Por Gabriel Otero.
Escribir es un ejercicio de audacia, uno como articulista puede estar satisfecho por la inmediatez, pero arrepentirse al día siguiente y borrar todo lo escrito. Admiro a los escritores y periodistas con la propensión a corregir, aunque se vaya la vida en ello, corregir para existir.
Causa somnolencia leer estilos abigarrados con pretensiones de claridad, las paráfrasis antojadizas erróneamente formuladas, los narradores testigo incongruentes, la puntuación mal colocada, la mímesis sin querer la originalidad, la temeridad de publicar a raudales y, sobre todo, la carencia de rigor.
Corregir en este ejercicio de audacia, pulir un párrafo como si fuera un verso, esculpir la palabra, respetar el lenguaje, la materia prima de una idea bien planteada, no importa estar de acuerdo o no con ella, germen del intercambio, piedra angular de la discusión.
Existe una pléyade de errores de redacción y concordancia en las publicaciones actuales, impresas o electrónicas, porque se ha omitido el antiguo jefe de redacción y cualquiera puede convertirse en articulista, en vil opinador sin bagaje y preparación, para escribir hay que leer, formarse e informarse y no negarse ante los hechos.
Son odiosos los apologistas, los opinadores que aplauden, los ciegos por elección propia que se niegan a abrir los ojos, los académicos que acomodan cualquier modelo teórico obedeciendo a los intereses de sus empleadores, impartir cátedra no implica saber escribir.
Cada vez es más difícil encontrarse a articulistas que valga la pena leer, hacerse adeptos a sus letras, admirar los andamiajes de su argumentación, los buenos son los menos, los extraordinarios son como diamantes encontrados en una mina de carbón.
Y las redes sociales son una ilusión óptica de la popularidad, el tener likes o retuits de un artículo mal escrito son el espejo de la ignorancia compartida, estos cosmos digitales representan los abismos de la autocomplacencia y una invitación a repetirse hasta morir.
Lo más importante es perfeccionar lo escrito y corregir, siempre corregir, existir para corregir.
Porque escribir es un ejercicio de audacia.