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El problema de los empresarios

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Los empresarios deben ser escuchados y tenidos en cuenta cuando se habla de redistribución de la riqueza. Pero no pueden ni deben tener siempre la última palabra

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Algunos empresarios se quejan con frecuencia diciendo que el Gobierno los trata mal o no les reconoce sus méritos. En una reciente sesión de reparto de premios a empresarios, ese fue el discurso más reseñado por la prensa. Por supuesto, tienen derecho a quejarse, pero que no lloren si después alguien les dice que hacen el ridí­culo. Afirmar que lo que hay en el paí­s es gracias a ellos, no es decir gran cosa, porque lo que hay no es gran cosa. Y dado que los empresarios han tenido un peso muy especial en los Gobiernos de nuestros casi doscientos años de independencia, no serí­a irracional decir que el subdesarrollo nacional se debe en buena parte a ellos y a sus deficientes polí­ticas cuando controlan el Estado. Esto es tan opinable como decir que los Gobiernos tratan mal a los empresarios. Pero hay algo en algunos empresarios, no en todos, que resulta enfermizo y que deben corregir. Cuando uno de ellos dice una tonterí­a, cuando afirma algo alejado de la realidad, cuando se pone a hablar de polí­tica sin saber mucho del tema, es casi imposible que otro empresario, sobre todo de los importantes, le contradiga. Resultado: muchas personas critican a los empresarios como gremio y estos repiten sus quejas de que hay una conspiración contra ellos. Un cí­rculo vicioso que da la impresión que comienza cuando un Gobierno no le dice amén a todo lo que los empresarios o sus lumbreras más vistosas dicen en público.

Un segundo problema es pensar que el mercado soluciona todo. Es cierto que el mercado es importante para producir riqueza y que la empresa, como institución, es el mejor mecanismo para ello. Pero al mismo tiempo, la empresa tiene con demasiada frecuencia la tentación, o la deriva, de distribuir pésimamente la riqueza. El hecho de que durante dos siglos los gobernantes de El Salvador hayan sido empresarios en su mayorí­a, cuando no militares, no habla muy bien de ellos. Y el hecho de que se presenten como ví­ctimas cada vez que se habla de impuestos tampoco mejora las cosas. Incluso algunos tienen muy poca claridad sobre el tema. Samuel Quirós tendrá sin duda un gran mérito como hombre trabajador. Pero decir que la mayorí­a del dinero que va al Gobierno proviene de los impuestos de los empresarios es simple y sencillamente falso. El Gobierno recoge más dinero del IVA que de la renta. Y la renta personal es mucho mayor que la renta empresarial. Pero los periódicos hambrientos de publicidad no se atreven a contradecir este tipo de frases. Al contrario, las subrayan con fuerza, como si fueran ideas de un Premio Nobel. Pero no nos equivoquemos: la Palma de Oro de la Cámara de Comercio no brilla por su pensamiento económico.

Sobre el agua, la doctrina social de la Iglesia católica dice que “no puede ser tratada como una simple mercancí­a más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario”. Una frase tan sencilla y tan evidente deberí­a ser reflexionada a fondo. No todo lo resuelve el mercado. Hay cosas que deben estar en manos de toda la sociedad a través de leyes acordadas desde el bien común. Y los temas que afectan a derechos fundamentales de la persona tienen que ser tratados de modo “racional y solidario”. Entendiendo racional como algo que no crea graves desigualdades ni problemas sociales. Y entendiendo solidario como un esfuerzo generoso por compartir y proporcionar a otros las herramientas para salir de la pobreza. La Iglesia anima a los empresarios en su labor de emprender, pero les recuerda que son parte de la sociedad y que tienen que tener, más allá de su riqueza, una postura abierta a la reflexión y a la solidaridad. Y que necesitan apoyo de la sociedad e incluso de Estado, en vez de construí­rselo a sí­ mismos con ideas equivocadas.

Desde hace un poco más de treinta años, por poner un lapso de tiempo, es difí­cil encontrar una autocrí­tica seria de los empresarios. Es cierto que los hay abiertos y dialogantes, que no desean que la ventaja competitiva de El Salvador consista en ofrecer mano de obra barata al mercado internacional. Pero corporativamente falta que eso se exprese públicamente con hechos. Pues cuando se habla con cierta seriedad de subir el salario mí­nimo, el coro empresarial se expresa de tal manera que pareciera que viven de la mano de obra barata, aunque ello no sea cierto en todas las compañí­as. La autocrí­tica es necesaria en las Iglesias, en las universidades, en la ciencia, en toda institución humana. Los buenos empresarios suelen hacer autocrí­tica precisamente para mejorar rendimientos. Pero esto que se hace individualmente rara vez se realiza con una dimensión social y pública, y mucho menos en debate con la sociedad civil. Prefieren traer gurúes que les canten alabanzas y continuar viviendo bien mientras otros quedan en la pobreza.

Lo repetimos, no hay otro instrumento mejor para crear riqueza que el sistema empresarial, como método. De la empresa han aprendido a manejar sus bienes las ONG, las Iglesias e incluso los Gobiernos (mal que bien). Pero la empresa y los empresarios deben aceptar que no son los mejores distribuidores de riqueza. Los hechos en nuestra propia historia son palpables. Los empresarios deben ser escuchados y tenidos en cuenta cuando se habla de redistribución de la riqueza. Pero no pueden ni deben tener siempre la última palabra. Si se quiere salir del subdesarrollo, hay que invertir más en educación, por poner el ejemplo más obvio. Y eso puede significar, en algún momento, poner más impuestos a quienes tienen más. Por supuesto, con racionalidad, pero también con solidaridad.

El presidente Franklin D. Roosevelt, a quien San Salvador honra con una importante calle, llegó a subir el impuesto sobre la renta a más del 90% del ingreso de los más ricos para poder ganar una guerra. Vencer la guerra pací­fica contra la deficiente situación educativa de El Salvador tal vez no amerite subir los impuestos a ese nivel. Pero quedarse en las miserias fiscales actuales no es racional ni mucho menos solidario. Los empresarios tienen derecho a pedir que los impuestos se inviertan bien, como lo tenemos todos los ciudadanos. Pero también tienen que darse cuenta de que solo con mayor inversión en desarrollo social se logrará un paí­s más justo, e incluso más respetuoso con una empresarialidad racional y solidaria.

© Todos los derechos reservados. Autor es director del Idhuca

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José María Tojeira
José María Tojeira
Director del Idhuca

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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