Por Grego Pineda
Lunes 10. 10:15 PM
Recién regreso de clases de la Universidad. Ahora el profesor nos recordó que debemos escribir un trabajo sobre Mario Levrero. Estoy cursando la Maestría en Literatura Hispanoamericana y este semestre sólo inscribí el Seminario de Autor Hispanoamericano Contemporáneo. Aunque el título del seminario hace referencia a un autor, el profesor dispuso estructurarlo con dos. Quizá por asociación de los nombres o sabrá dios porqué manía o perversión del profesor, éste estableció que estudiaríamos a Mario Levrero y a Mario Bellatín.
Me acabo de percatar que estoy dando muchas explicaciones y contextualizaciones y me fastidia hacerlo. No necesito aclararme nada. Es obvio que el tal Levrero me genera un galimatías con eso de que sus Diarios son novelas o que éstas son aquellos y que a él le vale un rábano situarse o que lo ubiquen en un género literario determinado. He decidido escribir este Diario como una constatación de mi búsqueda por entender a Mario Levrero y al final, pretendo tener una idea clara o al menos coherente de su obra, pero muy particularmente sobre uno de sus Diarios. Me refiero al «Diario de un Canalla».
Busco en «youtube.com» y elijo para que suene en los speaker «Bose», la música de «Jean Michel Jarre». Tengo la impresión que es la adecuada para aproximarme a Mario y su obra. Estoy, simultáneamente, tomando café y degusto un pastelillo que mi esposa tenía reservado para ella, pero se lo he hurtado. Es una decisión atrevida estar tomando café porque usualmente al beber café después del mediodía, siempre me causa problemas para conciliar el sueño. Estoy consciente del efecto y lo hago premeditadamente, quiero perder el sueño para poner en orden el material que he venido recopilando y hojeando sobre este resbaladizo autor.
He impreso todos y cada uno de los textos que el profesor nos ha proporcionado, pero también tengo varios libros originales que he comprado. He leído algo, pero entiendo poco. Sí comprendo que el escritor logra transmitir su azoramiento a través de diatribas, de diarios que no son diarios o de novelas que no son novelas. Mi sensibilidad literaria me dice que Levrero trata de comunicar algo y eso me provoca interés en un primer momento, pero luego un azoramiento y al final un fastidio. Trato de entenderlo, pero él no se afana mucho y a veces sospecho que trata de confundirme o que, ¡peor!, no le importa lo que yo sienta, piense o haga.
Como he impreso todo el material, resulta que tengo mucho papel desparramado sobre el mueble en el espacio entre el monitor y el teclado. Asimismo, a la izquierda y derecha, sobre los muebles auxiliares hay libros y fotocopias de libros completos. Esta escena me hace sentir inteligente, lleno de tanto material intelectual, pero en realidad solo revela desorden, ansiedad y presión por conocer y entender a un escritor que, en un primer momento, tengo la impresión que él tenía personalidad bipolar lo cual concluyo después de semanas de estar leyendo algunos de sus cuentos o ensayos sobre él y su obra, así como haber participado en los debates con los compañeros de estudios.
Confieso que escuchar a mis compañeros de estudios me impresiona cuando hablan sobre tal o cual ángulo del escritor o de alguna de sus obras. A veces creo que estos tipos y un par de compañeras, tienen más madera de escritores que el mismo escritor estudiado. Pero esto último a nadie le importa y no contribuye a que enfoque este trabajo en el punto que he elegido.
Ya es noche y el café me ha alterado la presión. Siento una leve opresión en el pecho que deviene en un principio de angustia que a su vez me provoca ansiedad. Creo que no fue buena idea tomar café a esta hora. Hoy ya me jodí pues he perdido el balance. Tomaré el libro que contiene dos libros: «Diario de un Canalla y Burdeos, 1972» y me iré a la cama, leeré allí con luz liviana de la lámpara junto a la cama. Estaré más tranquilo por sí me da un infarto o algún ataque puedo empujar y despertar a mi esposa. Ok. Dejo todo como está y apago esta «compu».
