plenamente la soberanía. Y, recordar ante todos, que el gobierno, el poder público, emana del pueblo, de su voluntad soberana.
Rompamos las cadenas del subdesarrollo. Luchemos por la independencia…ejerzamos soberanía.
PD:
Mi solidaridad con las familias de los funcionarios de la PNC, Director y Comisionados, efectivos de la Fuerza Armadas, y el periodista institucional que perdieron la vida en el trágico accidente aéreo del pasado domingo 8 de septiembre, en cumplimiento de misión especial. Especular sobre este suceso es irresponsable, por ello suscribo lo dicho por el Presidente Bukele, que se investigue a fondo hasta las ultimas consecuencias. Loor y gloria a los caídos.