Con una sonrisa imborrable, la mirada brillante y una jovialidad más allá de cualquier número, Claribel Alegría está de visita en El Salvador nuevamente, esta vez para recibir un reconocimiento por parte de los parlamentarios de nuestro país, quienes la han reconocido como «Notable poeta y distinguida maestra», por todos sus años de trayectoria y su trabajo como escritora en El Salvador. Pero no es de esto de lo que hablaremos ahora.
Luego de una siesta para reponer fuerzas por el viaje desde Nicaragua a nuestro país, acompañada de dos de sus hijos, Claribel se presenta en el lobby de un hotel capitalino para atender a una entrevista más de las que se le han realizado. Y es que su vida, su trabajo y sus creaciones a «cuatro manos» con Bud Flakoll, quien fue su marido hasta su muerte en 1995, despiertan interés y admiración. Ha escrito numerosas poesías, porque afirma que esa es su vocación; pero su lado lírico también tiene un tinte social. Desde la trinchera de las letras, Claribel ha sido siempre una mujer comprometida.
Madre de cuatro hijos, aprendió a hacer malabares entre los pequeños y su incansable necesidad de expresarse a través de las letras. Entre risas confiesa que escribe lo que necesita decir, así sea para prestarle una voz a tantos campesinos asesinados en 1932 o a las víctimas del conflicto armado salvadoreño en la década de los 80. Esta necesidad es algo que nunca termina: «Actualmente estoy trabajando en un poema. En un libro», confiesa.
Ahora, a las puertas de cumplir 90 años, piensa en la permanencia de su obra, en el recuerdo que está forjando a través de su vida y su trabajo. Confiesa que ama las pupusas de queso con loroco, que El Salvador tiene paisajes tan bonitos como para «bebérselos» y hacerlos parte del alma, y que espera que su obra literaria se haga entrañable para quiénes la lean y puedan vivir a través de sus letras, los momentos que ella ha registrado y los sentimientos que ha compartido, como lo que comenta del poemario Saudade.
En el marco de esta visita, donde también viajará a Izalco, para compartir con niñas y niños su poesía, Claribel concedió esta entrevista para contrACultura, donde también comentó un poco acerca del documental que su hijo Erik Flakoll está produciendo acerca de su vida y su trabajo. Un proyecto que busca poner en primer plano el trabajo literario de toda una vida de esta incansable y sonriente mujer nacida en Nicaragua, pero con El Salvador en el corazón.
¿Qué significa para usted regresar a El Salvador, después de algún tiempo?
Pues mira, no demasiado tiempo. Hace como dos años vine la última vez. Pero ahora, siento este viaje muy especial. Es una gran alegría de estar otra vez aquí y de una tristeza enorme porque se dentro de mí que este es mi último viaje. Entonces le digo yo «el viaje de mis adioses». A mis volcanes hoy los vi, a mis paisajes, a mi gente, lo estoy viendo de otra manera, como que es la última vez que los voy a ver. Me los quiero llevar grabados todos en las pupilas. A lo mejor me equivoco, a lo mejor vuelvo a venir, ojalá. Pero quién sabe. Voy a cumplir 90 años, así que”¦ (ríe)
¿Y cuál es la impresión más importante, qué le gustaría llevarse de El Salvador, si este fuese su último viaje?
El cariño de mis amigos, el acento salvadoreño, quiero que se me quede dentro. Hasta el aire es distinto”¦ No te sabría decir. Hay muchos paisajes, siempre me han gustado nuestros paisajes; pero ahora había una cosa”¦ me los quería beber. ¡Y las pupusas!
Muchas cosas, mi vida.
De toda su obra, poesía, novela… ¿Qué es lo que quisiera que trascendiese?
Bueno, obviamente yo publico porque me quiero comunicar, entonces, escribir para mí es establecer un diálogo conmigo misma y con la gente que yo quiero. Hago complots para acumular cariño. Esa es una de las maneras, y claro que me encantaría que trascendiese, pero eso el tiempo va a decirlo. A lo mejor hace algunos años me preocupaba eso, pero ahora ya no. Mi obra ya está detrás de mí y eso es lo que he querido: ser transparente en mi obra porque me quiero comunicar, no solo conmigo sino con los míos; porque todos los míos son los que me leen.
