“A veces a los jóvenes no les prestan atención en sus casas y creen que metiéndose a una pandilla la van a recibir; también la mala influencia de los amigos o porque los pandilleros los amenazan”, explica “Rosita”, nombre ficticio de la fuente de quien se reserva su identidad real, al referirse sobre algunos de los factores que encaminan a los jóvenes, niños, niñas y adolescentes a integrar una pandilla.
La joven estudiante de 14 años reside en el municipio de Soyapango, uno de los más violentos de San Salvador. Y cada vez que entra o sale de su casa ve un mural pandilleril con “las dos letras” (MS-13) que le recuerdan a diario con quién convive y quién la vigila.
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Algunos estudios sitúan el surgimiento de las pandillas a finales de los años setenta en California, Estados unidos. Allí nacieron los dos grupos más violentos y con más miembros en El Salvador: la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18, enemigos a muerte. Fueron la respuesta de los migrantes frente a las violaciones de derechos humanos y racismo que sufrían en el país norteamericano.
En El Salvador, según una investigación desarrollada recientemente por la Universidad Tecnológica de El Salvador (UTEC), estos grupos delincuenciales iniciaron a operar después del conflicto armado salvadoreño.
“Las huestes de estas pandillas fueron forjadas en la guerra civil; fueron combatientes de la guerrilla y del Ejército que integraron grupos paramilitares, quienes conocen del manejo de armas y explosivos”, reza el estudio señalado.
El Observatorio Centroamericano sobre Pandillas aseguró que un pandillero se identifica, primordialmente, por el uso de ropa holgada, la forma de hablar y el uso de tatuajes. Además explican que los motivos por los que los jóvenes deciden integrarse a una “clica” son individuales y colectivos.
“Los factores que inciden para que una persona se vuelva pandillero o pandillera se agrupan en individuales, como el carácter y la psicología, pero también las familia, el barrio o colonia donde vive, la escolaridad y el tipo de amistades”, apunta la investigación.
Asimismo el Observatorio señala que la baja autoestima en los jóvenes y el proceder de familias en extrema pobreza son altos factores de riesgo. “Los jóvenes buscan en la pandilla la seguridad, la autoridad y los nexos de cercanía que probablemente no encuentran en su casa y a medida que aumenta su edad, lo hace también su involucramiento y actividad dentro de la misma”, se explica en el estudio.
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En la actualidad, en el país, existen más de 30 mil pandilleros en libertad y 14 mil más recluidos en diferentes centros penales, los cuales son los principales responsables de cometer la mayoría de delitos que suceden en el país, entre los más comunes: extorsiones y homicidios, según información policial.
En tal sentido, el Observatorio indicó que para disminuir el flagelo pandilleril, la educación, la incorporación a la sociedad, las oportunidades de empleo y la diversión son clave.
El Gobierno salvadoreño ha impulsado varios programas de prevención de violencia en diferentes zonas priorizadas por su alto nivel delincuencial. El sistema involucra a instituciones comunales para lograr incidir de manera más integral en los jóvenes y así evitar que se integren a las pandillas.
Según datos oficiales, los proyectos de prevención se han extendido en 578 comunidades del país; se han borrado 113 mil 499 metros cuadrados de grafitis de las denominadas “maras”. También 509 familias han sido atendidas a través del programa Familias Fuertes, en el que se impulsan los valores y habilidades de crianza.
“Yo no fuera pandillera porque me puede traer problemas. Me quiere mi familia y quiero ser profesional en mi futuro y no ser mala influencia”, explica “Rosita”.
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En el municipio en que ella vive, como como en todo el país, lo que sobra son pandillas, jóvenes que según los estudios tienen edades de entre 13 y 25 años, que provienen de hogares desintegrados, víctimas de maltrato infantil y de la pobreza y que perdieron la esperanza de un futuro mejor.