Martes 11. 1:15 PM
Estoy en mi oficina y retomo este Diario que ayer grabé en el «USB» que utilizo para mis estudios. Siempre tengo dos USB conmigo: uno para asuntos de la oficina y el otro para mi faceta de estudiante. Tenerlos me da seguridad, tengo la impresión de estar siempre alerta y listo con la mucha información y documentación que guardo en ambos. Es como cargar la oficina y la universidad en mi bolsa. Hoy noche no tendré tiempo de escribir porque tengo recepciones oficiales a las cuales acudir. Me prometo meditar sobre lo leído y de cómo enfocar mi trabajo universitario a presentar como examen parcial. Deberé entregarlo el lunes próximo. Quiero hacer algo serio y coherente.
Ayer no pasó nada que lamentar durante mi lectura nocturna en la cama. Leí, otra vez, todo el «Diario de un canalla». Pero esta vez lo leí con ojos de desconfianza, es decir, tratando de encontrarle un doble sentido a lo leído. Tengo la impresión que el libro contiene escenas inconexas, que el narrador y personaje es el mismo escritor y que la detallada rutina de los animales o su interacción con ellos, no es más que un afán de no hablar de sí, de no plantearse temas mayores o de no esforzarse en armar una gran historia o, como él mismo dice: retomar o terminar su gran novela, «La novela luminosa».
Miércoles 12. 8:30 PM
He cenado rico y estoy tranquilo. Decido acompañar mi faena académica con música de «Rachmaninoff». Youtube es una maravilla: te da infinitas opciones. Quiero ir aterrizando ya con mi trabajo y para eso debo concretar algunas ideas: Jorge Mario Levrero Varlotta nació en Montevideo en 1940 y falleció en la misma ciudad en 2004. Esto es comprobable; y por lo tanto, cierto. Lo demás que se conoce públicamente de este escritor es relativo, probablemente cierto y quizá mentira.
Su producción intelectual es variada con diversos géneros y estilos e incluso una combinación ecléctica hace difuso ubicarlo en tal o cual categoría. Una búsqueda y lectura de sus múltiples entrevistas tampoco ayudan a conocer, comprender y entender a este hombre que se inventa y reinventa en cada oportunidad que tiene. Pero tampoco se logra formar un perfil coherente, sistemático o claro a través de la lectura de sus obras, quizá porque en ellas o a través de ellas se evade o se encuentra en el desconcierto de no saber cuál es exactamente su propio Yo.
En un momento de la vida de Jorge Mario Varlotta Levrero, quizá para comprenderse a través de una búsqueda espiritual, surge Mario Levrero, como personaje, un personaje que se define escritor y que se ocupa en ejercer tal oficio de manera pertinaz, quien llega a escribir lo que a Jorge le es difícil porque Jorge Varlotta ha decidido buscarse o evadirse en otras facetas productivas que no sean, necesariamente, literarias.
Mario Levrero escribe, describe y/o inventa su existencia. Ayuda a darle pulmón a Jorge para que viva sin las aprehensiones o exasperaciones de su experiencia luminosa que debería ser escrita o transcrita en una novela que, por años, no llegó. Y cuando llegó no fue tan luminosa. Mario produjo novelas cortas o cuentos largos, influenciado por Kafka y otros pocos, como bien lo ha declarado en muchas entrevistas y confiesa tener escasa formación literaria, y entonces son entendibles sus falencias, sin parámetros estilísticos sin el corsé de los géneros, sin la aprobación de los críticos y sin miramientos estéticos.
En diciembre de 1994, Levrero respondía en una entrevista efectuada por Miguel Ángel Campodónico: «Surgió entonces un texto, “Diario de un canalla”, que trata de cosas que exactamente me están sucediendo en el momento de escribirlas. Es absolutamente autobiográfico, sin sueños ni datos de invención. Son mis vivencias concretas. Esta fue una experiencia novedosa, tratar de conquistar a mi manera el mundo exterior».
La crítica literaria dice que él estaba enfocado en el proceso mismo de la escritura y el propio autor dice que estaba narrando cosas que le estaban sucediendo, sin más intención que sólo narrar lo sucedido. Sin embargo, esta disconformidad no es única respecto a la obra en comento. Por eso no hay que confiarse de lo escrito ni lo dicho por Levrero porque Mario es constantemente seducido o tentado a reinventarse, a recrearse y crearse como personaje, como alter ego de Jorge Mario Varlotta Levrero.
