La consigna que clama “Fuera JOH”, aunque la más popular, ya no es la única. En los últimos días se le ha sumado otra, tan expresiva y rotunda como ella, que demanda un “Basta ya”, algo así como una variante de la primera, pronunciada para expresar el hastío y el cansancio que abaten a la mayoría de la población. Mientras la primera consigna surgió espontáneamente en las calles, la segunda tiene un cierto aliento sacerdotal y apareció dibujada entre las líneas de un Pronunciamiento público de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica.
Muy pronto el “Basta ya” se coló también en declaraciones públicas de un grupo empresarial y, más tarde, en los mensajes electrónicos, los llamados “twiters”, de un controversial ex presidente. De esa manera, tanto entre los que lo incluyeron en su pronunciamiento como entre quienes lo repiten, el “Basta ya” expresa una forma de decir “no más”, “ya estamos hartos” “hasta aquí llegamos”. Es una forma complementaria del “Fuera JOH”. Ambas consignas o reclamos públicos, en simbiosis simultánea, transmiten el mismo mensaje: Basta de JOH, es hora de que se vaya…
Las encuestas muestran que los índices de aceptación del gobernante están casi a ras de suelo. Su errática y cuestionable conducta ha logrado conformar una oposición multitudinaria en toda Honduras, que si no fuera por su dispersión e incoherencia hace ratos que habría dado al traste con el régimen actual. Pocas veces se ha percibido en la historia contemporánea de nuestro país un sentimiento tan unánime de rechazo y disgusto con la gestión gubernamental. El gobernante ha tenido la escasa virtud de convertirse en un verdadero “estratega de la derrota”. Tienen razón sus colegas de partido al mostrarse preocupados por el visible impacto de la impopularidad presidencial sobre la imagen de la administración nacionalista y su previsible repercusión futura en las urnas. Las urnas del fraude podrían convertirse en urnas mortuorias, tanto desde el punto de vista electoral como partidario.
Al otro lado del río político, en las filas de la llamada oposición, se intensifica el debate en torno a una eventual caída del estratega de la reelección. Algunos, con la prisa del desesperado, ya casi fríen la liebre antes de cazarla, presas de un triunfalismo político tan engañoso como arriesgado.
No son pocos los que cifran sus esperanzas en la conducta de Washington, esperando que desde allá llegue el mandato o el visto bueno para el ansiado relevo. Desconfiados de la fuerza interna, se aferran a la fuerza externa, en la vana ilusión de una intervención directa que, a la postre, sería tan perniciosa como lamentable.
Otros, menos seguros de la eficacia del factor exterior, sueñan con supuestas conspiraciones internas de militares y políticos acostumbrados a los golpes de Estado. Olvidan una verdad elemental: en las condiciones concretas de nuestro país, en el marco de su tradición política y su cultura castrense, los militares no están diseñados para permitir la democracia, el pluralismo y el Estado de derecho. La democracia no se construye con los hombres de uniforme, se edifica y defiende con los ciudadanos activos y conscientes de sus obligaciones cívicas.
Por eso, ante la amenaza incierta de un golpe de Estado, los ciudadanos deben enarbolar la consigna del “golpe de calle”, como se le denominó hace unas décadas a las movilizaciones callejeras que botaron gobiernos y cambiaron en buena medida el panorama político de la América Latina de entonces.
Sólo la movilización permanente de los ciudadanos, su vigilancia constante, su actitud crítica, su rebeldía sustancial, su disposición a la lucha política, son factores vitales para sustentar la democracia y defender un verdadero Estado de derecho. La democracia no es ni será el fruto de una orden, aunque sea judicial, proveniente de Washington. Tampoco será el resultado de una conspiración cuartelaria, combinada con misas negras sabatinas en los predios de las élites golpistas. La democracia es un don demasiado preciado para dejarlo en esas manos sucias. No olvidemos el consejo del gaucho errante, Martín Fierro: “el fuego para calentar, debe venir desde abajo…”