Por René Martínez Pineda.
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… Maradona, tocando el cielo de Inglaterra con las manos sucias de barrio; el “Mágico González”, y la única alegría del pueblo en guerra, al que nunca traicionó con sus gambetas y culebras macheteadas; Duarte, a los pies del divino Salvador del Mundo, bebiendo shuco en una copa de cobre; Dragon Ball, y “Air” Jordan, conquistando el incensario de lo imposible, cambiando el centro de gravedad de las cosas; Marcial, y la corte marcial que no cortó nada; Guazapa, y los tatús, con aire acondicionado, que profetizaron la traición más grande la historia, sin que los buenos utopistas se dieran cuenta. Días rojos, y verdes, y azules, que no sabían qué hacer consigo mismos. Días en los que el turno del ofendido estaba a la vuelta de una esquina sospechosa, esa arista en la que pretendí tocar las nubes a fuerza de rezos perentorios a la virgen bienaventurada que, en silencio y a solas, hace milagros carnales y reparte placer con juguetes que llevan escrito mi nombre.
Gorbachov, ocultando en sus maletas la foto de Fujimori, y la factura del Levis que compró, al escamote, en el Aeropuerto Ronald Reagan; Freddie Mercury, la orfandad de la música en código, y el código binario que privatizó las pensiones y los achaques, sólo por joder, y por jodernos; la Sociología del reinvencionismo, pregonando la epistemología de las víctimas en las calles de Santa Ana y Buenos Aires; Luis Donaldo Colosio, y la privatización de la luz que nos dejó a oscuras; los Acuerdos de Paz, como Pacto de Guerra y reparto del botín entre los pudientes sin sufrientes; Cristiani, y los sacerdotes jesuitas a la espera de los santos óleos, sin misa de acción de gracias, ni cuerpos presentes; Clinton, Mónica Lewinsky, y la política como leche prohibida; la madre Teresa de Calcuta, y los políticos hijos de la gran puta que no sabe nadie de dónde son; la Guerra del Golfo, la conspiración de Rodolfo, y el inicio de la guerra social de pobres contra pobres que, sin lástima, nutrió al Acelhuate y dejó pachito al Mitch; Saramago, y el Evangelio según Judas. Días sin horas en los que fui una víctima sin victimario, ni un Judas a la vista, cuando, sentado en una banca del parque Bolívar, no pude descifrar el código de la traición a la utopía social.
Vicente Fox, tarareando -sin calzoncillo, pero con botas- las canciones de Chente Fernández, en la bóveda del banco con nueva clave, pero con el mismo gallero. Chris Cornell, presagiando la acumulación de fuerzas en silencio de los salvadoreños que la esperaron “Like a Stone”; La revolución de los tulipanes, y la pecaminosa sumisión del sándalo en los curules de la ignominia y en el puerperio de un hospital público sin alma; Saca, sacando todo lo que puede para meterlo en sus bolsillos; el Plan Colombia, y el Plan de la Era de la Gran Delincuencia en el Portal Sagrera, la Campanera, Ciudad Delgado, Apopa, similares y conexos; Funes, buscando la fuente de la leche materna y paseando de la mano con un tal Salvador, que no salvó a nadie de la muerte; el sombrero azul manchado de caviar, y la traición más grande de la historia anunciada desde el primer día; Francisco Flores, y un ataúd sin flores ni difunto; la dolarización de la mano dura con las víctimas del cuchillo; la crisis económica mundial que, con sus impuestos, pagaron los pobres para ser solidarios con los multimillonarios que querían suicidarse, como en el 29; Obama, haciéndole la guerra a Afganistán, para ganar el premio Nóbel de la Paz; el país más peligroso del mundo jugando al “ladrón librado” con los que no descansan en paz; Nuevo Cuscatlán, y su profecía de la Nueva Era; los indignados que no se pudieron dignificar; Venezuela sin Chávez, ni chavismo; Jinping, modificando la polaridad de la brújula, sólo por joder; Trump, visitando Siria a bordo de un dron; López Obrador, obrando un milagro en las calles de Tepito; la inmaculada utopía sin ropa, como delirio sabatino que linda lo indecible; Nayib, la singularidad sociológica, y la nueva marca de la política de lo público y las rebeliones electorales; el COVID, un simple catarro si lo comparamos con la pandemia de la oposición política más perversa de este mundo… y del otro; Messi, Hawking, y Jobs, reinventando el juego y la magia de lo cotidiano; la NASA, buscando contratar a los niños de la calle para que le resuelvan el problema de vivir sin aire ni alimentos… ni Estado. Días en los que la rebelión electoral fue el terremoto que, sin golpe avisa, le cambió el mapa al país.
Venezuela sin Chávez, ni chavismo; Jinping, alterando la polaridad de la brújula; López Obrador, obrando un milagro en las calles de Tepito; la inmaculada utopía sin ropa, como delirio sabatino que linda lo indecible; Nayib, la singularidad sociológica, y la nueva marca de la política de lo público y las rebeliones electorales; el COVID, un simple catarro si lo comparamos con la pandemia de la oposición política más perversa de este mundo… y del otro.
Toriyama, Nayib, y los héroes de carne y hueso haciendo malabares estrafalarios con el hambre disfrazada de pelota autografiada por un candidato sin relato; Washington, Bogotá, los artículos pétreos para petrificar la corrupción e impunidad; El Salvador, como capital de la muerte, y, Managua, como capital de expresidentes sin cuentas cabales; la Malinche, haciendo un Tik Tok de la moral, y un dudoso chino jugando capirucho en el último círculo del infierno, de Dante, atiborrado de locos disfrazados de forenses.
La Inteligencia Artificial, y su plan para apendejar, al tercer clic, al usuario, al truncar la entrada de algoritmos en su cerebro, algoritmos que son los que, precisamente, hacen que ese tipo de inteligencia funcione; Nayib, la rebelión de febrero que le dio otro significado a las urnas, y a la utopía, como sustento del nuevo tipo de revolución social; el COVID, que nos enseñó -con las pruebas en las manos sin alcohol gel- que la pandemia mortal que azotaba al país era otra: la de la violencia montada en la corrupción e impunidad; la cuarentena definiendo, sobre la matriz de las relaciones sociales cotidianas -cara a cara-, quiénes somos “nosotros”, y quiénes son “los otros”; Jack, el Destripador, expulsado de su imperio para instaurar la epistemología de las víctimas y resolver la ecuación: Crimen-Castigo… Días que pasaron de la pesadilla al sueño al agrandar el presente para que todos quepan en él, y en el futuro, sobre todo los eternos ausentes.