Jueves 13. 1:30 AM
Es ya de madrugada. He leído mucho, he subrayado más. Y este autor que se inventa un personaje escritor que escribe sobre sí mismo es un dolor de cabeza y es algo frustrante no encontrar un punto fijo que me permita aprehender o asentar alguna idea concreta de él y de su obra en general y del Diario en particular. Me he indigestado, intelectualmente, con tanta nebulosa sobre Levrero y su obra. Él es culpable, en parte, de esta amorfa percepción. Me voy a dormir.
6:00 PM
He regresado temprano a casa para seguir trabajando en Levrero. Escribo esto y de inmediato busco, sin método alguno, en los papeles que tengo derredor, alguna pista que me ilumine e indique ideas claras sobre el Diario de un canalla o sobre Levrero o sobre cualquier cosa que me de la paz espiritual de que vale la pena gastar el tiempo en tratar de entender a este tipo y que, al menos, la búsqueda del mismo o de su obra sea para mí, al final del curso, una experiencia luminosa. Escribo esto último con algo de sarcasmo.
Comienzo a pensar que fue un error tomar este curso. Ojalá cambie de idea al final del mismo. Hoy no cenaré formalmente, sólo un par de frutas y mucha agua: leeré más ensayos, entrevistas y consultaré mi copia del Diccionario de Términos Literarios para ver si encuentro luces allí. Este diccionario lo adquirí por recomendación de un compañero de estudios y lo compré de manos de doña Mary, una prócer de la cultura peruana que dedica su vida a fotocopiar libros enteros de precios altos y que luego vende a precios de estudiantes universitarios. Universitarios de Instituciones públicas, digo.
Pienso que no debí haber escrito lo anterior por que la señora piratea los libros, lo cierto es que esa señora hace mucho más por el bien humano y por la Humanidad que muchos otros que dicen hacerlo. ¡Viva doña Mary! ¡Precursora de la libertad del conocimiento! De hecho, ahora que lo pienso, creo que Mario Levrero estaría de acuerdo conmigo, o quizá no, porque no vendería sus libros originales.
11:55 PM
El Diccionario consultado, además de distraerme en leer muchos significados que no me interesaban para el trabajo en curso, dice: «Diario. Escrito autobiográfico en el que se mezcla el discurso narrativo y el descriptivo, y en el que el autor deja constancia de los acontecimientos, relativos a su persona y a su entorno, ocurridos en cada jornada, a lo largo de un determinado período de su vida. Este subgénero literario presenta dos modelos fundamentales: el diario íntimo y el diario de viajes. En ocasiones ambas modalidades coexisten en un mismo texto. El diario puede ser reflejo de una existencia histórica real o de una vida de ficción […]». Me voy a dormir, cada noche me siento confundido con algunas ideas que asoman a mí entender sobre lo estudiado. Dentro de la confusión, algo claro se vislumbra, pero todavía no sé qué.
Viernes 14. 11:45 PM
Hoy no escribiré nada. No leí nada de lo que he leído últimamente. Estoy desintoxicándome de Mario Levrero. Leí, con placer y frescura, parte del voluminoso libro-diario de Julio Ramón Ribeyro «La Tentación del Fracaso». Este Diario es simple y llano: Un Diario que transmite la vida simple o complicada del escritor, pero con una claridad asombrosa. Sin duda Levrero nunca leyó este Diario. ¡Pobre Levrero, le hubiera ayudado algo!
Domingo 16. 9:00 PM
Por fin un resumen del «Diario de un Canalla», edición al cuidado de Nicolás Varlotta, España, Pinguin Random House Grupo Editorial, Primera edición: octubre 2015, escrito por Mario Levrero, consta de Tres Capítulos. Escribió 12 días, comprendidos en un plazo de un mes y 3 días desde el 3 de diciembre de 1986 hasta el 6 de enero de 1987. Se desarrolla en Buenos Aires, Argentina.
Capítulo I.
El autor se ha forzado a escribir y su perspectiva es para: «Un hipotético lector [quien] debería perdonar estas vacilaciones y esta verborragia: hace mucho tiempo que no escribo; estoy diciendo “heme aquí”, “aquí estoy yo”. Estoy, nuevamente, acariciándome y nutriéndome con palabras. Las dejo fluir». Contexto confesado al inicio de esta obra: «Han pasado más de dos años; casi tres desde que empecé a escribir aquella novela luminosa, póstuma, inconclusa; dos años, dos meses y unos días desde el día de la operación. El motivo de aquella novela era rescatar algunos pasajes de mi vida, con la idea secreta de exorcizar el temor a la muerte y el temor al dolor, sabiendo que dentro de cierto plazo inexorable iba a encontrarme a merced del bisturí».