¿Y cuáles han sido los momentos, en todo su trabajo literario, más difíciles y los más importantes o trascendentales?
¡Uh! fijate que eso es bien difícil. Por ejemplo, la poesía. Yo he hecho bastante prosa, pero también mucha poesía. Eso me apasiona a mí y a veces el poema me viene como si me lo dictaran. Me sale fácil, pero yo no publico inmediatamente escribo. Y hay otros en que pienso que todo será fácil y son los que más me cuestan, y ¿sabes una cosa? encontrar el lenguaje, la palabra justa en un poema, sobre todo si es corto, es bien difícil. Me da unas noches de insomnio tremenda para poder encontrar la palabra justa. Eso son los momentos más difíciles.
¿Pero no ha existido un momento histórico, por ejemplo, donde se le haya hecho difícil el trabajo literario?
No, aunque ha habido momentos en que me siento un poco bloqueada y digo «ya, la musa me abandonó» pero no, la musa no me ha abandonado. Siempre es la búsqueda de la palabra justa. Yo hago equilibrio porque la poesía no es solo emoción sino que es también trabajo, oficio. Es poner en orden tus emociones, es trabajarlas con inteligencia.
Ahora, otro aspecto de su trabajo. Usted trabajó bastante lo testimonial y lo convirtió en ficción…
Sí, lo testimonial, como en la novela de Cenizas de Izalco. Hay cosas que no se prestan para la poesía, yo no la uso, ella me usa a mí. Pero hay cosas que quería decir. Por ejemplo esa matanza espantosa que pasó hace tantos años, cuando yo solo tenía siete. Entonces yo quería darle voz a toda esa gente no se podía expresar de otra manera. Entonces empezamos así mi marido y yo los libros de testimonio.
Y continuó este trabajo con otros, como No me agarran viva, en tiempos del conflicto armado.
Sí. Después de Cenizas de Izalco que es una novela histórica, fueron los testimonios. Mi marido y yo fuimos a Nicaragua cuando ganó la revolución y escribimos este libro Nicaragua y la revolución Sandinista. Viajamos por todo el país. En carro, autobús, tren, avioneta y entrevistamos a toda clase de gentes que estaban con la revolución, que no estaban con la revolución”¦ Y en eso llegó un muchacho salvadoreño que nos contó cómo había muerto su mujer en la guerrilla salvadoreña y ella así decía «A mí no me agarran viva» y así fue como escribimos. Él nos dijo «Si yo fuera escritor, escribiría eso» y yo le dije «yo lo voy a escribir». Bud y yo nos entusiasmamos con la cosa de testimonios porque de verdad es un poco darles voz a los que de otra manera no pueden expresarlo. Es una especie de periodismo.
Entonces su novelística testimonial comienza en los 80.
Así es, antes de eso teníamos Cenizas de Izalco, nada más. Y antes teníamos la antología de New Voices of Hispanic America (Nuevas voces de Hispanoamérica), un libro que yo quiero mucho. En ese tiempo éramos muy jóvenes, cuando estábamos a mediados de los 50 cuando mi marido se le ocurrió eso. Vivíamos en México, y conocimos a Juan Rulfo, Arriola… Esos eran apenas conocidos en sus propios países. Ni siquiera en el resto de Llatinoamérica. Y a mi marido se le ocurrió esa idea, ese libro de recopilación que nos costó muchísimo. ¿Te imaginas? ese trabajo de leer, a quién escogíamos. Y fijate que muchos de ellos ahora están en el «boom» y eso me llena de orgullo, porque eran completamente desconocidos.
Este trabajo que realizaron, de cierto modo, ayudó a darles a ellos visibilización.
Ojalá (rié)
Del trabajo que está detrás de la escritura, hablar con la gente, viajar, leer… ¿qué es lo más destacable para usted?
La verdad, yo creo que si no hubiera escrito poesía a lo mejor hubiera enloquecido. Es una necesidad para mí. Sacar lo que llevo dentro, tener un diálogo verdadero conmigo y si puedo, compartirlo con los míos. Pero esa es la razón de mi vida. Si no te expresas, te ahogas.
