Por Gabriel Lerner.
El ataque frontal de la administración Trump contra la Universidad de Harvard no es un conflicto local. No se trata – como sigue alegando falsamente el gobierno – de obligar a esta prestigiosa casa de altos estudios a hacer más contra el antisemitismo en el campus univesitario.
Es el ataque de un presidente que aspira a la suma total del poder contra la educación superior en general. En últimas, es un intento de controlar el conocimiento como parte para poner al servicio del régimen las instituciones de la sociedad democrática.
Y en su imaginario narcisista y cruel es una demostración de ansias de poder sin límites y sed de venganza contra Harvard por osar negarse a sus demandas.
Inicialmente, el gobierno reaccionó a manifestaciones contra la guerra en Gaza, y fue escalando esa reacción hasta exigir el control de los programas de estudio, cierre de programas de estudio politizados, despido de ciertos académicos y estudiantes. Se centró luego en la demanda de una lista completa de los estudiantes internacionales con el fin de deportar a quienes expresen opiniones contrarias. Una jueza federal ha impedido temporalmente que Trump revoque la capacidad de Harvard para matricular estudiantes internacionales.
El domingo, Trump afirmó que un tercio de los estudiantes de la Institución de Massachusetts son extranjeros y «algunos no son amigables con los Estados Unidos».
Único entre las otras universidades también atacadas, Harvard se negó a obedecer y ha interpuesto demandas judiciales que exitosamente están bloqueando parte del “castigo”. Algo que a su vez incrementó la cólera del Presidente.
El lunes, Trump dijo que considera retirar tres mil millones de dólares de Harvard y dárselo a escuelas de oficios en Estados Unidos. «¡Qué gran inversión sería para Estados Unidos, y tan necesaria!», escribió. Falso, porque al mismo tiempo, su gobierno está eliminando el Departamento de Educación.
Trump también ha amenazado con revocar el estatus de exención de impuestos de Harvard, algo dudosamente legal pero potencialmente fatal. Y está investigando los obsequios y donaciones extranjeras recibidas por la universidad.
Ayer, el Secretario de Estado Marco Rubio ordenó a las embajadas en todo el mundo cesar las entrevistas para solicitantes de visas estudiantiles.
Finalmente, también ayer, Trump ordenó anular todos los contratos federales restantes con Harvard por valor de 100 millones de dólares.
Fundada en 1636, Harvard es la universidad más antigua de Estados Unidos. Es también la más rica, con una dotación de 53,200 millones de dólares, la más grande del mundo.
Castigando a Harvard, el gobierno de Trump intenta eliminar la independencia del sistema de educación universitaria del país y destruir la academia como foco potencial de oposición, de la misma manera que lo ha estado haciendo contra oponentes políticos, medios de comunicación y periodistas, bufetes de abogados que representaron a sus oponentes y jueces que bloquean sus acciones ilegales.
Harvard está entre la espada y la pared. Si claudica, estará a partir de ahora a merced de un gobierno extremista y corrupto que querrá más y más concesiones. Si se sigue oponiendo, podría quedarse sin beneficios fiscales, sin estudiantes internacionales pagos, sin fondos federales para la investigación.
Para salvar la educación independiente y preservar la excelencia académica, Harvard no puede estar solo, y necesita el apoyo de todo el sector universitario y estudiantil.
