¿Quién mató a Francisco Morazán?

"Son muchos los hechos y circunstancias que me llevan a colocarle un signo de interrogación a la historia que se cuenta sobre la muerte de Francisco Morazán": René Mauricio Valdez.

Ensayo de René Mauricio Valdez.

Cuanto más vemos,
más capaces somos de ver.
María Mitchell

1.

Son muchos los hechos y circunstancias que me llevan a colocarle un signo de interrogación a la historia que se cuenta sobre la muerte de Francisco Morazán, acaecida en Costa Rica el 15 de septiembre de 1842, por fusilamiento, luego de un masivo levantamiento en su contra mientras ejercía como presidente de aquel país.

La narrativa prevaleciente es bastante bien conocida. Fue difundida desde muy temprano por varias proclamas que publicó Antonio Pinto, la primera el 11 de septiembre de 1842, cuatro días antes de que personalmente capturara y dirigiera el pelotón que fusiló a Morazán. A continuación, fragmentos de dichas proclamas, dirigidas «a los soldados de Costa Rica», las que probablemente son la primera exposición de la versión oficial de los hechos:

Mucho tiempo ha de que el desenfreno de una ambición audaz meditaba recobrar, con el sacrificio de vuestra patria, la silla de que lo arrojó la opinión pública.

Cuando el caudillo comenzara a realizar su proyecto fatal, vosotros opusisteis la más firme resistencia…

Mañana ibais a marchar de justos invasores. El pretendido conquistador de Centro-América se soñaba dominarla; y vuestras vidas, intereses y honor, todo lo iba a sacrificar a sus conatos;

… Vosotros habéis empuñado las armas; pero con el secreto designio de salvar a la Nación…

Soldados: me habéis proclamado vuestro jefe de armas y voy a tomar la parte que me corresponde en vuestra causa.

Un día después de que ejecutó a Morazán, Pinto suscribió un comunicado en calidad de «general en jefe de los pueblos de Costa Rica» en el que reafirmó la proclama del 11 de septiembre y agregó un enigmático comentario:

Loor eterno a los valientes soldados que dirigidos por una mano oculta cargaron sobre sí el deber de recuperar vuestros derechos a costa de derramar su sangre.

En otras palabras, la historia oficial es que, mientras ocupaba la presidencia de Costa Rica ‒luego de regresar del exilio y desplazar del gobierno al conservador Braulio Carrillo‒, Morazán intentó organizar un ejército centroamericano para restablecer el proyecto liberal de la República Federal de Centro-América, de la que él naturalmente sería el presidente. Los labriegos costarricenses, hartos de tanta guerra, se levantaron en masa contra el desenfrenado caudillo y lo fusilaron.

Un aspecto no tan recordado de la versión oficial es la críptica referencia que hizo Pinto a la «mano oculta» que dirigió a los alzados. Si salvar a la nación fue el «secreto designio» de los que empuñaron las armas contra Morazán, ¿cuál fue su designio manifiesto? Estas llamativas expresiones de Pinto apuntan hacia un silencio histórico firmemente enraizado que quiero contribuir a visibilizar.

La lectura alternativa que propongo requiere poner en valor cuestiones que son desconocidas o solo tocadas de manera anecdótica por la inmensa mayoría de estudios. Por un lado, el papel dirigente que tuvieron en el episodio varios acaudalados europeos, residentes y con cargos políticos en Costa Rica, afines a Braulio Carrillo y a los dos potentes enemigos internacionales o externos de Morazán: la Corona inglesa y la Iglesia de Roma.

Por el otro, la decidida expansión territorial del imperio británico sobre Centroamérica durante este período, expansión que tuvo fuerte incidencia en los procesos políticos de la región y que es necesario escudriñar para captar en su justa dimensión los acontecimientos que culminaron con el fusilamiento de Morazán nada menos que un 15 de septiembre.

2.

