La fachada aparecía en postales, revistas, era sumamente fotografiada, era un gran orgullo nacional, hasta el fatídico día que les menciono, en donde imperó más el capricho y las decisiones sin análisis, y sin la consulta a la feligresía
Por Carlos Francisco Imendia
La desdicha se acercaba a San Salvador, en un día menos pensado, nubes grises se apoderaron de la ciudad, en medio del caos, buses, gritos de vendedores y contaminación, un sorbetero miró al cielo y sospechaba que algo no estaba bien, mientras sonaba las campanitas del carretón, también en los alrededores de la biblioteca nacional, se sentía esa sensación, un vendedor de billetes de lotería en las cercanías del palacio nacional, sentía una atmosfera como si se acercara lo peor, un temblor.
A lo lejos se observó a unos extraños tipos de camisas negras, salieron a acordonar la fachada de la catedral, mientras otros con cascos, salían a espantar a la gente y a poner la famosa cinta amarilla a una distancia prudencial, nadie se imagina del crimen que la misma ciudad iba a presenciar.
Se instalaron viejos andamios, y los hombres los iban armando hasta alcanzar lo más alto de la fachada, y no era para el mantenimiento del mosaico, tenía otras oscuras intenciones, arrancarlo.
Las palomas posadas en la figura de Barrios y su caballo salieron en desbandada mientras el ensordecedor y persistente sonido de los cinceles, martillos, espátulas y otro tipo de herramientas arrancaban aquel icónico mosaico, que había sido parte de la nueva era de paz en el país y retoque final de una nueva catedral que durante el conflicto era una rara y fea edificación de ladrillo, y que para la firma de la paz, las agrupaciones que eran parte del FMLN habían colocado mantas y una imagen de Farabundo totalmente grotesca, en tiempos de paz, se organizó un equipo sensato de buenos salvadoreños que buscaron edificar hasta finalizar la nueva catedral, y se pensó en culminar con el majestuoso y colorido mosaico del artista Fernando Llort, una figura icónica, un símbolo también de paz, cuyos conocimientos artísticos los derramó en el precioso pueblito de la Palma Chalatenango y sus habitantes.
Después de la visita de San Juan Pablo II en 1996 y la finalizada cripta donde descansan los restos de San Romero de América, y varios obispos de la Diócesis de San Salvador y algunos próceres de la independencia como los hermanos Aguilar, la fachada de la catedral cautivó y fue símbolo a nivel internacional de la era pacífica salvadoreña, orgullo y belleza de la finalizada obra arquitectónica que durante el conflicto parecía edificio bombardeado y saqueado.
La fachada aparecía en postales, revistas, era sumamente fotografiada, era un gran orgullo nacional, hasta el fatídico día que les menciono, en donde imperó más el capricho y las decisiones sin análisis, y sin la consulta a la feligresía. Caían de gran altura los azulejos, y San Salvador escuchaba como se quebraban en el suelo, el artista entristecía y con dignidad él y su familia llegaron a recoger los pedazos de su obra, años después uno de sus hijos me lo mostró donde exponen su obra: En el Árbol de Dios, pedazos valiosos de historia patria y de aberración cultural.