sábado, 14 diciembre 2024
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Obituario

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Jesús Antonio Flores y Juan Carlos Rivas vivirán en la memoria de Gabriel Otero y de su seres queridos. Un leal amigo de infancia y un periodista salvadoreños se despiden del mundo material.

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Por Gabriel Otero


Jesús

Mentiría si dijera que la muerte no me entristece, claro que sí, sobra explicar mi llegada personal a una edad en que la visita de la huesuda se convierte en algo cercano y más vale empezar a coser una mortaja con las estrellas que alcances con las manos y la mirada.

En una semana fallecieron dos amigos y dos conocidos, se pueden enlistar como en un parte de guerra, algunos fueron personajes incidentales, pero no por eso les restaré importancia en la memoria.

El primero fue Jesús Antonio Flores Parra, él es una de las dos mejores personas que he conocido, no es exageración, fue mi compañero en la secundaria y aguantaba todo el alud de comentarios vomitivos de la legión de barbajanes y buleadores de nuestra generación del Colegio Tepeyac.

Era un ser piadoso, con todo el peso del adjetivo, hijo de un matrimonio de maestros, que profesaba el amor incondicional a sus semejantes, los fines de semana ayudaba como acólito en las parroquias de San José Insurgentes y San Cayetano en la Colonia Lindavista. Ya más grande partía de misionero a la Sierra de Oaxaca y podía estar meses alfabetizando en comunidades paupérrimas, en las que ponía a prueba su fe. Vivía cerca del aeropuerto, hablaba inglés a la perfección y era aficionado a armar aviones de pasajeros a escala.

Cuando me operaron de las amígdalas y casi me pierdo en el viaje de anestesia porque no quería dejar de seguir a la luz infinita, muchas horas después de la cirugía, él fue el primer rostro amigable que vislumbré al momento de abrir los ojos.

Fue lector de mis versos de adolescencia, balbuceos que intentaban ser poéticos y siempre creí que Jesús más temprano que tarde entraría irremisiblemente al seminario, cosa que nunca sucedió. Desde 1985 le perdí la pista hasta octubre del año pasado en el que nos vimos luego de varios correos electrónicos.

Nos hablábamos con cierta frecuencia y nos mandábamos mensajes, un jueves en uno de mis recorridos usuales por Chapultepec un compañero en común, el doctor Farina, me inquirió por Whatsapp si conocía a Jesús “el Papo”, me extrañó el cuestionamiento y se lo dije, y luego vino la declaración que me cayó como un mazazo en el cuello, había fallecido en la madrugada por razones desconocidas, impactado solo atiné buscar una banca para sentarme a contemplar ahuehuetes, vi la pantalla del móvil y en el servicio de mensajería aparecía que Jesús estaba en línea, esperanzado le envié el texto “ojalá estés bien”, de inmediato pensé lo terrible que debe ser que un extraño invada tu privacidad bajo el pretexto de tu fallecimiento.

La muerte jamás pide permiso para entrar.

Juan Carlos

A Juan Carlos Rivas lo conocí hace tres décadas en San Salvador cuando él era periodista de El Diario de Hoy y yo director de Publicaciones e Impresos, los dos estábamos muy jóvenes, me buscó para entrevistarme porque la editorial del estado había ganado notoriedad en la posguerra.

De modos finos, Juan Carlos siempre fue respetuoso, nos tratábamos de usted, manteniendo la distancia pero con cordialidad. La foto de la entrevista salió en primera plana, el personaje no era yo, el jefe de redacción escogió una instantánea en la que salí hablando, la toma se veía espantosa, el rostro que supuestamente era mío reflejaba un rictus al borde del llanto.

La entrevista ilustrada con fotografías de infancia ocupaba dos planas, le hablé para agradecerle. Después me lo encontré en inauguraciones de exposiciones, conciertos u otros eventos, platicábamos cada vez que coincidíamos, al cambiarme de país llegó un silencio de años.

En 2021 leí sus reflexiones acerca del arte moderno y de nueva cuenta intercambiamos opiniones, le conté mis experiencias de cuando organicé un performance frente al zoológico de Chapultepec para que un violinista tocara una sola nota, o del artista plástico que pintaba ositos bimbo de plástico y los vendía carísimos como arte de vanguardia o de la diletante que fundamentó con sendos estudios telúricos para colgar un columpio de una estructura metálica y así sentir el movimiento de la tierra y ocurrencias por el estilo, México es un territorio pletórico de personajes lírico-creativos sin oficio ni beneficio, vivales o vivianes atentos a cualquier convocatoria.

Y en El Salvador ni se diga, aunque se produzca arte alternativo hay otro tipo de expresión contestaria que busca que la censuren para afirmar que en el país no existe libertad creativa, lo cual es una postura burda y sin sentido.

Y en esta última apreciación discrepamos Juan Carlos y yo, él apoyaba a algunos personajes que realizaban este tipo de prácticas, a mi me parecían fantoches a pesar de tener talento en la plástica.

Después de un diálogo constante nos quedamos callados, lo felicité en su cumpleaños y le mandé un mensaje del cual no obtuve respuesta hasta que un domingo leí un post del pintor Mauricio Mejía en el que decía que Juan Carlos había fallecido.

En cuestión de días, la muerte se había llevado otro contemporáneo al que respetaba y le tenía cariño.

La huesuda anda desatada.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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