viernes, 26 abril 2024
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Caín (Segunda y última parte)

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"No puedo negar que amo profundamente el país en el que nací, pero me es imposible identificarme con su idiosincrasia": Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

GUANACOS HIJOS DE PUTA

El 22 de marzo de 1993 es la fecha de defunción de los Acuerdos de Paz, ese día la Asamblea Legislativa aprobó el decreto No. 486 mediante el cual se promulgó la Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz. Esa fue la respuesta del gobierno al informe “De la locura a la esperanza” elaborado por la Comisión de la Verdad conformada por abogados y juristas extranjeros.

El documento contenía 32 casos de atrocidades cometidas por los bandos en disputa, más del 90 % de violaciones a los derechos humanos se atribuían a las fuerzas armadas, la ONU sugirió se escogieran extranjeros para la Comisión de la Verdad por su imparcialidad “ninguna de las partes en conflicto representaba totalmente a los intereses de las víctimas o de los sobrevivientes –ni de la sociedad salvadoreña en su conjunto” (Popkin, La Amnistía Salvadoreña: una perspectiva comparativa ¿Se puede enterrar el pasado?, p.4).  

Con la amnistía se apuñaló de muerte a la justicia y no hubo vuelta atrás, la gente representó la carne de cañón sacrificada en nombre de la democracia. 

Ese es el contexto con el que escribí la primera versión de estos versos.

Y después
de tantos años
descubrimos la república
y encendimos fuegos artificiales
el odio era el perdón
y el júbilo nuestra embriaguez
amanecimos con una resaca
de los siglos por los siglos
desde ese día
vagamos por las plazas
visitamos las ruinas
del sepulcro de Abel
extrañamos los cerros
los cuarteles
y aquella maravillosa
purga cotidiana
de la guerra. (Gabriel Otero, Sueños de Caín frente al espejo, 2006)

En El Salvador se enterró exitosamente al pasado fue la excepción en América Latina, no sucedió lo mismo en Chile, Argentina, incluso Honduras y Guatemala, naciones en los que hubo avances en la búsqueda de su verdad con aportes de la sociedad civil. Paso a paso buscaron la aplicación de la justicia.

Difícilmente se puede construir el concepto de ciudadanía y un estado óptimo de derecho teniendo como materia prima la idiosincrasia salvadoreña, el nativo de ahí es clasista, propenso a la testarudez y busca imponerse, aunque carezca de la razón, no admite nunca estar equivocado, no le gusta reflejarse en el espejo.  

El salvadoreño le busca la cuadratura al círculo, se autodenomina “cachimbón”, “trabajador” y a prueba de adversidades, la realidad es que es un transgresor sistemático de las leyes, siempre busca mover sus influencias cuando se ha metido en algún problema, se queja de todo, el país está hecho mierda pero no por culpa de él y reinventa el lenguaje a su conveniencia.

Siempre personificamos a Caín dispuestos a sacrificar a Abel.

En este valle
construimos la ciudad
creamos símbolos
dioses imaginarios
y uniones perecederas
para elegir la muerte
coronamos con laureles
a los herejes
nos creímos redimidos
por el aire respirado
y entonces
irrigamos la tierra
con la sangre
del hermano. (Gabriel Otero, Sueños de Caín frente al espejo, 2006)

TREINTA Y DOS AÑOS DESPUÉS

¿Qué tiene el genoma salvadoreño que lo hace tan tolerante a las injusticias y tan afecto a estados represivos? ¿por qué esa tendencia a borrar el comportamiento ignominioso y hostil de asesinos conocidos que luego se convirtieron en diputados constitucionalistas y padres de la patria y todavía respetar sus obras? ¿estos personajes no tendrían que haber sido desechados en el basurero de la historia? ¿podremos tener ojos y no ver sin ser ciegos? ¿por qué nos resistimos a recordar?  

No puedo negar que amo profundamente el país en el que nací, pero me es imposible identificarme con su idiosincrasia. 

No puedo.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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