Con el fin de la guerra civil, pasamos de dictaduras, golpes y represión, a la apertura de la democracia burguesa ““construida sobre una base de desigualdad social y falta de derechos elementales, diseñado para proteger y potenciar a la clase económica dominante”“, así participamos en política, estudiamos, hablamos, cantamos y discutimos ideas; pero el sistema que nos acogió, no cambió, se adaptó, para dificultarnos tanto su cuestionamiento como la identificación del enemigo común: el patriarcado, la desigualdad, la concentración de la riqueza y el secuestro de la democracia por las élites económicas.
Esas dificultades, producto de miradas parciales de la realidad, trae tras de sí, una nueva generación de personas, la generación “comepapeletas”, no marcada por la edad, sino por la necesidad de hacer algo, sin saber qué; por luchar, sin saber contra quién y con quién, y sin tener las herramientas necesarias para identificar al verdadero opresor y sus estrategias de dominación.
El sistema democrático burgués no cambiará vía elecciones, Audre Lorde dijo: “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”; las elecciones no son para cambiar sistemas, son para cambiar ““o no”“ la administración de una parte de la cosa pública, esa misma que se encargó en los gobiernos de ARENA, de privatizar, de destruir la agricultura, de dolarizarnos, de firmar el TLC, de expulsar a más de 2 millones de salvadoreños y salvadoreñas al extranjero y de depredar la naturaleza.
Nos encontramos pues, ante una lucha, no solo por el control del aparato burocrático, sino también, por la protección ““o no”“ ante las élites económicas conservadoras que mercantilizan y destruyen los bienes comunes, niegan derechos, precarizan y sobreexplotan a la clase trabajadora, todo para continuar la acumulación desmedida de su riqueza.
A lo anterior se le se suman obstáculos como las cuadraturas mentales y burocratización de parte de algún funcionariado, que no ha tenido la creatividad necesaria para buscar soluciones prácticas fuera de la caja de herramientas burguesas, olvidándose en muchas ocasiones, de la organización como base para la construcción de un poder popular autónomo. Además, retomando un parafraseo hecho por César Saravia: “un país será tan revolucionario como el movimiento social que así lo empuje”, es decir, ¿qué tanto compromiso tenemos todos y todas para saltarnos las barreras que nos impiden ver al sistema capitalista y patriarcal como generador de miseria, destrucción y muerte? y ¿cuánta responsabilidad tenemos que asumir para empujar el cambio?
Así, ante las embestidas de las élites económicas ““que acumulan $21 mil millones concentrados en 160 personas”“, y sus principales representaciones políticas: ARENA, FUSADES y ANEP; no queda otro camino que construir poder popular, partiendo de reconocernos como mayoría unitaria y como fuente de la riqueza. El reconocernos como personas explotadas (de diversas maneras), no sólo frente a las élites económicas, sino también entre nosotros y nosotras, nos llevará de ser solamente personas aisladas posteando en nuestros muros, a construir espacios colectivos de lucha frente al enemigo común.