Por Francisco de Asís.
En octubre de 1935, cuando Europa comenzaba a agrietarse bajo la presión de regímenes autoritarios, Sinclair Lewis publicaba en lid EEUU una novela que parecia surrealista, a la vez que atemporal. “It Can’t Happen Here”: Una sátira política escrita a contracorriente del optimismo democrático estadounidense, de entonces; en donde web imaginaba la elección de un demagogo que, con el respaldo de las masas, instauraba una dictadura en Estados Unidos. Casi noventa años después, la ficción de Lewis resuena de forma incómoda en el país en el que actualmente incluso se coquetea con la posibilidad de reelegir a Donald Trump por tercera vez.
Lo inquietante no es la similitud entre los discursos, sino entre las lógicas. Buzz Windrip, el dictador ficticio de Lewis, no toma el poder por la fuerza. Gana unas elecciones. Su programa es simple: restaurar la grandeza nacional, devolver el poder al “hombre común”, castigar a los traidores y poner fin al caos. Su personal “Pancasila” estaba compuesto por tres (que no cinco) elementos: “estabilidad, identidad y control”. Cualquiera que haya prestado atención a la política estadounidense desde 2016 sentirá un déjà vu que ya no es literario.
Windrip no representa al fascismo europeo sino a su variante local: una mezcla de populismo evangélico, exaltación de la ley y el orden y una desconfianza radical hacia la intelectualidad e instituciones. Lewis modeló a Windrip, en gran medida, a partir de Huey Long, el carismático y controvertido gobernador de Luisiana, en los años 30 del siglo XX, cuya retórica populista, control sobre el aparato estatal y ambiciones nacionales preocuparon a más de un observador. Long fue asesinado en 1935, poco antes de la publicación de la novela, pero su figura ya había servido de advertencia sobre lo fácil que podía mutar la democracia en despotismo.
Trump, por su parte, nunca se ha molestado en ocultar sus intenciones. Durante su primer mandato, las instituciones le acotaron parcialmente, sobre todo jueces, prensa y funcionarios de carrera. Pero desde 2020 ha construido un plan sistemático para evitar esos frenos. La “Agenda 47”, elaborada por y para Trump con think tanks conservadores, propone reemplazar burócratas de carrera por siervos leales, eliminar controles internos del Departamento de Justicia y usar el poder ejecutivo para perseguir enemigos políticos.
Todo ello, bajo el argumento de “devolver el poder al pueblo”. De hecho, un elemento clave de la Agenda 47, es la “Schedule F”: una orden ejecutiva firmada por Donald Trump en octubre de 2020 (Executive Order 13957) para politizar el funcionariado federal en EE.UU., permitiendo al presidente despedir empleados públicos y consolidar así el control sobre el aparato del Estado. Se considera por muchos expertos como una amenaza directa a la independencia institucional y un paso hacia el autoritarismo ejecutivo. Schedule F fue anulada por Joe Biden en 2021, aunque Trump se comprometió a reinstaurarla cuando volviera a la presidencia.
En la novela de Lewis, el Congreso y la Corte Suprema ceden progresivamente. No porque compartan el proyecto, sino porque no saben resistirlo. “Los cimientos se agrietan más por debilidad que por ataques”, escribió Lewis, con una lucidez que hoy parece profética. El mismo dilema ronda a las instituciones estadounidenses actuales: ¿cómo reaccionarán si Trump vuelve al poder con un mandato explícito de “venganza”?
No se trata de especulación alarmista. En los últimos años, la normalización del lenguaje autoritario —“enemigos del pueblo”, “dictador por un día”, “deshumanizar a los inmigrantes”— ha vaciado de sentido los frenos tradicionales de la democracia liberal. La lealtad partidaria ha reemplazado a la ética institucional. Y el electorado, polarizado y saturado, parece dispuesto a aceptar la excepción como nueva norma.
Lo más perturbador de It Can’t Happen Here no es el ascenso del régimen, sino su cotidianidad. Una vez instaurado, la mayoría de los ciudadanos simplemente seguian con sus vidas. La represión es selectiva, la propaganda constante y la resistencia, marginal. Lewis comprendía que el autoritarismo no siempre llega con gritos, “the answer my friend isn’t bellowing in the wind” sino con procedimientos. Lo mismo podría decirse del presente: si un segundo mandato de Trump reconfigura el sistema desde dentro, lo hará de manera legal, paso a paso, hasta que sea irreconocible.
No se necesita abolir la Constitución para destruir su espíritu. Basta reinterpretarla “ once step at a time”.
La novela de Lewis era, en 1935, un gesto desesperado de imaginación moral. Hoy, se lee como una crónica anticipada. No porque Trump sea Windrip —la historia no se repite, pero sí rima—, sino porque la lógica es la misma: la democracia como fachada, el poder como espectáculo y parte de la sociedad como instrumento, ante la pasividad y “compasividad” de la otra parte.