Él se confiesa un Canalla, porque aun cuando siente el llamado espiritual de la escritura, él ha optado por dedicarse a trabajar y hacer dinero, es decir, su actividad material va en contra de su espiritualidad-vocación y de allí su autocrítica de ser un canalla por no haber sido leal a sí mismo, a su esencia. «Cierto que me hice un canalla como único recurso para sobrevivir, pero lo triste del caso es que me gusta lo que estoy haciendo, y que sólo me cuestiono en ratos perdidos y sin mayor énfasis», es decir, ni siquiera se siente incómodo con su auto denominación de ser un Canalla. Quizá esto lo convierte en un canalla mayor.
Confiesa sentirse un extranjero en Buenos Aires y se reconoce viejo y sin mayores recursos más que el fruto de su trabajo material para subexistir. El asume su inclinación, llamado o vocación de escritor, como algo peligroso. El acomodo material al cual se ha resignado lo carcome, le atribuye un precio alto que está pagando por sacrificar su tiempo para escribir en aras de proveerse dinero. Y de pronto, explota: «No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida». El tercer día que escribe, revela el título de su creación literaria: «Diario de un canalla» porque se le ha develado que la debe estructurar como un Diario.
En su galimatías dice: «Ahora, con cierto rubor, imagino una serie de lectores dispersos, que entran y salen en mi prosa cuando quieren, que saltean párrafos enteros, buscando sustancia, que cierran el libro y deciden no volver a leer nunca más. Pero no estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación, a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas paredes de mi apartamento montevideano, a ciertos paisajes, a ciertas presencias […]».
El autor pone animales en la obra: Un pichón de paloma, con el cual tiene que vérselas. Pero hace memoria de una rata que a su vez le hace recordar que fueron dos ratas. Una que murió por causas que ignora y la otra fue envenenada. Se detiene a narrar cómo, junto a su mujer de entonces, la envenenaron. La mujer compró el veneno y él se lo aplicó. Al final del capítulo 1 aparece una abeja que vuela por su zapato izquierdo, en momentos en que, en un parque, mira a las palomas. Y finalmente aparece un Pichoncito de Gorrión.
El espacio ocupado por las ratas y el pichón de paloma y después por el pichón de gorrión, es un pequeño patio de su departamento. Dicho espacio está entre enredaderas del vecino y un muro del otro lado, de tal manera que apenas pasa la luz solar. El trató de interactuar con dichas criaturas, pero eso distorsionó el orden natural pues al darles de comer o ponerles agua, hacía que llegaran insectos y demás especies. Optó por dejarlas estar. Se refiere a las ratas y el natural asco que despiertan, pero luego lo superó y tuvo mejor opinión de ellas. Respecto a las palomas expresa su disgusto y desagrado por la forma en que los palomos cortejan a las palomas. Pero en ambos casos termina por comprender y conmoverse con la condición específica de dependencia e indefensión de ambas criaturas. Se identifica con ellas.
Capítulo II
Doce días después de terminar el capítulo anterior, o sea el 19 de diciembre, retoma la escritura y reconoce que no debió dejar tanto tiempo, pero se justifica porque se fue de viaje y además son sus últimos días de vacaciones: «Lamento haber viajado, porque así fue como interrumpí ese proceso tan comprometedor. De más está decir que ahora me he puesto a escribir furiosamente buscando recuperar aquello, y mi principal preocupación es como hacer dentro de tres días, cuando retome el trabajo de oficina, para poder seguir con esta línea de vida…».
El narrador y personaje cree que el pichón está allí como una señal del espíritu: «A lo largo de estas páginas he hablado varias veces del Espíritu. Debo subrayar que, en materia religiosa, es en lo único que creo a pie juntillas –si se me permite la expresión. Pero no sabría definirlo, ni siquiera intentarlo. Apenas quiero rozar el tema para que se sepa que cuando hablo del Espíritu estoy diciendo algo y no haciendo una de mis habituales humoradas».
