Esta es la historia de una ironía, de una bofetada propiciada por la realidad. No solo duele, también hace reflexionar. Cuando el destino expresa su salvaje sentido del humor quedan muy pocas ganas de reír. Es la contradicción en su máximo esplendor.
El protagonista de esta anécdota tiene un nombre y un apellido, pero no voy a divulgarlo por respeto, por prudencia, o simplemente porque no deseo pisotear su dignidad. Ustedes lo comprenderán más adelante. Al personaje de este texto lo llamaré arbitrariamente “El señor el motorista”.
El señor motorista trabaja desde hace cuatro años transportando pasajeros para viajes y excursiones dentro y fuera de El Salvador. Antes de este empleo había sido taxista y busero. Toda su vida ha sido motorista. Sabe el oficio, lo conoce muy bien y presume de sus destrezas en la carretera.
El señor motorista está al volante de un microbús Toyota Hiace, año 2017. La unidad es de color gris y tiene pintados unos extraños ribetes de color negro. También lleva una calavera cromada en el parachoques.
El señor motorista maneja desde hace un par de días un microbús de techo alto que compró su patrón, porque él no es el dueño, él solo conduce, él solo transporta a los viajeros de un lado para otro, él es el señor motorista.
Al señor motorista lo han designado para un nuevo viaje.
Pasadas las cinco de la mañana, el señor motorista recoge en una cafetería de la capital al primer grupo de escritores salvadoreños que viaja a la XV edición de la Feria Internacional del Libro en Guatemala para presentar la antología narrativa El Territorio del ciprés (índole Editores, 2018). Es su primer logro.
Este grupo está compuesto por los debutantes Óscar González (1985), Claudia Denisse Navas (1963), Derlin De León (1986), Jeannette Cruz (1987) y Hugo G. Sánchez (1986), guiados por la poeta y editora Susana Reyes (1971).
El señor motorista conduce por las calles de San Salvador y Antiguo Cuscatlán para llegar al segundo punto de reunión, otra cafetería abierta las 24 horas del día, para juntarse con otros dos debutantes, Nicole Membreño Chía (1988) y su servidor, Amndré Rentería Meza (1983).
Una vez montados en el aparato, el grupo está completo para viajar a Guatemala. Aunque en realidad, el grupo no está tan completo que digamos. Otra de las autoras de la antología, Isimei Lino (1984), médico de profesión, está en el extranjero sacando una especialización y pues, ni modo, a ella le toca seguir los detalles del viaje por Whatsapp.
El señor motorista conduce a los viajeros por la carretera. Son 237 kilómetros entre San Salvador y Ciudad de Guatemala, según Google Maps. Por el retrovisor ve a los ocupantes dormidos, escuchando música, cantando, hablando de libros, de escritores, de endecasílabos, de acentos, hasta tiene oportunidad de verlos con náuseas y vomitando a un costado de la calle.
El señor motorista tiene cinco años de no beber, lo dice con orgullo mientras conduce. También presume de recorrer el trayecto entre San Salvador y Ciudad de Guatemala en tres horas. Según Google Maps, los 237 kilómetros se recorren en casi cuatro. A él no le intimida la velocidad, pero, luego de recibir indicaciones debe desviarse del camino.
Después de atender una cordial invitación de unos amigos de Claudia en las periferias de la capital guatemalteca para tomar el café y degustar una deliciosa comida, que incluía carne y huevos de pato, el señor motorista condujo contra reloj a los viajeros hacia su destino.
Un nuevo reto para él. La cita de presentación está programada a las 15.00 horas, son las 13.00 y falta mucho trecho para llegar. En la capital hay un tráfico que demora una hora, según Waze. Nadie conoce el lugar y todavía falta organizar algunas cosas antes de la presentación.
El señor motorista asegura que realizará sus característicos dribles para llegar a tiempo. Así fue, el grupo llega con suficiente tiempo para organizarse, cambiarse el atuendo y fisgonear en el evento.
Libros para todos los gustos
La XV Feria Internacional del Libro en Guatemala se realiza el Fórum Majadas, y en ella participan varias editoriales, librerías e instituciones comprometidas con el desarrollo editorial. Los organizadores han instalado unos 155 estands para seducir a lectores de todos los gustos.
Francia fue seleccionada como el invitado de honor para la presente edición.
