“Eventitis” y “festivalitis”, son dos términos creados por la pedantería académica para referirse a actividades huecas, organizadas sin sentido, la mayoría de las veces para obtener público en los planes y programas de gobierno y con ello jactarse de extender la cobertura en el sector cultural.
Es altamente cuestionable la postura de presentar eventos sin directriz alguna o inventarse festivales, sin preocuparse por generar y educar públicos. Según el Sistema de Información Cultural, México cuenta con 661 festivales en toda la república, de los cuales 123 se llevan a cabo en la Ciudad de México, poco más de 20 por ciento para atender una población promedio de 9 millones de personas.
En las últimas cuatro décadas la academia se ha encargado de conceptualizar sobre los fundamentos de la gestión cultural, lo que ha permitido su incorporación como carrera a nivel licenciatura, maestría y doctorado, y como en otros campos, existe una brecha notoria entre el conocimiento y la práctica, lo ideal y lo real, en todas las universidades se señalan modelos a seguir, esquemas que incluyen la elaboración y ejecución de proyectos, pero en ninguna parte enseñan el qué hacer sin recursos monetarios.
Esto es lo crudo, y se deben plantear soluciones creativas que abarquen todo lo disponible, tanto en recursos humanos y materiales, e invitar a la comunidad a formar parte de la respuesta en beneficio de ella misma.
Cualquiera puede programar con recursos, no hace falta ninguna preparación o experiencia en curaduría, un gestor cultural extraordinario no depende de ello sino de su sensibilidad, visión y capacidad de negociación para plantear objetivos y acciones ejecutables a corto, mediano y largo plazo.
¿Para qué programar? ¿cuáles son las motivaciones y criterios de un gestor cultural comprometido con su realidad? Este es un afán de creyentes convencidos que no busca recibir recompensa ni reconocimiento, es una labor silenciosa de facilitador o mediador entre los generadores de cultura y la comunidad.
En treinta y tres años de gestoría de cultural me he repetido este cuestionamiento, siempre concluyo en lo mismo, vale la pena que el arte y la cultura lleguen a las masas, a la postre, más tarde que temprano, eso nos convertirá en seres sensibles y mejores humanos.
Seré un iluso irredento toda la vida.