¿Y los temas? ¿Cómo llega a quedarse con ese tema social tan fuerte en la poesía?
Yo antes era muy lírica y muy introspectiva, de jovencita. Yo pensaba que no podía haber cambios. Que los Estados Unidos ayudaban a los dictadores de turno. Pero después desperté y empecé a ver a mi gente, empecé a ver el sufrimiento. Y ya lo dije muchas veces. Se me vino Cenizas de Izalco, y yo estaba viviendo en París. Se me vino la masacre y yo había, de cierto modo, sido testigo. Es la primera que llega con compromiso y ese tema se vuelca en la poesía.
¿Y qué tan de cerca ha seguido usted el proceso cultural de El Salvador, escritores actuales?
No tan de cerca, desgraciadamente. No nos llegan publicaciones, pero yo sesé que, hay gente mucho valor. A estas pocas gentes que conozco si quisiera seguirlas de cerca, porque van a darle riqueza a nuestro país.
¿Ve usted proyección en la literatura salvadoreña?
iAh, sí! No me gusta decir nombres, pero en general, la generación de Susana Reyes, de Jorge Galán, yo la encuentro muy buena. Ahora; de los jóvenes conozco poco, pero me encantaría saber más. Ahora que me nombrarán embajadora cultural tengo el deber de conocer más.
¿Qué significa el reconocimiento que recibirá el jueves para usted?
Es una gran alegría que mi país me reconozca, aunque no se sí me lo merezco. Maestra y notable poeta. Yo maestra no me siento, pero me ha alegrado el corazón, y procurare no defraudarlos. Me interesan mucho los jóvenes, porque los quiero, los quiero y espero que no dejen su trabajo, su oficio de leer y escribir.
Y de los escritores salvadoreños que conoció usted, ¿quién cree que fue de los más influyentes en su obra?
Fiíjate que, a mí, hay muchos que me gustan, pero Salarrué fue un clásico. No te digo que me influyó porque tenemos estilos diferentes. Pero es un escritor universal Salarrué.
¿Qué significa haber tenido a estos amigos, como Cortázar, Robert Graves”¦ los que usted menciona en Mágina tribu y otros, como Mario Benedetti? ¿Ellos influyeron en su camino como poeta?
¡Ah! fueron muy importantes. Teníamos pláticas maravillosas y conocí mucho a través de ellos, sus países, las necesidades de sus países. Para mí fue una riqueza muy grande haberlos conocido. Por ejemplo, a los de Nuevas voces de Hispanoamérica, y haberlos traducido, pues hubo amistades grandísimas, como con Rulfo, por ejemplo. Él era un hombre muy tímido, pero muy maravilloso. Nos quisimos con él, mi marido y yo, muchísimo. Él me hizo ser más estricta con lo que escribía, mirar con lupa mis poemas, porque él, el mismo Juan Rulfo, dudaba de publicar sus cosas.
Julio Cortázar, influyó mucho más en mí por la cosa lúdica. Fue un amigo importantísimo.
Además de ser escritora, fue madre. ¿Cómo fue manejar las dos cosas el tiempo en que le tocó compartir esas etapas?
Al principio fue difícil, porque nosotros no éramos ricos. Yo no podía pagarle a alguien, cuando estábamos en Estados Unidos, para que cuidara a mis niñas, porque tuve tres hijas en dos años, por las gemelas. Casi no escribí pero mi marido consiguió un trabajo en México, en un periódico en inglés editado por Novedades. Él sería el editor. Allí, en México, me sentí liberada. Allí sentí que había recobrado mi lengua, porque en Estados Unidos sentía me estaba perdiendo los últimos coloquialismos, que no podía escribir porque tenía tres muchachitas que estaban detrás de mí. Fue un período muy duro. Pero nos fuimos a México y esa fue mi salvación, como un renacimiento. Además, tuve una muchacha que me ayudaba y así tuve algunas horas para escribir.
Además de eso, ¿hubo otras dificultades en ser una mujer que se dedicaba a las letras en ese entonces?
