Incluso cuando desarrollan poderes impresionantes, una riqueza ostentosa y estilos de vida hedónicos, los dictadores son sobrevivientes. Para disfrutar de la vida tienen que escapar de la muerte. A menudo sembrando muerte.
Andreas Schedler, politólogo, CIDE, México
El año que empieza será un año clave para las pretensiones del orteguismo de intentar reconstruir su maltrecha legitimidad de origen ante todos, nicaragüenses y comunidad internacional. Tendrá que mostrar su disposición a someterse al escrutinio de la población en elecciones generales, pero ya no podrá hacerlo con el mismo formato que le había funcionado hasta el 18 de abril de 2018. El bono de la manipulación de las instituciones democráticas se le ha agotado; ahora se le exigirá adoptar nuevas reglas del juego. Ello alimentará sus dos peores incertidumbres: la posibilidad de perder el poder, y enfrentar el cambio de régimen como en 1990; y no saber cuánto puede confiar en un respaldo popular que sólo certifican las encuestas que financia. Si cierra aún más el espacio político abrirá un nuevo recodo a su laberinto; si lo abre se meterá a un callejón sin escapatoria.
Según el politólogo Andreas Schedler, los dictadores nunca se sienten seguros en el poder, no pueden apoltronarse con tranquilidad porque saben que los regímenes que han levantado no tienen bases sólidas. A diferencia de la democracia, la dictadura es un régimen en jaque permanente por el ideal normativo de la población que siempre va por delante de aquello que los dictadores quieren ofrecer a través de concesiones clientelistas. Este ideal está arraigado en lo que los constitucionalistas estadounidenses denominaron como “verdades evidentes por sí mismas”: que los seres humanos nacen libres e iguales para buscar su felicidad.
Los derechos comunes a toda la humanidad inspirados por ese ideal normativo han sido la fuente de las contradicciones que han movido la historia de la humanidad, como lo subrayara el barbudo de Tréveris. Pero lo que en democracia son contradicciones que lleva a conflictos por la ampliación de los derechos y las libertades, en las dictaduras se convierten en desafíos directos al corazón del sistema de dominación. Por ello se afirma que las dictaduras son regímenes sin futuro, por muy férreas o añejas que sean. Simplemente, en cada conflicto una tiende a la continuidad y la otra al descarrilamiento. Incluso en el caso de democracias moribundas a manos de autoritarismos electorales (Rusia, Venezuela, Turquía, Egipto, Nicaragua, entre otras), los rescoldos del ideal de la democracia siempre son el motivo de desvelo de los dictadores.
Todo lo que pasará en 2021 se decidirá en 2020, para bien o mal, para la dictadura y para la población.
El anuncio de que el dictador ha ordenado a su parlamento la adopción de reformas electorales es la prueba de que la dictadura insistirá en la manipulación de las elecciones, para dar unos brochazos de legitimidad democrática a su engendro. Lo mismo de años anteriores. El quid será si toma en cuenta las propuestas de la UNAB-ACJD o las desdeña. En otras palabras, si opera reformas para rifar el poder o solo para atornillarse más a la silla presidencial. Si ocurre lo primero, forzado por un panorama internacional cada vez más adverso y por la asfixia económica, se habrá colocado en el peor escenario de su incertidumbre: la derrota electoral, la pérdida del poder y el más que seguro cambio de régimen político con todo lo que ello implica.
El cambio de régimen es su pesadilla más amarga. Esta vez no sería una reedición de la derrota de 1990; sería peor. El dictador y su camarilla tienen más que perder, como tienen más que perder quienes han amasado fortunas a la sombra del poder político. De modo que perdido este último caen como fichas de dominó las poleas de poder económico, como ha pasado con otras dictaduras en otras latitudes. En lo personal, tiene más que perder, tiene hijos e intereses financieros en toda la economía nacional asegurados por el Estado. De hecho, hijos y activos económicos son la misma cosa. Esto implicaría que al perder lo segundo su descendencia se convertiría en parias con quienes pocos empresarios querrían asociarse al quedar al descubierto negocios y corruptelas.
La desconfianza en el respaldo popular es una incógnita que se arrastraba desde 2016 pero se despejó en abril de 2018. Las reformas planeadas seguramente pretenderán cerrar la brecha que separa lo que dicen las encuestas y lo que temen sus informes confidenciales. Las primeras representan el paisaje discursivo de lo que quisieran tener (el respaldo mayoritario de la población) y la profecía autocumplida con el próximo fraude (“ganamos como vaticinaron las encuestas”).
Pero los informes de sus agentes estatales y para estatales dicen otra cosa: tanta represión no ha apagado la llama de la rebelión, en cualquier momento se enciende de nuevo el prado, seco y sin libertades. Pero en vez de abrir válvulas de escape a tanta tensión acumulada prefieren mantener la prohibición de manifestarse de cualquier manera para evitar un efecto bola de nieve que se convierta en avalancha.
Sin embargo, la desesperación es mala consejera que solo lleva a torpezas como la represión a las madres en huelga de hambre en la iglesia de San Miguel Arcángel, el apresamiento de los jóvenes aguadores, el asedio a los expresos político y los asesinatos de campesinos. Todos estos, hechos consumados sin más renta que la satisfacción de los sicarios, pero que al otro lado han aumentado la lista de los héroes populares.
A diferencia de 2016, ahora la dictadura está entre las mandíbulas de una pinza: una incertidumbre y una certeza. Las probabilidades de perderlo todo en las elecciones son cada vez más altas. Si reforman a conveniencia propia, malo; si lo hacen como se demanda, peor. La certeza de haber perdido cualquier cosa parecida al consenso social es total. Si por efecto de reformas a la medida organizan elecciones fraudulentas puede repetirse el “boliviazo” en tierras nica; si se organizan elecciones justas, transparentes y libres, las perderán con absoluta seguridad. Con las primeras ganarán pero terminarán perdiendo; con las segundas perderán porque no tiene nada que ganar. Sencillamente la dictadura ha trascendido el plano político para convertirse en un problema vital para la mayoría de los nicaragüenses. A contrapelo de su plan de reconciliación y derechos humanos, la dictadura mata, secuestra, viola y tortura, incluso dentro de las viviendas.
Ahora mismo ya no es un sobreviviente; es ya un sobremuriente que deambula de tropiezo en tropiezo. Sólo falta un empujoncito más. Ojalá que en vez de ser Fuenteovejuna no nos dé por ser amebas.
Tomado de https://confidencial.com.ni/la-dictadura-en-su-laberinto/ con autorización del autor