La crisis interna que afecta actualmente al partido de gobierno – que no gobernante – está, entre otras causas, directamente ligada con el difícil proceso de relevo generacional y la búsqueda de una modernidad adecuada para las estructuras partidarias. Un proceso que requiere habilidad suprema para su gestión correcta y que supone, casi siempre, traumas, confrontaciones, mutación de lealtades y, por supuesto, crisis y fracturas internas.
Desde hace ya algunos años, especialmente desde su última derrota electoral reconocida, la de noviembre del año 2005, el partido Nacional ha mostrado esfuerzos para renovar sus cuadros de dirección a niveles intermedios, promoviendo el ascenso de una nueva generación de políticos que han sido formados (habrá quienes dirán deformados) en los cursos de capacitación del Instituto de formación política que durante mucho tiempo dirigió el actual gobernante.
Varios de los actuales dirigentes jóvenes del PN y más de alguno de sus altos funcionarios y ministros de los últimos gobiernos “nacionalistas”, son personas que recibieron los mencionados cursos de capacitación y conforman lo que podríamos llamar la nueva generación de cuadros políticos de ese partido. Es una generación en la que pululan muchos tecnócratas, poco conocidos, con débil arraigo dentro del partido pero con ambiciones bien definidas y mejor cimentadas. Su apetito por el poder, aunque parece nuevo, no lo es. Viene desde los tiempos en que don Juan Hernández los arengaba en el Instituto de formación política y les despertaba las ambiciones primarias por las delicias y desafíos del poder político. Hoy, varios de ellos, están ya enquistados en los circuitos del Estado y empiezan a embriagarse con los sugerentes vapores del poder.
Aunque necesario y, en cierto momento, inevitable, el relevo no es fácil. Supone el gradual o brusco desplazamiento, según sean las reacciones de los afectados y el nivel de su resistencia, de una generación por otra. Es el momento de una transición que suele ser traumática y dolorosa. Los viejos cuadros, con arraigo que viene de lejos en las filas partidarias, se sienten desplazados, injustamente tratados y, por lo mismo, afectados como víctimas propicias de un cambio generacional que muy pocos esperaban y la mayoría no logra entender plenamente.
En el caso del PN, el relevo se ha visto complicado y hasta cierto punto deformado por algunos hechos ajenos a su naturaleza. El actual gobernante introdujo la reelección ilegal, el continuismo presidencial y el autoritarismo vertical, tres ingredientes que, una vez mezclados, resultan explosivos y tremendamente dañinos para el proceso interno de relevo y transición generacional. Si a esto agregamos que los tres elementos mencionados se producen y reproducen en un marco de creciente corrupción gubernamental y desmesurada inseguridad pública, entonces iremos entendiendo mejor la naturaleza caótica y distorsionante del proceso supuestamente modernizador al interior del partido de gobierno.
En circunstancias semejantes, la ruptura y el fraccionamiento políticos son casi inevitables. Solo que, en el caso del PN, ese proceso se acompaña en forma paralela por otro, que tiende a la formación de tribus internas y al desarrollo de un canibalismo que conduce a la “jibarización” del partido, es decir al corte despiadado de cabezas y de cabecillas. Ya lo empezamos a ver.
El surgimiento de varios aspirantes, a cual más atrevido y menos preparado, para ocupar la silla de don Juan, genera confusión y desconcierto, provocando el cambio de lealtades, las rupturas personales y hasta la utilización de la justicia, ya no digamos el presupuesto, para ajustes de cuentas tan individuales como políticas. La rivalidad personal esconde a veces o se mezcla con la divergencia política, exacerbando los niveles de “jibarización” interna y la furia de los contendientes.
Ante la ausencia de una doctrina bien fundada (eso del “humanismo cristiano” muy pocos se lo tomaron en serio), las disputas derivan hacia el odio personal y la trifulca individualizada. Solo en contadas ocasiones, la controversia se centra en los grandes vicios del proceso de relevo y en la naturaleza arbitraria y deslegitimada del desempeño gubernamental. La crítica no alcanza los necesarios niveles de profundidad para sacar a flote, en toda su descomposición maloliente, la naturaleza espúrea, el carácter ilegal y el demencial afán continuista del régimen actual. Es como si los padres de la criatura se negaran, a la corta y a la larga, a reconocer su responsabilidad en el diseño del engendro. Es triste, pero es así.