Bueno, eso nada más, porque mi marido sabía lo que para mí significaba la vocación literaria. Yo se lo dije antes de casarnos. Que para mí la poesía era mi primer amor (ríe). Pero mi marido me ayudaba mucho. Leíamos juntos, y él era un crítico tremendo de mis poemas. En ese sentido me consideré muy acompañada de él.
Bud fue sumamente importante”¦
Muy importante, muy importante.
Ahora, de los sitios que logró conocer en sus viajes, junto a su marido, ¿cuáles han sido los más importantes, los que le han marcado?
Quizás México, porque allí fue que conocí a muchos amigos entrañables. Allí hicimos el libro que nos permitió conocerlos a casi todos.
¿Considera usted que hizo lo que quería de su vida?
Mira, yo hubiera querido ser una gran escritora. Sé que no soy una gran escritora, pero sí estoy contenta, porque he dado todo lo que yo he podido Y eso es lo que aconsejo siempre. Que den lo que tengan. Estoy contenta creo yo, al final de mi vida, haber dado lo que podía dar.
Hay algunos que opinan que usted es la escritora salvadoreña más internacional y más prolífica, ¿qué piensa usted de ello?
Es cuestión de suerte, y tal vez porque he viajado tanto. Y escribo constantemente porque esa es mi vocación, eso siempre ha sido mi vocación. Desde joven tuve apoyo de mi madre, padre. Tuve el apoyo de Salarrué después, de Alberto Guerra Trigueros, que influyó mucho en mí. Yo creo que a él no se le ha hecho justicia a él fue un gran escritor, un gran hombre.
De todo su trabajo literario, ¿qué es lo que quisiera que su obra dejara en las personas?
Lo que quiero es que las personas puedan convivir conmigo esa historias. Mira, hay una cosa que es muy triste porque es la pérdida de mi marido; yo escribí un libro, Saudade. De ese libro yo he recibido, de todos lados, cartas de viudas diciéndome que les ha ayudado. Eso a mí me ha dejado muy feliz, saber que he podido ayudar a otras que están viviendo ese momento que yo pasé.
Con relación al documental que están realizando sobre usted, ¿qué es lo que espera, opina al respecto?
Pues no sé, estoy muy asustada (ríe). Me alegra, porque es una cosa con que mis nietos me van a conocer después, y también la gente de mi país. Un poco de vanidad, ¿verdad? ¡Jajaja!
Para finalizar, ¿cómo podría definir su vida en pocas palabras?
Pues creo que tuve suerte. Hay gente que no tiene suerte. Tuve la suerte de que me apoyaran los que me tenían que apoyar.
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Reseña biográfica
Clara Isabel Alegría Vides nació en Estelí, Nicaragua, el 12 de mayo de 1924; pero debido a problemas políticos (su padre era simpatizante de los sandinistas) su familia emigró a El Salvador. Conoció a numerosos escritores latinoamericanos con quienes entabló una profunda amistad. Se casó con el diplomático y escritor Darwin J. Flakoll, con quien tuvo cuatro hijos y coescribió varios libros. Es dueña de una prolífica obra literaria entre las que destacan más de una treintena de títulos, entre poesía, ensayo, cuento, novela y testimonio. Su obra, traducida a más de una docena de lenguas, ha sido premiada en repetidas ocasiones: finalista del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral (Cenizas de Izalco, 1964, en colaboración con su esposo, Darwin Flakoll); Premio Casa de las Américas (Sobrevivo, 1978); Premio Poesía de Autores Independientes (2000) y la Orden de Caballero de las Artes y las Letras, concedido por el Gobierno de Francia (2004). En 2006 se convirtió en la primera mujer hispanoamericana en recibir el prestigioso Premio Internacional Neustadt para la Literatura, otorgado por la Universidad de Oklahoma y la revista World Literature Today, considerado el Nobel de América, y que en el continente sólo han recibido Octavio Paz, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Ese mismo año, 2006, fueron candidatos a recibirlo escritores de la talla de Philip Roth, Orhan Pamuk y Alice Munro (Nobel 2013), entre otros. En el 2007 índole Editores publica para El Salvador Mágica tribu. Falleció este jueves 25 de enero a la edad de 93 años.
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Publicada originalmente el 04 diciembre 2013 en ContraPunto.