Por Alonso Rosales.
En un momento de altísima tensión geopolítica, la reciente propuesta de cese al fuego promovida por Donald Trump ha sido recibida con escepticismo en múltiples sectores del Medio Oriente y el mundo. Aunque el anuncio ha sido presentado como un paso hacia la paz, muchos observadores consideran que su verdadera intención podría estar orientada a abrir el camino para que la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) evalúe los posibles daños en las centrales nucleares iraníes, luego de los recientes ataques.
Irán, por su parte, ha reafirmado su postura firme frente a las presiones extranjeras. El gobierno de Teherán ha dejado claro que no se rendirá ni ante Estados Unidos ni ante Israel, demostrando con hechos su capacidad de respuesta militar, tecnológica y política. La reciente ofensiva con misiles de precisión sobre bases estadounidenses en la región —especialmente en Qatar— ha dejado un mensaje claro: Irán tiene la capacidad de golpear cuando y donde lo considere necesario.
El papel de China en la actual coyuntura también ha sido significativo. Beijing ha mediado activamente, no tanto por altruismo diplomático, sino por razones estratégicas. El estrecho de Ormuz, por donde transita cerca del 30 % del petróleo que se consume a nivel global, es una arteria vital para la economía china. Un cierre de esa vía marítima, como podría provocar una escalada regional, sería catastrófico para los intereses comerciales del gigante asiático.
A pesar del aparente avance diplomático, persisten temores latentes. Uno de los más relevantes es que el cese al fuego pueda ser utilizado como una maniobra de distracción que permita a los servicios secretos israelíes, especialmente el Mossad, ejecutar una operación contra el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jameneí. En ese escenario, Estados Unidos podría desentenderse públicamente del acto, presentándolo como una acción unilateral de Israel. Esto abriría un nuevo y peligroso capítulo en el conflicto.
Tanto Estados Unidos como las monarquías del Golfo Pérsico Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Kuwait— están profundamente preocupados por una posible reacción iraní. Temen que Teherán, ante una agresión directa a su liderazgo, active células durmientes en sus propios territorios o bien despliegue su capacidad misilística, como ya lo ha demostrado en recientes ocasiones.
Las declaraciones más recientes del canciller iraní, advierten que cualquier ataque a sus dirigentes será considerado una “declaración de guerra total”, y responsabilizó tanto a Israel como a sus aliados occidentales de estar jugando con fuego. Por su parte, portavoces militares israelíes han reiterado su derecho a “defenderse de la amenaza nuclear iraní”, sin confirmar ni negar operaciones encubiertas.
Mientras tanto, Trump ha afirmado que “la paz es posible si todas las partes la desean”, pero sus declaraciones han sido recibidas con frialdad. Las heridas abiertas por las acciones de su gobierno en el pasado, especialmente la salida unilateral del acuerdo nuclear con Irán en 2018, siguen siendo motivo de desconfianza en Teherán.
En este clima de tensión, los movimientos diplomáticos y militares se desarrollan bajo una nube de incertidumbre. Si bien hay una tregua en papel, la región se mantiene al borde de una escalada mayor, donde cualquier error de cálculo o cualquier jugada encubierta podría incendiar no solo el Golfo, sino arrastrar al mundo entero a un conflicto sin precedentes.