Comienza a narrar su amarga experiencia en el hospital cuando fue preparado y tratado por y para una cirugía. Particularmente sobre una técnico o doctora, lo cual no pudo aclarar, fue brutalmente ruda con él, y aún sin darle indicaciones se fastidiaba con él por no hacer los exámenes o pruebas previas a la cirugía y dice: «Cuando esa mujer, o lo que sea, desecha todas las propuestas de diálogo, cuando es incapaz de sonreír o de siquiera mirar por un instante a la persona que está frente a ella como si fuera un ser humano o al menos algo viviente, a uno lo está matando».
Después del desahogo sobre los hospitales, médicos, técnicos, regresa al tópico de su patiecito y el pichón de paloma que habita y que amerita su atención y tiempo, cuya vigilancia determina el ritmo del Diario que está llevando. Un buen día, a medio día, después de noche de insomnio, despierta y descubre que en el patiecito está un nuevo animal, esta vez un pichón de gorrión y ese nuevo visitante lo turba y cavila sobre sus poderes mentales o sensoriales y cree que algo tienen que ver estas visitas con su decisión de haber iniciado a escribir este Diario.
«Creo que no puede estar psíquicamente bien ningún hombre que, como yo en estos últimos tiempos, carezca de una mujer. El “cubo mágico” lo compré una noche en un kiosco, hace pocos días, después de que una mujer faltara a una cita que tenía conmigo. No es que estuviera seguro de verla; conociéndola, sabía que era dudoso», y menciona la adicción a las drogas de ella y su incoherencia de hablar. Sin embargo, al estar con ella, él siente paz. Otro día en un café, al estar sentados, accidentalmente se topan las rodillas y comienza a llover. El cree que su roce de rodillas desató la lluvia.
El escritor, de forma insistente, asocia lo que sucede a la voluntad, presencia o existencia de un espíritu. Y entre otros: «Tal vez sólo espera que escriba lo que estoy escribiendo, que siga adelante con esta novela, diario, confesión, crónica o lo que sea, aunque no puedo figurarme por nada del mundo para qué querría que siguiera adelante con esta mierda».
Capítulo III
Entre éste y el anterior capítulo hay continuidad de tiempo, aunque cambia de temática. Allá terminó con la alegría que el pajarito había sobrevivido a la helada de fin de año. Aquí comienza narrando la primera comida sólida que le dieron en el sanatorio, después de la operación. Es una diatriba contra la señora que hace la limpieza que cada noche, cuando finalmente el paciente-escritor-narrador y personaje ha logrado conciliar el sueño con ayuda de medicina, es que, sistemáticamente entra a su habitación la señora que limpia y lo hace con desparpajo e intencionalidad de molestarlo -según él-.
Había también una excepción: el peluquero, quien llegaba con regularidad a ofrecer sus servicios de corte de pelo o afeitarse. El buen hombre, al no ser requerido sus servicios, se dedicaba a prodigar consejos no pedidos sobre cómo manejarse dentro de la habitación: cómo levantarse de la cama sin molestarse mucho. Al final y como muestra de aprecio, se dejó afeitar. Este peluquero no había sido afectado por la peste sanatorial, según determina el narrador. Retoma el cuidado del pajarito que sigue en su patio. Él trata de ayudarlo a comer, pero el animalito se asusta y eso abate al personaje. De hecho, el pájaro voló asustado y desapareció. Después fue detectado dentro de un armario estacionado afuera, donde se guardan utensilios de limpieza.
En la obligada convivencia: personaje y pájaro, sucedió que éste último entró a la casa un día que el primero abrió la puerta para echar agua a las plantas. En la casa se da una frenética persecución y búsqueda, al grado que ambos se cansan e incluso en un momento se cree que el pájaro está muerto sobre el suelo. Sin embargo, se vuelve a levantar y siguen en un agitado ir y venir. Por varias páginas se narra el loco vuelo y exhaustiva persecución del personaje para salvar al animal, pero éste huye. Finalmente, y casi por casualidad, el pájaro sale de casa. Y cansado el personaje declara: «Cerré la puerta, corrí las cortinas, y decidí olvidarme para siempre del hijo de mil putas».
Fin.
(*) El autor es Escritor estadounidense-salvadoreño, Residente en Washington DC