“La indignación moral es la envidia con una aureola”
Herbert George Wells
Escenario I
La sociedad sufre, pero tolera, que gente de alta posición, empresarios o políticos de derecha roben; lo que no acepta es que un pobre, un ciudadano de clase media o un político de izquierda cometa un ilícito en las arcas públicas. Efectivamente, la gente se indigna más porque los discursos progresistas del cambio no se deben traicionar, no obstante, nos preguntamos: ¿Son delitos distintos?
Vivimos en una sociedad de doble moral, de doble estándar, en donde hay gente con licencia para delinquir y en donde hay sospechosos y culpables mientras no se demuestren lo contrario. Financiar o apoyar un proyecto neoliberal como privatización o desregulación es aplaudido, mientras que subsidiar a gente desfavorecida es derroche. Más allá de lo que se planifique y decida hacer desde las políticas públicas siempre he creído que es necesario realizar estudios de “costo-beneficio” y “tasa de retorno”. ¿Quiénes ganan con privatizar o subsidiar?, la respuesta puede ser ambigua, ya que siempre hay “dueños”.
Escenario II
No hay cosa que indigne más en la sociedad contemporánea que ver a un político de izquierda con juguetes de la derecha: Viajes en aviones privados, hacer turismo global, jugar polo o golf, tener un buen vehículo, vestir ropa de marca, portar algunas joyas o relojes de lujo, todo esto, y más, hace que la gente estalle en rabia y en envidia; y nos preguntamos: ¿Tiene permiso un sujeto de izquierda a practicar hábitos de la derecha?, o por el contrario debería ser consecuente, austero o pobre.
Estamos ante dos paradigmas y por qué no, ante una apuesta frente a los modelos consumistas; ¿qué buscamos?, ¿acabar con la riqueza o con la pobreza?, o mejor ¿qué tipo de sociedad debemos construir?, ¿orientada hacia una civilización de la riqueza, bienestar o pobreza? Este debate puede sonar estéril, pero es fundamental, hay modelos de gobierno propensos a destruir las oligarquías, otros a buscar equilibrios y aquellos que aguardan el rebalse –pero sin ética-.
Escenario III
La mayoría de ciudadanos creen que lo público es gratis, mientras que los políticos creen que lo público es de ellos, y siempre hay alguien que paga. Aquí nos encontramos con otro doble estándar, el relacionado al uso de los recursos público, y surge inmediatamente la pregunta sobre la “equidad constitucional»: ¿somos iguales ante la ley?, ¿por qué razón los funcionarios de gobierno tienen privilegios, pago de dietas, pasaportes diplomáticos, exenciones de impuestos, vehículos, chofer, etcétera?
Lo cierto es que todo lo público es financiado con la recaudación fiscal. No hay que darle las gracias a un cajero porque te entrega tu dinero ¿o sí? La función pública es un empleo orientado a administrar y a servir a la ciudadanía. Pero en esta sociedad de doble moral ya sabemos que quien llega al gobierno le cambia la vida.
Escenario IV
¿Hay justicia en nuestro país? Sí, para los que tienen dinero y pueden pagar buenos abogados, con costo para un 10 % de la población; para el resto las cosas judiciales están cuesta arriba. En el mejor de los casos hay reos con privilegios y sectores especiales, hay otros que logran justicia a la medida, arresto domiciliario y servicio social y otros que se pudren en las celdas hacinadas.
También en nuestro medio hay dos sistemas educativos, para ciudadanos clase “A” y para ciudadanos clases “B” y “C”; los que reciben una formación con maestros bien formados y comprometidos, con buenos laboratorios, en entornos limpios y prolijos, quienes además tienen una jornada ampliada y buena alimentación; estos son los “A”. Pero también existen escuelas en dónde los maestros están desmotivados, a veces faltan, no hay internet ni laboratorios, se estudia poco, se sabe poco y se aplica menos; y peor aún, hay chicos que no pueden ir a la escuela y van a engrosar las filas de migrantes, pandilleros y obreros mal calificados.
Escenario V
El tráfico es caótico, anárquico y la culpa es de… los buseros y las motos; ¿seguro?… lo cierto que el problema es estructural. Uno ve de todo en la calle, desde las mismas autoridades, policías o batallón presidencial violando las leyes de tránsito, hasta gente con muchos recursos –de esos que llevan uno o dos pickups con guardaespaldas- haciendo lo que les da la gana; vehículos de marca o rastras, vehículos viejos y nuevos, deportivos y convencionales. Todos contra todos, haciendo terceras filas, conduciendo en sentido contrario, cruzando semáforos en rojo, estacionándose en lugares prohibidos o para personas con discapacidad.
Epílogo
Nuestra doble moral es mucho más que un conjunto de criterios aplicados sobre la base de una doble norma o estándar que permiten más libertad de conducta a un sujeto que a otro, también trasciende a dos maneras de comportarse frente a una misma situación.
Doble moral supone predicar y no practicar, o practicar una cosa distinta a lo que se predica. Pese a que no abordamos en el análisis el tema sexual, que bien amerita un escenario profundo, es muy conocido que a las mujeres se les juzga con criterios muy distintos y distantes referente a los hombres, sobre todo en materia de relaciones emocionales, y resulta el mejor ejemplo para entender el concepto.
Kant definió el “imperativo categórico“ en su “Fundamentación de la metafísica de las costumbres“ (1785) y lo profundizó en la “Crítica de la razón práctica“ (1788),como concepto central de su ética –más allá de cualquier religión o ideología: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal (…) Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza».
Sabemos que la moral es una “convención privada“, mientras que la decencia es una cuestión pública vinculada a la ética; la necesidad de pensar y actuar de forma coherente y equilibrada es una necesidad urgente.
Vivimos en una sociedad de “indignados” … por los animales en vías de extinción, por el medioambiente, por el aborto, por la pena de muerte, y por causas inverosímiles; indignados por otras causas ajenas a nuestra conducta, y resulta ser una indignación más fácil y útil. Mientras tanto la imagen de ser salvaje sin ética que describe Albert Camus, hace que nuestra convivencia sea cada vez más egoísta y compleja.