Por Ricardo Paniagua
Según el medio informativo británico The Times, el último fin de semana del mes de marzo del año presente fue el más sangriento en El Salvador desde que terminó la guerra civil en 1992. Hubo pues una cifra horrenda de homicidios en el país que alcanzó las ochenta y siete víctimas, según ese medio anglosajón.
Fue sino hasta después de las seis de la tarde cuando el Presidente Nayib Bukele solicitó a la Asamblea Legislativa que decretase el régimen de estado de excepción. El parlamento salvadoreño accedió a esta solicitud y aprobó la suspensión de algunas garantías constitucionales a fin de procurar golpes certeros al accionar delincuencial de las pandillas en el territorio.
Después del sábado 26 de marzo, la conducción estratégica de la seguridad pública que se adoptó en el país se redefinió para lograr la captura de millares de miembros de pandillas o gente vinculada a estas. Al cabo de una semana, el mismo Presidente Nayib Bukele publicaría en la red social de Twitter que serían más de 5 mil sujetos los capturados. Además, en menos de que se cumpliera la semana, Bukele envió un pliego de reformas al Código Penal y al Código Procesal Penal y cuatro nuevas leyes para lograr la seguridad y tranquilidad de las familias salvadoreñas.
Con lo anterior, las pandillas salvadoreñas sufren una serie consecutiva de inesperados golpes de parte del poder verdaderamente legítimo que concentra la administración gubernamental central. En este punto, cualquier alternativa al diálogo sostenible difícilmente podría ser una opción en la actualidad. Los adversarios y/o enemigos del proyecto político del Presidente Nayib Bukele están destinados a ser erradicados. La autoridad pues que pretenden mantener en algunas comunidades del país estas estructuras pandilleriles estaría por agotarse por completo.
Esta apuesta consolidaría el Plan Control Territorial, lograría un cierto mejoramiento en la dinámica económica local, mejoraría la recepción del turismo y ocasionaría un mejor escenario para construir una verdadera cohesión social. No obstante no ocurra así, lo cierto es que la visión que tiene el Presidente Nayib Bukele para El Salvador es esencialmente indetenible.