Por Félix Ulloa hijo.
Hoy 8 de mayo se conmemora el Día de la rendición del nazi-fascismo que marca el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa en 1945, cuando la Alemania nazi firmó su claudicación incondicional ante los Aliados..
A ochenta años de la liberación de Auschwitz, la memoria del Holocausto sigue siendo un pilar de la conciencia moral contemporánea. Sin embargo, su instrumentalización selectiva plantea serias interrogantes cuando observamos la situación en Gaza, donde millones de personas viven bajo asedio, desplazamiento y violencia estructural. Este salto histórico no busca establecer equivalencias simplistas entre el genocidio nazi y la ocupación israelí, sino reflexionar críticamente sobre la persistencia de ciertas lógicas de poder que el pensamiento antifascista ya había denunciado.
Hannah Arendt, en “Los orígenes del totalitarismo,” subraya que el totalitarismo surge cuando el Estado convierte a ciertos seres humanos en “superfluos”, despojándolos de derechos y de pertenencia social por su raza, por sus creencias reliiosas o por su ideologia y militancia politica.
En Gaza, la prolongada negación de derechos básicos, el confinamiento territorial y el castigo colectivo evocan esta figura del ser humano reducido a mera existencia biológica sin ciudadanía efectiva. Giorgio Agamben profundiza este concepto en “Homo Sacer,” al describir cómo el poder soberano moderno funciona a través de la excepción, donde ciertos cuerpos quedan fuera del marco legal y pueden ser eliminados sin consecuencias jurídicas. Gaza, bajo esta luz, puede entenderse como un espacio de excepción permanente.
La legítima defensa de Israel ante el ataque terroista de Hamas ha desplazado su narrativa de liberación hacia una práctica de dominación étnico-nacional, donde el recuerdo del Holocausto se usa no para prevenir nuevas opresiones, sino para justificar una política de fuerza.
El salto de Auschwitz a Gaza, por tanto, nos exige una relectura crítica de la memoria histórica. El “nunca más” no puede ser monopolizado ni reducido a una identidad nacional específica. Si el fascismo fue la anulación del otro como sujeto moral y político, nuestra responsabilidad —académica, ética y política— es denunciar toda repetición de esa lógica, incluso cuando proviene de quienes fueron víctimas de ella. No se trata de comparar sufrimientos, sino de impedir que el sufrimiento del pasado sea invocado para perpetuar el del presente.