El prolífico escritor, más conocido como poeta, Roque Dalton (1935-1975), fue un brillante estudiante jesuita que devino en revolucionario marxista, militó de muy joven en el Partido Comunista Salvadoreño, pero rápidamente lo abandonó por diferencias en cuanto a los métodos de lucha. A Roque, como ocurrió salvando las lógicas distancias con Mons. Oscar Romero, lo transformaron las circunstancias sociales y políticas, la cruda realidad de la pobreza y la dictadura, para convertirlo en un luchador social y en uno de los más destacados literatos de Latinoamérica.
Su militancia revolucionaria lo llevó a la cárcel en más de una ocasión. Supo, de primera mano, acerca de la situación de los presos políticos en aquel El Salvador gobernado por los militares en plena Guerra Fría. Roque también fue un incansable viajero. Su peregrinar por el mundo lo llevó a Chile, donde inició su carrera de Derecho, luego a México, Cuba, Vietnam y varios países del entonces llamado campo socialista.
Regresó a El Salvador a principios de los años setenta, para incorporarse al Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Allí encontró la muerte a sus escasos 39 años. No fue el enemigo quien lo asesinó, fueron “”como es ampliamente conocido”” sus propios “compañeros”.
El país que Roque Dalton describe en estas páginas, con su magistral poesía, es el de los Gobiernos militares, de la oligarquía cafetalera, de los expatriados, de los presos políticos en cárceles conocidas y clandestinas; el país de los asesinados por oponerse a un régimen político, económico y social injusto. Un país que en definitiva tenía que pasar por un estallido social que desembocó en una de las más violentas guerras del siglo pasado en el continente americano. El país que recuerdan los salvadoreños que se fueron a otras tierras en el siglo pasado y del que seguramente le cuentan a sus hijos. Entonces el socialismo era visto como un sueño que se tenía que realizar. Así lo vio Roque y una inmensa mayoría de salvadoreños.
Los que aquí nos quedamos y vivimos esa época recordamos con nitidez ese país. Pero los nacidos tras la firma de los Acuerdos de Paz, o que eran muy jóvenes cuando ese evento ocurrió en enero de 1992, quizá no reconozcan ese país, porque muchísimas cosas han cambiado desde aquellos años. Algunas para mejor, otras tal vez para peor. Leer estos poemas, para ellos e incluso para alguno de nosotros, será como ver un álbum familiar con fotos en blanco y negro de El Salvador de aquella época, en el que sus padres o abuelos vivieron, amaron y lucharon. Un país que “”como decíamos”” ha cambiado en muchos aspectos, pero que en esencia sigue siendo el mismo entrañable “Pulgarcito de América”, con sus muchas tragedias y pocas alegrías, siempre con la esperanza de que algún día “”para decirlo en palabras de Roque”” “será un lindo y (sin exagerar) serio país”.