lunes, 15 abril 2024

El duelo personal, el duelo colectivo

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Duelo se le llama al proceso de adaptación a la pérdida de un ser querido. En una guerra ese proceso tiene dos caras í­ntimamente relacionadas: la polí­tica y la personal. Después de una guerra como la que nosotros vivimos, para que cada persona culmine el viaje de su duelo hacen falta unas condiciones de carácter polí­tico.

La nuestra fue una guerra sucia en la que se mató a civiles desarmados y se secuestró e hizo desaparecer a miles de personas. Esos rasgos del enfrentamiento condicionan el cierre de sus heridas. Para que el duelo se culmine hacen falta los restos de los desaparecidos. Para que el duelo se culmine hace falta que los secuestradores o quienes los ampararon y promovieron no reciban honores públicos. Honrar al criminal de guerra, al mismo tiempo que no se emprende la búsqueda de los restos de sus ví­ctimas, es una injusticia que mantiene abiertas las heridas..

Las heridas no se van a cerrar haciendo admoniciones bien intencionadas en favor de una concordia abstracta. Para que el gran daño deje de supurar, hacen falta acciones institucionales palpables y no mera retórica.

Si se rinde honores a los criminales de guerra y se desprecia institucionalmente a sus ví­ctimas es también porque no ha existido una polí­tica firme en torno a una serie de definiciones y verdades mí­nimas que estuviese a salvo de aquellas interpretaciones partidistas que niegan o justifican los horrores cometidos.

Hablo de definiciones y verdades mí­nimas, no hablo de una gran verdad. La descripción de los hechos del Mozote, lo que nos dicen los huesos, las balas y los testimonios de lo que ahí­ sucedió deberí­a de tener profundas consecuencias sobre la memoria institucional del ejército y sobre los honores que se rinden a Domingo Monterrosa. Podemos discutir sobre el sentido general de la guerra y aceptar que es un asunto susceptible de diversas interpretaciones, pero el juego de los puntos de vista no deberí­a corroer lo que se infiere a partir de las evidencias que se han recogido en El Mozote.

Pero una mí­nima serie de descripciones y definiciones de los hechos han de servir también para evaluar la conducta de la izquierda en lo que atañe a secuestros y asesinatos de civiles desarmados. Este capí­tulo de una polí­tica mí­nima de la verdad exige que se investiguen a fondo los asesinatos que se han cometido dentro de la misma izquierda. Estan los asesinatos célebres, los de Roque y Mélida, pero también las decenas de militantes anónimos que mató Mayo Sibrian.

P,ero más allá de las implicaciones polí­ticas de los crí­menes del comandante guerrillero, quedan por investigar otros conflictos internos menos conocidos que no sabemos si dejaron también un rastro de sangre. Retirar los honores a los criminales de guerra; reparar a las ví­ctimas, con hechos y no con palabras y establecer una mí­nima polí­tica de la verdad donde se establezcan hechos y responsabilidades son condiciones que propiciarí­an el cierre de las heridas..

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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