Manlio Argueta narra cómo el círculo de intelectuales universitarios en los años 60´ creaban cultura, protestaban contra la dictadura militar y también exponían sus vidas con humor, irreverencia y sarcasmo agudo, sin precedentes.
Por Manlio Argueta
Estoy esperando el bus en el costado oriente del Mercado Cuartel (el 13 que viene de Soyapango). Después debo tomar otro. Son las 6:30 a.m. Voy para la UES con mi código de varios colores (están todos los códigos de diferente color). Y de pronto se baja un joven. Me conoce, pues ya soy conocido como poeta.
Y me dice: “Acabo de ver al poeta Roque Dalton (estaba secuestrado en el presidio de Cojutepeque y se había escapado)”.
Y me dice que lo vio muy barbado y con ropas sucias. Cuando ellos iban llegando (creo que a Cárcel de Mujeres), se le acercó y le dijo que era el poeta Dalton y se bajaba. “Yo noté que había un retén de la Guardia y sabía que estaba desaparecido. Yo estudio medicina”, y sabía de su secuestro. “Y me pidió 0.10 ctvs. para el bus, pues iba a esperar otro bus”.
Por supuesto que le creí. Al llegar a la UES, informé todo a la Asociación de Estudiantes de Derecho –AED-. Ahí terminó mi faena, alguien llamaría a la Royal e irían a avisar a la familia.
Una increíble coincidencia, y en el fondo, pensaba si acaso era cierto o sólo un sueño. Me olvidé ese día. En la tarde del día siguiente, recibí un papel de Roque: quería verme y me llevaría Aída, su esposa, a la casa donde estaba escondido en la Colonia Dolores, cerca del Zoológico.
Al verlo me dijo que “buscaban a los poetas y me mostraron tu foto, y que si te conocía… Yo me negué”. Y luego me dijo que él saldría del país. Y que me recomendaba salir también. Le dije que yo no tenía ningún país adónde ir.
Y no salí. Entonces decidí escribir más poesía, pues yo había dejado de escribir. Esto a Roque le motivó un poema: “A Manlio” y me lo envió por correo. Le hice caso. Y me dije: sólo mi poesía puede protegerme. Así fue. En esos mismos meses, gané un primer premio: “Los Días enemigos”. Y luego otro y otro de poesía. No me pasó nada.
Y obtuve trabajo con Ítalo López Vallecillos (mentor de los jóvenes poetas), donde surgió la afamada revista La Pájara Pinta. Un final que se inició en pleno Centro Histórico, y feliz para los dos (1964).
Nunca lo volví a ver. Excepto unas dos cartas. Y luego le publiqué dos libros en Costa Rica: Pobrecito Poeta que era yo y Poemas Clandestinos. Ítalo ya le había publicado Miguel Mármol. Pero Roque ya había sido asesinado, no vio ninguno de sus tres libros publicados fuera de El Salvador.
Otra anécdota de los poetas terribles
Cuando el máximo promotor del teatro en El Salvador, Edmundo Barbero, fue expulsado por razones “políticas” con su Teatro Universitario, la Universidad de El Salvador (UES) contrató a un director francés: André Moureau. Y como contrapuesta, los poetas decidimos apoyar al nuevo director francés y a los actores existentes, y así ingresamos Roberto Armijo, Hildebrando Juárez, Miguel Parada, Raúl Monzón y este susodicho Manlio.
Se suponía que seríamos extras, a excepción de Miguel Parada y Monzón, que ya tenían experiencia. Recuerdo que vecinos de la zona roja y Plaza Zurita, donde vivíamos Hildebrando, Miguel y yo, fueron en grupos a vernos en el estreno de una obra. La verdad: nosotros los invitamos. Eran nuestros fans.
La lista de sobresalientes actores en la historia es muy grande, entre ellos están Norman Douglas, Isabel Dada, Roque Dalton, Roberto Armijo, José Roberto Cea (Doctor Honoris Causa de la UES), William Armijo, Julia Herodier, Gilda Lewin, Mario Tenorio, Mario Pleitez, Yanira Contreras, Rubí Contreras.
La primera obra fue La Alondra (Juana de Arco), de Jean Anouilh. Yo hacía de verdugo, el que le da fuego a la pira; Armijo hace de soldado; Dalton e Hildebrando hacen de sacerdotes jueces; Miguel es ayudante del director; Monzón es el actor principal junto a Juana de Arco. En la primera presentación, Dalton se cubre con la túnica y le hace muecas a Armijo, quien comienza a sonreír. (El Teatro Nacional está lleno). Como no tenemos experiencia, no veíamos al público y no detectamos el efecto que pueda producir, pero éste sí nos ve muy bien a los actores y ve al guardia sonriéndose.
Pero no pasó nada, sólo que Armijo, al decir su parlamento de sólo cuatro palabras, lo dice con un grito y le sale un “gallito”, pues padece de asma. Los actores sin experiencia sonreímos.
En la segunda presentación, siempre a teatro lleno, Armijo lleva un chicle para, según él, ocultar la risa (no se daba cuenta de que se vería el movimiento de los labios). Por supuesto, Dalton siempre le hace musarañas a Armijo. Hildebrando, con su túnica, se le olvidó quitarse el reloj pulsera ¡en la Edad Media, con reloj!
Sólo yo no tengo problemas, pues como verdugo, voy enmascarado. Por supuesto, que la prensa no calló esos humores en plena Edad Media.
Otro día hubo reunión y tanto Roque como Armijo, por decisión de Moureau, fueron expulsados.
¿Por qué esta historia del Centro Histórico?
Porqué la obra era tan larga que salíamos a las 11 de la noche, y ninguno tenía vehículo. Y recuerdo que los actores Miguel, Hildebrando y yo, nos íbamos acompañados de vecinos (novias, niños menores, mamás y abuelas) a pie hasta la Zona Roja.
No sé cómo se las arreglaban los demás para llegar a sus casas. Es posible que hubiera bus especial, pero sólo los de la Zona Roja, vecinos de Plaza Zurita, por vivir a cinco cuadras, nos íbamos a pie.
Nunca nos pasó nada, cuando el Centro Histórico era un Edén, que años después se convirtió en la zona más violenta del mundo. Y yo, nunca pasé de actor secundario en aquella obra.
De ahí vienen mis sueños. Ninguno de los actores citados, ni los principales, viven. Ese es el ombligo de mi juventud, que está en el Centro Histórico. El otro lo dejé en San Miguel.