Desde antes de la independencia de España y hasta fines del siglo XIX, los ingleses se posesionaron por las armas de territorios, islas y aguas centroamericanas tanto en el lado del Atlántico como del Pacífico. Un funcionario inglés residente Belice estimó que, para mediados del siglo XIX,

La suma de nuestras adquisiciones en Centro-America, excluyendo a las pequeñas islas de Roatán y del Tigre, es de 66,000 millas cuadradas… en que nosotros tenemos una autoridad sin oposición, siendo casi la tercera parte de Centro-América, igual á dos terceras partes del área de la Gran Bretaña (citado por E. G. Squier, 1856, embajador de Estados Unidos en Centroamérica en esa época).

Dichas «adquisiciones» permitían al Imperio controlar localidades y rutas muy importantes para el comercio, pero sobre todo críticas con miras a lo que todos llamaban «la empresa más importante del mundo»: la construcción y el control del canal entre los dos océanos y el aseguramiento de sus rutas de aproximación y de salida.

La estratégica ruta interoceánica solo podía construirse por algún punto del istmo que se extiende desde Tehuantepec hasta el Darién. La mejor opción era, de lejos, la vía de Nicaragua, pues allí el canal prácticamente ya estaba hecho por la naturaleza (río San Juan en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica → gran lago de Nicaragua → río Brito por el lado del Pacífico).

El plan B era el Darién en Panamá, entonces parte de la Nueva Granada. Sin embargo, este proyecto estaba bastante más lejos que Nicaragua de las costas de Estados Unidos, requería adentrarse en una selva cerrada con un temido «clima maligno», y realizar descomunales excavaciones a través de la columna de cerros que conforma la división continental, problema inexistente en Nicaragua.

Desde los primeros días de la vida independiente, varios gobiernos y movimientos políticos centroamericanos se autodefinieron liberales o convergieron entorno a principios básicos del liberalismo de la época, como la separación entre el estado y la iglesia y la oposición al colonialismo. Los libros de Jeremías Bentham eran comunes entre los jefes del partido liberal, anota el embajador Squier.

Los grupos y gobiernos «liberales» tenían su propio concepto del paso oceánico que querían construir. Reconocían que era un proyecto faraónico; le otorgaban la máxima importancia como motor de la prosperidad de la región y de la consolidación de la República Federal. Un «emporio del universo» lo llamó Simón Bolívar, que traería «a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo». Trágicamente, terminó transformándose en poderosa causa de muchos males ‒especialmente para Nicaragua—, en particular, el fracaso de la reunificación política de la región (Valdez, 2024).

Querían un canal política y militarmente neutral bajo soberanía centroamericana, abierto sin discriminaciones al comercio mundial, no controlado con fines militares por una o más potencias, y menos aún si dicho control implicaba la ocupación de territorios de la república. Intentaron que se construyera mediante acuerdos internacionales que no lesionaran la soberanía territorial de Centroamérica y la neutralidad de la vía. Era un modelo que definitivamente no encajaba con la visión que tenía el Imperio. Contingencias europeas (la Revolución belga de 1830-31) y la diplomacia victoriana de lord Palmerston se mezclaron con procesos políticos de la región para producir el fracaso de las negociaciones canaleras con el reino de los Países Bajos, Francia y Alemania.

Los liberales opusieron resistencia a las ocupaciones territoriales empleando un modesto pero variado arsenal que incluyó acciones militares, económicas y políticas. Entre las últimas figuró prominentemente el unionismo –los reiterativos acuerdos firmados por los gobiernos para restablecer de manera inmediata la unión política entre los Estados de la ex-Federación–. Todos los intentos unionistas que registra la historia centroamericana del siglo XIX y principios del XX ocurrieron, invariablemente, como reacción a ocupaciones territoriales y otras graves amenazas de actores externos, y se resolvieron en el curso de los conflictos desatados por dichas ocupaciones y amenazas, involucrando tanto a actores internos como externos.

Lo que podríamos denominar el unionismo «real» (los acuerdos unionistas que fueron efectivamente suscritos) tuvo el propósito inmediato de coordinar la defensa y la diplomacia frente actores externos a la región, y solo en lo mediato se propuso emprender un proceso hacia la conformación de un Estado centroamericano, generalmente concebido como de tipo federal.

