lunes, 9 diciembre 2024
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Caín (Primera parte)

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"El dinero era un botín de la posguerra, al igual que los cargos de elección popular": Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

EL ODIO INCONFESABLE QUE CADA UNO DE LOS HIJOS DE LA PATRIA LLEVA DENTRO

Extravié el encanto a mi país de nacimiento hace casi tres décadas, no sé dónde lo dejé, fue irrecuperable. Perdí fe en mis coterráneos y en la naciente democracia. No sucedió de súbito, la desconfianza creció por el sufrimiento propio de conductas hostiles. La ortodoxia ajena en su máxima plenitud. Era desgastante enfrentarse a gente obtusa, impositiva, egoísta, intolerante y poco solidaria, ello me impulsó a cortar por lo sano. A la larga no me equivoqué.

No puedo negar que fui afortunado de vivir en El Salvador en momentos clave, llegué en los estertores de la guerra y anduve en la ofensiva como reportero. Estaba yo joven y todo lo percibía novedoso e inédito, aunque me jugara la vida.

Desde el gobierno participé en la reconstrucción como ciudadano-funcionario aportando formación, creatividad y mis capacidades para beneficio de todos. Esa era mi visión, llegué a lo más alto que se podía sin involucrarme en asuntos partidistas, preferí mi independencia ideológica y fáctica, lo que facilitó analizar cualquier alternativa a partir de una perspectiva panorámica. Fue una época mágica y esperanzadora, pretendíamos sentar las bases para proyectos a largo plazo con miras a fortalecer una nación, fue en vano.

A unos meses de la firma de los Acuerdos de Paz una de las cinco organizaciones del extinto Frente nos invitó a Roberto Huezo, Fernando Umaña y a mí a una charla de café, la idea era preguntarnos nuestras opiniones sobre el concepto cultura, transcribieron la tertulia y pretendían repetir la experiencia con otros intelectuales. Fue un poco apropiarse las ideas, fui muy prudente y manifesté lo común y lo esencial.  

Tenía claro que cualquier política cultural debía ser inclusiva y participativa, lo demás estaría condenado al fracaso. Eso lo había ejecutado, con éxito y mucha intuición, en el suplemento Tres Mil y luego en la Dirección de Publicaciones. Al principio me entusiasmaba aportar al desarrollo cultural.

Empecé a perder el ímpetu con los proyectos de cultura de paz, en un par de ellos fui nombrado interlocutor por CONCULTURA, es decir la contraparte gubernamental y en las reuniones me percaté que el único interés de algunas ONG’s era obtener fondos sin importar resultados.

Había otra propuesta de edición de libros, a esta los escritores y poetas de un sector marginado, la veían como una piñata de textos y una oportunidad de publicarse y asignarse salarios con sus recursos.

El dinero era un botín de la posguerra, al igual que los cargos de elección popular, el recién electo diputado Eugenio Chicas del FMLN, que presidía la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa me citó para precisar los cambios de horario de la Dirección de Publicaciones, el sindicato se había quejado porque según ellos, el gobierno quería privatizar la editorial.

La explicación era simple, la modificación de horarios laborales obedecía a que durante la guerra el turno vespertino debía salir temprano por el transporte hacia sus casas. Con la llegada de la paz había adecuaciones, esta era una de ellas.

Cada día surgía una nueva contrariedad, las reuniones para los proyectos de cultura de paz se tornaron en asambleas y en pugnas por liderarlos, el símbolo de Caín que todos los salvadoreños llevamos dentro comenzaba a manifestarse en la piel. Ese odio inconfesable que cada uno de los hijos de la patria lleva dentro.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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