miércoles, 4 diciembre 2024
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El riesgo real para la economí­a global

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El mercado de hoy es fácil de explicar en términos de factores fundamentales: las ganancias están creciendo, se ha mantenido a raya la inflación y la economí­a global parece estar atravesando una expansión amplia y sincronizada.

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WASHINGTON, DC ““ Uno de los grandes misterios de los mercados globales de hoy es su entusiasmo irreprimible, aun si el mundo a su alrededor parece al borde del caos o del colapso. Y, sin embargo, los inversores pueden ser más racionales de lo que parece cuando se trata de calcular los riesgos polí­ticos. Si invertir tiene que ver, ante todo, con descontar flujos de caja futuros, es importante centrarse precisamente en qué afectará o no esos cálculos. Las potenciales crisis que pueden ser más dramáticas o violentas son, irónicamente, aquellas que al mercado le lleva menos tiempo registrar.

Mucho más peligrosos son los cambios graduales en las instituciones globales internacionales que cambian totalmente las expectativas sobre cómo se comportarán los actores clave. Esos cambios pueden surgir de manera lenta, pero pueden cambiar fundamentalmente el cálculo para registrar los riesgos y los potenciales retornos.

El mercado de hoy es fácil de explicar en términos de factores fundamentales: las ganancias están creciendo, se ha mantenido a raya la inflación y la economí­a global parece estar atravesando una expansión amplia y sincronizada. En octubre el Fondo Monetario Internacional actualizó su perspectiva global y predijo que sólo un puñado de paí­ses pequeños sufrirá una recesión el año próximo. Y, si bien los principales bancos centrales están planeando ajustar la polí­tica monetaria, si es que ya no han empezado a hacerlo, las tasas de interés se mantendrán bajas por ahora.

Es poco probable que las crisis polí­ticas, por más sensacionales que puedan ser, cambien el cálculo económico de los inversores. Inclusive después de las mayores calamidades del siglo XX, los mercados se recuperaron bastante rápido. Después del ataque de Japón a Pearl Harbor, los mercados bursátiles de Estados Unidos cayeron el 10%, pero se recuperaron en el lapso de seis semanas. De la misma manera, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, las acciones estadounidenses se desplomaron casi el 12%, pero se recuperaron en un mes. Tras el asesinato del presidente John F. Kennedy, los precios de las acciones cayeron menos del 3% y se recuperaron al dí­a siguiente.

Es verdad, cada crisis polí­tica es diferente. Pero en la mayorí­a de ellas, observa el inversor experto en mercados emergentes Jens Nystedt, los participantes del mercado pueden contar con una respuesta de parte de los responsables de las polí­ticas económicas. Los bancos centrales y los ministros de Finanzas casi siempre se apresurarán a compensar las crecientes primas de riesgo ajustando las tasas de interés o las polí­ticas fiscales, y los inversores vuelven a comercializar los activos a los valores que tení­an antes de la crisis.

Hoy, un conflicto con Corea del Norte por sus programas nucleares y de misiles encabeza la mayorí­a de las listas de crisis potenciales. Una guerra abierta o un incidente nuclear en la Pení­nsula de Corea desatarí­a un desastre humanitario, interrumpirí­a el comercio con Corea del Sur -la décimo tercera economí­a más grande del mundo- y generarí­a una conmoción polí­tica en todo el mundo. Y, aun así­, un desastre de esas caracterí­sticas muy probablemente serí­a breve, y su resultado serí­a evidente casi de inmediato. Las principales potencias del mundo seguirí­an más o menos alineadas, y los flujos de caja futuros de la mayorí­a de las inversiones seguirí­an sin alteraciones.

Lo mismo puede decirse de Arabia Saudita, donde el prí­ncipe de la corona Mohammed bin Salman acaba de purgar al gobierno y al aparato de seguridad para consolidar su poder. Aún si un repentino levantamiento en el reino transformara el equilibrio de poder en Oriente Medio, el paí­s querrí­a seguir manteniendo sus exportaciones. Y si llegara a producirse una interrupción en los suministros globales de petróleo, estarí­a amortizada por la competencia entre productores y por las nuevas tecnologí­as.

De la misma manera, un colapso polí­tico o económico de gran escala en Venezuela tendrí­a serias implicancias regionales y hasta podrí­a resultar en una crisis humanitaria aún más grave allí­. Pero muy probablemente no tendrí­a un impacto mayor, y mucho menos sistémico, en los mercados energéticos y financieros.

Estos escenarios suelen aparecer en los titulares, de manera que, si suceden, es menos probable que causen sorpresa. Pero inclusive cuando estalla inesperadamente un ataque cibernético o una epidemia, la alteración subsiguiente de los mercados dura sólo el tiempo que a los inversores les lleva revaluar las tasas de descuento y los futuros flujos de ganancias.

Por el contrario, es mucho más factible que los cambios en las presunciones económicas ampliamente compartidas provoquen una liquidación, al instar a los inversores a revaluar la posibilidad de efectivamente convertir en dinero los flujos de caja proyectados. Podrí­a haber una naciente conciencia entre los inversores de que las tasas de crecimiento se están desacelerando o de que los bancos centrales una vez más no percibieron el surgimiento de la inflación. O el cambio podrí­a producirse más repentinamente, con el descubrimiento, por ejemplo, de grandes volúmenes de créditos tóxicos que, poco probablemente, sean saldados.

Como bien saben los inversores en mercados emergentes, los cambios polí­ticos pueden afectar las presunciones económicas. Pero, una vez más, el riesgo no surge tanto de las crisis impredecibles como de la lenta erosión de las instituciones en las que los inversores confí­an para que un mundo incierto se vuelva más predecible.

Por ejemplo, los inversores en Turquí­a saben que el hecho de que el paí­s le haya dado la espalda a la democracia lo ha distanciado de Europa y ha introducido nuevos riesgos para los retornos futuros. Por otro lado, en Brasil, a pesar del actual escándalo por corrupción que derribó a un presidente y podrí­a poner fin al mandato de otro, los inversores reconocen que las instituciones del paí­s funcionan -aunque de manera torpe- y han calculado los riesgos en consecuencia.

El mayor riesgo polí­tico para los mercados globales hoy, por ende, es que los actores clave que moldean las expectativas de los inversores sufran un realineamiento fundamental. Lo más preocupante de todo es Estados Unidos, que hoy intenta inventarse un nuevo rol en la presidencia de Donald Trump.

Al retirarse de acuerdos internacionales e intentar renegociar los acuerdos comerciales existentes, Estados Unidos ya se ha vuelto menos predecible. De cara al futuro, si Trump y los próximos lí­deres de Estados Unidos siguen interactuando con otros paí­ses a través de transacciones de suma cero en lugar de fortalecer conjuntamente las instituciones, el mundo no podrá ofrecer una respuesta conjunta para el próximo perí­odo de agitación de los mercados globales.

En definitiva, un Estados Unidos menos confiable exigirá una tasa de descuento más alta casi en todas partes. A menos que intervengan otros ciclos económicos antes de que cambien las expectativas de los inversores, ese será el fin del actual auge de los mercados.

Christopher Smart es miembro sénior del Fondo Carnegie para la Paz Internacional y del Centro de Negocios Mossavar-Rahmani en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard. Fue asistente especial del presidente de Estados Unidos para Economí­a Internacional, Comercio e Inversión (2013-2015) y subsecretario adjunto del Tesoro para Europa y Eurasia (2009-13).

C Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org

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Christopher Smart
Christopher Smart
Analista Económico

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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