Estaba conversando en Leyendas con una bella y querida amiga sobre el éxito en sus estudios universitarios, ahora que ha vuelto a retomarlos, después de varios años de haberse dedicado a la función de gerencia de un restaurante muy famoso; eran las diez de la noche del domingo pasado, estaba lloviendo poquito, realmente caían unas gotitas, me cae mal este tipo de lluvia, debería de caer un buen vergazo y ya.
Julio, el dueño del restaurante en que nos encontrábamos, maneja el sólo dicho establecimiento los días domingo: tiene que hacer el aseo previo; las compras de supermercado; cocinar; atender a los clientes, especialmente aquellos que llegan a tomarse unas cuantas cervezas y conversar sobre sus ideales, penas, deportes, migraciones, felicidades, éxitos, frustraciones, política, economía, deportaciones, mujeres, hombres, hijos, amigos, enemigos, proyectos, suegras y cuñados, todo así desordenado, generalmente piden un plato de comida para boquear (costillitas, sándwich, aceitunas, alitas, etc).
La mayoría de los clientes habían llegado como a las siete de la noche y ya se habían ido a sus casas, para no los regañara su mamá, su mujer, su marido, sus hijos, su novia o novio; es bien incómodo que a uno le digan que no perdona ni el domingo en la noche para salir a joder.
A Julio se le notaba cansado, encontró donde sentarse al otro lado de la barra, escuchó atentamente nuestra plática durante un minuto y dijo que había que considerar el impacto que tienen los medios de comunicación en los jóvenes estudiantes. Mi amiga le dijo que le dejara terminar su argumento sobre el esfuerzo que estaba haciendo para tener éxito en sus estudios. Julio le dijo que terminara su argumento, pero a los pocos segundos la interrumpió diciendo que el Ministerio de Gobernación debía de no permitir que se exhiban películas o programas de televisión que hacen una apología del crimen, narcotráfico, trata de blancas y sexo pornográfico; que él como padre no entiende porque se permite que en un país donde el mayor problema es la violencia, el crimen organizado y las pandillas, se exhiban películas y programas de televisión que son verdaderas capacitaciones para emprender negocios ilegítimos, enriquecerse a costa del crimen y las drogas, por tanto triunfar en la vida. Mi bella amiga elevó sus pestañas, mostró completamente sus bellos ojos, subió un poco su barbilla, sus labios carnosos incitaban a besarlos, y dijo: ese ministerio tiene la obligación de hacerlo, no hay necesidad de que los padres de familia digan que hay que hacerlo.
Por aproximadamente dos minutos no logré entender el fondo de la discusión, hablaban más rápidamente y el volumen de la voz se había casi duplicado. Julio expresó que no era la primera vez que se había quejado por dejar exhibir esas películas y programas de televisión sin haber una calificación adecuada y en horarios en que los jóvenes no puedan verlos; que cuando le planteó esta queja a una amiga comunicadora que visita frecuentemente el restaurante, ella le había respondido que esas películas y programas de televisión reflejan la realidad que existe en nuestro país y otros de América Latina, que es parte de la responsabilidad de los medios de comunicación mostrar lo que realmente vivimos en nuestra región.
Ambos amigos me voltearon a ver, esperando a que yo diera una opinión, me sentí un poco presionado pero expresé que ambos tenían razón: Julio por expresar la preocupación de los padres de familia y mi bella amiga por dejar sentado que ese ministerio tenía la obligación de hacer una adecuada calificación de esas películas y programas de televisión.
En ese momento entró un grupo de amigos que venían muy alegres, nos saludaron y le pidieron a Julio unas cervezas y un plato de algo de comer. Con mi bella amiga continuamos conversando de sus estudios universitarios, pero yo seguía pensando que mi amigo Julio tenía mucha razón.