Adentro del pabellón, las personas van de un lado para otro buscando libros, observando danzas árabes, dialogando con escritores sobre sus obras, hay niños jugando en espacios lúdicos y hasta un youtuber firmando libros a su extensa fila de fans.
Para los debutantes es un sueño hecho realidad. Miran asombrados hacia todos lados. Sus ojos se alumbran todavía más cuando leen el programa oficial:
15:00-16:00 El Territorio del ciprés. Susana Reyes (antologadora)
Participan: Autora: Susana Reyes (antologadora) Presentadora: Denise Phé-Funchal, o la autora.
Antología de narrativa de ocho integrantes del taller literario de la Fundación Claribel Alegría. Una selección de los mejores textos, vinculados por el tema de la muerte y los conflictos sociales y humanos típicos de la región del Triángulo Norte.
SALA: Jean Marie Gustave Le Clézio.
El señor motorista está junto a ellos y también observa el lugar desconcertado. A escasos 15 minutos para iniciar la presentación, decido sentarme en una silla de plástico en la sala Jean Marie Gustave Le Clézio y luego invito al señor motorista a mi lado.
─Mire, ¿y ustedes que van a hacer aquí?─ me pregunta el señor motorista.
Hice un resumen.
─Vamos a presentar una antología de cuentos sobre muerte y asesinatos─ le respondo. En mis manos tenía una copia del libro con el que iba leer. Extendí la mano y se lo ofrezco. ─Tenga, léalo.
─Es que yo no puedo leer─ me responde y luego se niega a agarrar el libro.
─Ah, bueno. Entonces quédese con nosotros y los escucha, porque vamos a leerlos en un ratito ─le digo. Pero el señor motorista prefiere regresar al microbús a descansar.
Al concluir la presentación nos juntamos con el poeta y editor nicaragí¼ense Juan Sobalvarro (1966) y la diplomática salvadoreña Morena Bustamante, todos juntos anduvimos por las calles de la capital guatemalteca hablando de todo, pero sobre todo de libros, de letras y escritores.
El señor motorista escucha y observa a través del retrovisor. Pero el destino tiene una jugada bajo la manga y provoca que el señor motorista ocupe su mente en otros asuntos más terrenales.
Evitaré los detalles, pero los hechos tienen que ver con el techo alto de la Hiace, un parqueo mal diseñado, pernos de fuera, cuatro neumáticos desinflados y explicaciones sin sentido del equipo de seguridad de un complejo de apartamentos. Toda una ganga de confusión.
El señor motorista después debe sortear la falta de viáticos y el desamparo cortesía de su patrón, que lo envía a realizar su trabajo sin las herramientas necesarias. El señor motorista tampoco conoce sus derechos y solo sabe, a medias, sus obligaciones. Él solo conduce y por eso está a la deriva, aunque no del todo solo.
Definiendo al motorista
Sentados en la barra del restaurante Roque Rosito, en el centro de la capital, el señor motorista observa la final de la Copa del Mundo Rusia 2018. Francia va arriba en el marcador sobre Croacia y está a punto de lograr su segundo campeonato.
Yo reviso los periódicos locales. Destacan temas de migración, de Trump, de la corrupción del gobierno de Jimmy Morales y de la crisis en Nicaragua. Decido ver los últimos instantes del juego.
─¿Quiere ver el diario? ─le pregunto al señor motorista, que está sentado a mi lado.
─Es que no sé leer, hijo ─respondió.
Cifras oficiales indican que el analfabetismo en El Salvador alcanza un 10,14 por ciento en un país donde habitan 6,5 millones de habitantes. El gobierno de la exguerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) estima que entre 2009 y 2018 redujo el analfabetismo en un 7,83 por ciento, gracias a los 60 mil voluntarios que participan en los 59 mil círculos de alfabetización.
Comimos en silencio un desayuno chapín, que bien podría ser un salvadoreño: frijoles, queso, plátano frito, huevo y café. Observamos el festejo de la selección de Francia en la pantalla y decidimos marcharnos a caminar por las calles de la capital.
Tras un ajustado itinerario, terminamos bebiendo café y comiendo croissants en el acogedor Café del Centro, un espacio para la literatura, las bicicletas, afiches y por supuesto, para degustar una taza del aromático.
El tema del señor motorista volvió al ruedo. Había que llamarlo para que pasara por nosotros.
─¿Qué tal su viaje?─ pregunta el propietario del café.
─Hemos tenido unos inconvenientes con el transporte, pero todo bien─ responde Susana.
