A los 17 años, Sonia estudiaba el 2º año de bachillerato opción humanidades. Sonia se graduaría todavía bajo el sistema de bachilleratos especializados, antes de la reforma educativa, año en el cual desaparecieron los bachilleratos en artes.
Había decidido graduarse y hacer un año más de bachillerato en el CENAR, su familia la apoyaba, “no me iban a dejar salirme del colegio para entrar al bachillerato en artes, pero estaban de acuerdo con que repitiera un año con tal de estudiar artes si a mí no me importaba”. Con el permiso de su familia, se enteró que ya no se lanzarían más convocatorias para ingresar a los Bachilleratos en Artes.
Según datos confirmados por el Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD), la Ley General de Educación del año 1971 reconocía la enseñanza de las artes, especialmente “de artes plásticas, música y artes escénicas” y su finalidad estaba declarada como aquella centrada en la vocación artística de las personas, la vida cultural y el patrimonio artístico desde una posible perspectiva estética y de apreciación artística de los públicos mediante el mandato legal a crear escuelas para la enseñanza de las artes.
En este contexto se define un rumbo a la integración de las artes en el sistema educativo con vacíos y retos. Antes y después de Sonia, existen muchos casos de personas que fueron parte de procesos que buscaron regular el estado de las y los artistas en El Salvador. Ahora, yo me enfrento a las dudas que todos y todas las artistas tenemos.
Me asumo como uno de esos casos, aunque no beneficiaria de procesos regulatorios previos. Me asumo artista, lo soy. Ser y sentirse parte de este sector es un camino de muchos dilemas; pero en ningún momento he dudado de mi ser artista.
¿Existen razones para hacer esta afirmación-aclaración? Sí. Por lo menos, eso considero yo. Como mujer he vivido el estigma de ser artista, una condición pública que implica romper con esquemas y estereotipos, aunque no haya estado consciente de ello en algunos de los momentos vividos. Eso te hace dudar.
Te hace dudar el rechazo sistemático que, aunque se tengan los ovarios bien puestos, se experimenta en búsquedas de espacios de creación y la necesidad de exponer lo que se ha creado. Te hace dudar la percepción moralista de la mujer artista con su cuerpo, sus decisiones y sus acciones. Te hace dudar la permanente prepotencia machista de la visión del arte proyectada en las acciones de la población masculina del sector en espacios públicos y privados. Te hacen dudar las agresiones sexuales justificadas en las relaciones de poder privilegiando a los hombres y sus también privilegios en cuanto a formación e independencia que brinda el tema del cuidado dentro de la familia. Te hace dudar la solidaridad entre agresores que son parte de tu círculo de confianza, de historia y hasta de amor. Te hace dudar la ausencia de formación, espacios de producción, deudas sistémicas de lo priorizado por las instituciones que encuentran mayor rédito en lo relacionado a lo productivo, entendido como marketing cultural, gestión cultural, venta del arte o producto artístico. Te hace dudar la vulnerabilidad con la cual nos exponemos al tener el sistema patriarcal impregnado en nuestras vidas por muy feministas, luchadoras y autónomas que seamos…
Repito: en ningún momento he dudado de mi ser artista. Por eso, también soy feminista.