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El Manotas

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“El Manotas” no aprende a pesar de los sustos, en una ocasión su víctima resultó ser mujer policía que sintió una mano inquieta posarse en su pubis, casi lo atrapan, alguien jaló la alarma del vagón, en el barullo ella no reconoció al agresor y se pudo escapar

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Por Gabriel Otero

Ah que pulpo tan tentón, se llama Pablo pero le dicen “El Manotas” por la rapidez de sus extremidades, oriundo de la Colonia Buenos Aires, chilango de estirpe y canto, de oficio cuchara o ayudante del maestro albañil.

Chaparrito y moreno como casi todos los de su raza, la hace de portero en el Teporochos F.C. uno de los tantos clubes que juegan en el llano, entre chelas y carnitas dominicales.

Mientras no se beba la primera caguama “El Manotas” es garantía en el arco, el mejor guardameta del mundo, parece que tuviese tentáculos, no pasa nada por arriba ni por abajo. Pero después de las cervezas y el pulque del medio tiempo pierde concentración y le clavan seis goles por todos lados, la sed es débil y el hígado también.

El San Lunes apremia cada semana, siempre lo despiden por no llegar a su chamba y siempre lo contratan en otros trabajos por sus habilidades manuales, no hay nadie más vertiginoso para la mezcla y el repello y es resistente para cargar las cubetas de arena o lo que le pongan en el lomo.

A “El Manotas” le encantan las multitudes para andar de mano larga, él sabe que se expone a ser capturado por tocón, y muchas veces ha llegado lejos y soba resuelto y se retira cuando ellas recién se dan cuenta.

Las horas pico en el metro son sus favoritas, aborda los vagones en los que ve mujeres, de preferencia solitarias, las acosa con las manos, algunas aguantan el abuso por pena, otras gritan y mientan madres y las menos fantasiosas disfrutan los rozones.

“El Manotas” se sabe arbitrario, hijo de Dios, descendiente de Cuauhtémoc y La Malinche, adorador de la Santa Muerte, sus dones de ilusionista digital son su gran y único atributo, ¿para qué quiere más si tiene lo que necesita?

Sus cuates, carteristas de profesión, lo incitan a tomar lo que no es suyo pero él se niega, su habilidad es envidiada en el barrio, sitio famoso porque ahí se desmantelan coches en cinco minutos y en otros cinco se venden en partes.

“El Manotas” no aprende a pesar de los sustos, en una ocasión su víctima resultó ser mujer policía que sintió una mano inquieta posarse en su pubis, casi lo atrapan, alguien jaló la alarma del vagón, en el barullo ella no reconoció al agresor y se pudo escapar de los tres meses reglamentarios en el reclusorio norte pero le pudieron prescribir cuando menos seis años para aminorar su calentura.

A “El Manotas” se la pela la ley aunque vea o sea ciega, él es de esos inmortales que edifica ciudades, él es uno de esos acosadores sexuales que pocos extrañarán si amanecen flotando hinchados en el canal de Cuemanco.

Y entonces su madre clamará justicia porque su hijo era el humilde aprendiz de albañil, un pan de Dios que nunca hizo daño, un muchacho que jugaba fútbol cada siete días y al que llamaban “El Manotas”.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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