Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, El Salvador, el 15 de agosto de 1917. Se hizo sacerdote por amor al barro de los pobres y a la costra de la miseria que arreciaba en las zonas prohibidas de la burguesía salvadoreña.
Fue el hijo del pueblo, el padre del pueblo, el viejo del pueblo, el Cristo del pueblo, por eso lo mataron porque en él estaba lo divino y lo valiente, la conciencia y la lucha, era un hombre de sotana y puño, no creía que las misas eran para bañar de sahumerios a los ricos de las 14 familias.
Un lunes, como hoy, 24 de marzo de 1980 fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en San Salvador.
Una bala oficial, comprada con el sudor del pueblo, negociada con la burguesía y calculada por los escuadrones de la derecha, impactó en su corazón, momentos antes de la Sagrada Consagración.
Al ser asesinado, tenía 62 años de edad.
Con el se fue la vida del pueblo entero, y no necesitó ni tres días, ni tres horas, ni tres minutos, resucitó en el mismo instante, en la lucha del pueblo salvadoreño, y hoy cada niño, cada niña, cada ser humano que nace en la tierra bendita de Romero, nace también la luz del futuro, de la utopía de la victoria para siempre con el Cristo de frente ante los dueños y señores de la muerte.
Amén.