Por Carlos Velis.
Hay muchas excusas para ejercer la violencia contra los semejantes. Porque de destruir a sus semejantes es que tratan las guerras. Siempre hay justificaciones suficientes para comenzar una guerra. Y siempre hay desigualdad en los bandos enfrentados. Nuestra simpatía tiende a afiliarse en uno o en otro, de acuerdo a muchos aspectos; la neutralidad es lo más difícil y puede ser injusta.
Pero ¿hay guerras justas? ¿De qué lado está la justicia?
Para el Occidente global, la ecuación es muy sencilla: O estás conmigo o eres terrorista. Y estar “conmigo”, es someterte a “mi mundo basado en reglas”, mis reglas. Para el Oriente (incluida la Palestina ocupada) es cuestión de sobrevivencia. Aunque, en el fondo, también aquellos buscan sobrevivir. El mundo ya avanzó, desarrolló y cambió ante los ojos del poder hegemónico. Ante su decadencia, no les queda más que matar sin piedad.
Por cinco siglos el Occidente disfrutó de la impunidad que le dio su desarrollo, desde que pasaron del arco y la flecha, al hierro y el cañón, que les protegía del combate cuerpo a cuerpo. Dominaron y saquearon al resto de la humanidad. Pero eso terminó.
Lo que sigue igual, es que, a pesar de todos los avances tecnológicos y artilugios modernos, a pesar de las armas más poderosas y las bombas más destructivas, aun en las costras más duras del odio a sus semejantes, seguimos siendo seres humanos.
¿Quién mata? ¿Quién muere? El hijo de Netanyahu vive en Miami y los ocho hijos de Von der Leyen no combaten y ella lo dijo riendo. ¿De dónde sale el dinero para las armas? De los impuestos. Éstas son un negocio privado; la muerte, resultado público; mientras, su dinero está a salvo en paraísos fiscales. Ellos son los verdaderos ganadores de las guerras.
Ahora, veamos qué pasa en aquellos que disparan, matan y mueren. ¿Será que el humano nació para la violencia y es su naturaleza destruir a su semejante? Hay filósofos que lo aseguran. Yo no lo creo. Basta con ver las secuelas que la guerra dejó entre nuestra gente. Llegar a matar es el resultado de un constructo mental implantado en la conciencia, de manera perversa en el niño y el adolescente, que su semejante es “subhumano”. De la misma manera que la Iglesia de la época de la colonización de América aseguraba que los pueblos originarios de estas tierras no tenían alma.
Pero he visto el dolor de los palestinos ante la destrucción despiadada, igual que los llantos desesperados de padres judíos ante el cadáver de su hijo soldado. Los que están muriendo por ambos lados en todas las guerras son chicos de 18 a 25 años. Y los que regresan vivos, tienen que llevar secuelas por toda la vida. El PSTD (Desorden de estrés postraumático) es la pandemia que está acabando con la humanidad. Un solo ejemplo, los tiroteos de niños en las escuelas de Estados Unidos.
¿Qué clase de mundo tendrán los ganadores de la guerra?