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Es la hora de una verdadera moneda mundial

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La idea de una moneda mundial no es nueva. Antes de las negociaciones de Bretton Woods, John Maynard Keynes sugirió al "bancor" como la unidad de cuenta de la Cámara de Compensación Internacional que propuso crear

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NUEVA YORK ““ Este año, el mundo conmemora dos aniversarios claves en la historia del sistema monetario internacional.  El primero es la creación del Fondo Monetario Internacional en la Conferencia de Bretton Woods hace 75 años. El segundo es la incorporación en el Convenio Constitutivo del FMI hace 50 años de los Derechos Especiales de Giro (DEG), el activo de reserva que emite dicho organismo.

Cuando se introdujeron los DEG, se estableció el objetivo de convertirlo en el “principal activo de reserva del sistema monetario internacional”. Esta ambición no se ha cumplido; de hecho, los DEG son uno de los instrumentos de cooperación internacional más subutilizados. Sin embargo, es mejor tarde que nunca: la transformación de los DEG en una verdadera moneda mundial traerí­a múltiples beneficios para la economí­a y el sistema monetario internacional.

La idea de una moneda mundial no es nueva. Antes de las negociaciones de Bretton Woods, John Maynard Keynes sugirió al “bancor” como la unidad de cuenta de la Cámara de Compensación Internacional que propuso crear. En los años sesenta surgieron otras propuestas bajo el liderazgo del economista belga Robert Triffin, orientadas a manejar los problemas crecientes que enfrentaba el régimen monetario internacional dual dólar-oro (basado en un precio fijo del oro en términos de dólares) que se habí­a establecido en Bretton Woods. Este régimen colapsó finalmente en 1971. Como resultado de las negociaciones de entonces, el FMI aprobó la creación de los DEG en 1967 y su incorporación en el Convenio Constitutivo dos años más tarde.

Aunque la emisión del DEG por parte del FMI tiene similitudes con la manera como los bancos centrales nacionales crean dinero, los DEG solo cumplen parcialmente las funciones de una moneda. Son, sin duda, un activo de reserva y, por lo tanto, un depósito de valor. Son también la unidad de cuenta del FMI. Pero solo se usan como medio de pago en las transacciones entre bancos centrales (especialmente de los paí­ses en desarrollo, pero también de algunos desarrollados) y con unos pocos organismos internacionales.

Los DEG tienen una serie de ventajas básicas, la más importante de las cuales es que su emisión puede ser utilizada como un instrumento de polí­tica monetaria internacional durante crisis de alcance mundial. Así­ se hizo en 2009, cuando el FMI emitió DEG por 250.000 millones de dólares para ayudar a combatir la crisis, siguiendo una propuesta del Grupo de los 20.

Aún más importante, los DEG podrí­an convertirse en el principal instrumento para financiar los programas de crédito del FMI. Hasta hoy, el Fondo se financia mediante aumentos de cuotas (que constituyen su capital) o con préstamos que le otorgan los paí­ses miembros. Pero las cuotas han tendido a rezagarse en relación con el crecimiento económico mundial: el último aumento fue aprobado en 2010, pero el Congreso de los Estados Unidos solo lo sancionó en 2015. Y los préstamos de paí­ses miembros, que constituyen la fuente de financiación adicional, especialmente durante las crisis, no es un verdadero instrumento multilateral.

La mejor alternativa es convertir al FMI en una institución que opera exclusivamente con su propia moneda, de carácter mundial, una propuesta que hizo hace varias décadas Jacques Polak, entonces economista jefe del organismo. Una alternativa simple es considerar a los DEG que se han asignado a los paí­ses, pero estos mantienen como reservas, como “depósitos” en Fondo, que este organismo utiliza para financiar sus programas de crédito. Esto requerirí­a un cambio en el Convenio Constitutivo, porque los DEG no se contabilizan hoy en las cuentas ordinarias del FMI.

El Fondo podrí­a emitir DEG en forma regular o, mejor aún, durante las crisis, como lo hizo en 2009. En el largo plazo las emisiones deben estar relacionadas con la demanda de reservas internacionales de los paí­ses. Varios economistas y el propio FMI han estimado que se podrí­an emitir en torno a 200.000 o 300.000 millones de dólares por año. Más aún, esto permitirí­a que los beneficios de emitir la moneda internacional (el llamado señoreaje) se reparta entre todos los paí­ses. Hoy en dí­a, estos beneficios son captados exclusivamente por los paí­ses o regiones que emiten monedas que se utilizan internacionalmente, especialmente el dólar y el euro.

El uso más activo de los DEG también permitirí­a que el sistema monetario internacional sea más independiente de la polí­tica monetaria de los Estados Unidos. Uno de los problemas del sistema monetario actual es precisamente que los objetivos de polí­tica monetaria de los Estados Unidos, el principal emisor de divisas, no son siempre consistentes con la estabilidad del sistema monetario internacional.

En todo caso, las monedas nacionales y regionales que se utilizan internacionalmente podrí­an continuar circulando a media que aumentan las reservas en DEG. Y se podrí­a crear una “cuenta de sustitución” en el FMI donde los paí­ses pueden cambiar sus reservas en divisas por DEG, como lo propuso el propio Estados Unidos en los años setenta.

Los DEG podrí­an ser utilizados en transacciones privadas o como la moneda en la cual se pueden denominar los bonos nacionales. Pero como el FMI lo señaló en un informe de 2018, esos “DEG de mercado”, que ayudarí­an a consolidar sus funciones como moneda, no son esenciales para la propuesta que se hace aquí­. Tampoco es necesario que sean utilizados como unidad de cuenta más allá del Fondo.

Los aniversarios del FMI y los DEG en 2019 merecen celebrarse. Pero son también la oportunidad ideal para apuntalar a los segundos como una verdadera moneda mundial que fortalezca el sistema monetario internacional. Las autoridades deben aprovechar esta gran oportunidad.

 José Antonio Ocampo es miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, el banco central de Colombia, profesor de la Universidad de Columbia, Presidente del Comité de Polí­ticas de Desarrollo del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y Presidente de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.

 

Copyright: Project Syndicate, 2019. www.project-syndicate.org

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José Antonio Ocampo
José Antonio Ocampo
Ex-ministro de Hacienda de Colombia y ex-subsecretario general de la ONU, es profesor de la Universidad de Columbia y presidente de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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