El propietario del café comenta una historia de cuando vivía y trabajaba para una empresa de publicidad en El Salvador. La encargada de logística le informó que para las diligencias de su trabajo iba ir acompañado del señor motorista. “El señor motorista”, pensó, “¿Me van a mandar en moto a realizar el trabajo?”, se preguntó angustiado. Pronto descubrió que el señor motorista que le habían asignado conducía un automóvil y no una motocicleta.
Nos reímos con la anécdota.
─Cabal ─le digo, mientras estoy sentado en la barra del café─ en El Salvador le llamamos motorista a los chóferes. También los hay taxistas, microbuseros y buseros, pero el genérico es motorista.
Justo en ese momento, la figura del Toyota Hiace de color gris aparece por el escaparate. Es hora de regresar.
El viaje de retorno
Sin juzgar ni compadecer al señor motorista sobre sus razones de no saber leer, me preguntaba qué significaba para él todo aquel alboroto acerca de la feria del libro, ese intercambio de opiniones de autores, de frases, de ediciones y de recomendaciones literarias.
Qué podría significar esa larga espera mientras comprábamos, a duras penas y con mucho sacrificio, algunos textos en esa prestigiosa librería, situada en una zona lujosa de la capital de Guatemala.
Para el señor motorista quizás no significaría nada, quizás le daba lo mismo, quizás solo quería deshacerse de los viajeros, quizás solo quería que le pagaran para llevar el dinero a su hogar en San Juan Opico, quizás solo quería llegar a casa lo más pronto y descansar junto a su esposa.
Por eso viaja de regreso a toda velocidad. El trayecto le toma tres horas. Le rebasa a todos los automóviles que encuentra en el camino. Quiere llegar antes que todos a la frontera para evitar largas filas. Sabe el oficio, tiene cuatro años de llevar gente de un lado para el otro. Hace todo lo posible por salir del atolladero.
Al cruzar la frontera, su teléfono comienza a sonar, recibe instrucciones, le llama su familia, le llama su patrón. Les pide que no le escriban, que solo le pongan mensajes de voz. “No puedo leer”, les dice.
Su pie en el acelerador no descansa. Va a toda prisa. Los ocupantes le han llamado varias veces la atención, pero no parece atender. La lluvia arrecia y el mantiene el ritmo. Rebasa a todos sin control. El señor motorista se tiene mucha confianza, toda su vida ha conducido.
Alguien del grupo dice que Waze indica que más adelante hay un accidente en la carretera de Los Chorros, que hay un tráfico de por lo menos media hora y que llueve intensamente. Pero esas advertencias no significan nada para el señor motorista porque él está acostumbrado a driblar el tráfico, no importa cómo.
El señor motorista toma el carril auxiliar a toda velocidad para evitar el tráfico. ¡Splash! Caemos sobre el primer bache y todos saltamos al interior del microbús. El señor motorista no baja la velocidad y vemos pasar la fila de autos detenidos a un costado. ¡Splash! El segundo bache.
Pienso en que vamos transitando la carretera de Los Chorros, una autopista de alto riesgo, acá mueren personas, por lo menos, cada semana. Me imagino todas esas noticias sobre accidentes de excursiones, de automotores que se van en los barrancos.
Pienso en los 665 fallecidos de todas las edades que han perecido en accidentes de tránsito entre enero y junio de 2018. Pienso en la calavera cromada que lleva en el parachoques.
“¡Mierda!, nos vamos a matar”, pienso con angustia. Son increíbles las cosas que uno puede imaginar en un instante. Así que intento llamar a la prudencia al señor motorista, pero apenas alcanzo a decir:
─Yo creo que no es”¦â”€ pero se me corta la voz en pleno vuelo.
Mis compañeros terminan la frase. El señor motorista atiende el reclamo y se incorpora de nuevo al carril donde los autos hacen fila con paciencia.
─No se preocupen, esta calle me la puedo de memoria. Por aquí paso todos los días─ dice sonriente. Los ocupantes vuelven a respirar tranquilos.
Los viajeros retoman su conversación acerca de las pírricas ferias del libro en El Salvador, de la falta de variedad en las librerías, de la falta de lectores, de la falta de apoyo, era una prolongada lista de cuestionamientos de la que nadie encontraba respuesta.
Yo por mi parte, mientras los escuchaba en silencio, solo pensaba y me preguntaba en la historia de la persona que está al volante.