Duelo se le llama al proceso de adaptación a la pérdida de un ser querido. En una guerra ese proceso tiene dos caras íntimamente relacionadas: la política y la personal. Después de una guerra como la que nosotros vivimos, para que cada persona culmine el viaje de su duelo hacen falta unas condiciones de carácter político.
La nuestra fue una guerra sucia en la que se mató a civiles desarmados y se secuestró e hizo desaparecer a miles de personas. Esos rasgos del enfrentamiento condicionan el cierre de sus heridas. Para que el duelo se culmine hacen falta los restos de los desaparecidos. Para que el duelo se culmine hace falta que los secuestradores o quienes los ampararon y promovieron no reciban honores públicos. Honrar al criminal de guerra, al mismo tiempo que no se emprende la búsqueda de los restos de sus víctimas, es una injusticia que mantiene abiertas las heridas..
Las heridas no se van a cerrar haciendo admoniciones bien intencionadas en favor de una concordia abstracta. Para que el gran daño deje de supurar, hacen falta acciones institucionales palpables y no mera retórica.
Si se rinde honores a los criminales de guerra y se desprecia institucionalmente a sus víctimas es también porque no ha existido una política firme en torno a una serie de definiciones y verdades mínimas que estuviese a salvo de aquellas interpretaciones partidistas que niegan o justifican los horrores cometidos.
Hablo de definiciones y verdades mínimas, no hablo de una gran verdad. La descripción de los hechos del Mozote, lo que nos dicen los huesos, las balas y los testimonios de lo que ahí sucedió debería de tener profundas consecuencias sobre la memoria institucional del ejército y sobre los honores que se rinden a Domingo Monterrosa. Podemos discutir sobre el sentido general de la guerra y aceptar que es un asunto susceptible de diversas interpretaciones, pero el juego de los puntos de vista no debería corroer lo que se infiere a partir de las evidencias que se han recogido en El Mozote.
Pero una mínima serie de descripciones y definiciones de los hechos han de servir también para evaluar la conducta de la izquierda en lo que atañe a secuestros y asesinatos de civiles desarmados. Este capítulo de una política mínima de la verdad exige que se investiguen a fondo los asesinatos que se han cometido dentro de la misma izquierda. Estan los asesinatos célebres, los de Roque y Mélida, pero también las decenas de militantes anónimos que mató Mayo Sibrian.
P,ero más allá de las implicaciones políticas de los crímenes del comandante guerrillero, quedan por investigar otros conflictos internos menos conocidos que no sabemos si dejaron también un rastro de sangre. Retirar los honores a los criminales de guerra; reparar a las víctimas, con hechos y no con palabras y establecer una mínima política de la verdad donde se establezcan hechos y responsabilidades son condiciones que propiciarían el cierre de las heridas..