Los liberales del siglo XIX bloquearon las importaciones inglesas en protesta por las ocupaciones territoriales y, en numerosas ocasiones, acudieron a las armas. No aceptaron ceder Belice, las Islas de la Bahía, la Mosquitia nicaragüense y hondureña, San Juan del Norte y la Isla del Tigre y otros puntos en el golfo de Fonseca, lo que determinó que el Imperio no otorgara el reconocimiento diplomático ni firmara tratados con la Federación Centroamericana y los Estados «del centro» (El Salvador, Honduras y Nicaragua, los más unionistas), como sí lo hizo con los Estados «de los extremos» (Costa Rica y Guatemala) que mostraron en este período una posición mucho más conservadora y afín a la Iglesia de Roma y al Imperio inglés, y más reacia al proyecto de reunificación.

Hasta fines del siglo XIX, Estados Unidos apoyó al unionismo y al canal neutral bajo soberanía centroamericana como un medio de contención contra los ingleses. Con la recaída de la influencia británica hacia fines del siglo y la paralela emergencia de Estados Unidos como potencia dominante, este último país cambió su postura drásticamente (Valdez, 2004; Rodríguez, 1964).

3.

La muerte de Morazán ocurrió durante una coyuntura especialmente álgida del expansionismo inglés en Centroamérica. En 1841, Inglaterra, con el apoyo de milicias miskitu (afrodescendientes que dominaban gran parte de la costa atlántica de Nicaragua y Honduras), ocupó la totalidad de las Islas de la Bahía (Roatán ya estaba tomada) y las declaró colonias, dependientes al igual que Belice de Jamaica, el próspero enclave azucarero, esclavista y naval inglés, declarado colonia en 1655, desde donde la armada de Inglaterra impuso su dominio sobre el Caribe incluyendo las costas de Centroamérica.

Al mismo tiempo se posesionó de San Juan del Norte, la estratégica entrada por el Atlántico al futuro canal, al que quería transformar en un «puerto libre» siguiendo el approach que usó en Asia para controlar lugares como Hong Kong y Singapur. Ante las protestas, los ingleses arguyeron que las Islas de la Bahía ya antes habían sido posesión inglesa y que Greytown (como llamaron a San Juan del Norte, en honor al gobernador de Jamaica) era parte de la nación miskitu que estaba bajo protección inglesa por tratados suscritos con el rey de dicha nación. Todo lo anterior ocurrió poco menos de un año después de la derrota de Morazán por las fuerzas del guatemalteco Rafael Carrera y de la imposición de un férreo dominio conservador en toda la región.

Morazán se encontraba en Lima a punto de embarcarse junto con su mujer (Josefa Lastiri), la pequeña hija de ambos (Adela) y un grupo de fieles oficiales centroamericanos y europeos hacia lo que sería su exilio definitivo: Santiago de Chile. Con él estaba un veinteañero Gerardo Barrios, quien una década y media más tarde tendría un rol protagónico durante los cuatro años que duró el período de las invasiones de William Walker (1856-1860), no como líder militar en el terreno sino ocupando los más altos cargos políticos a la cabeza del Estado salvadoreño.

Habían sido muchas las cartas y muy frecuentes las visitas de los seguidores de Morazán en que le pedían que retornara, pues él era quien podía y debía encabezar la resistencia a Rafael Carrera y a la amenaza inglesa. Liberales costarricenses apelaban a su auxilio para derrocar a Braulio Carrillo, tradicional adversario de Morazán, quien después de un prometedor primer periodo presidencial se había declarado presidente de por vida ‒un arreglo que más tarde fue impuesto en Guatemala por Carrera‒.

Imagen, Fusilamiento de Francisco Morazán, de Carlos Zúñiga Figueroa. Imagen: Cortesía.

No sin cavilaciones, Morazán había decidido seguir hacia el exilio, era lo mejor. Cambió de opinión cuando recibió una proclama del «supremo director» de Nicaragua, denunciando que la integridad y la soberanía habían sido violadas una vez más por el «leopardo inglés», que «tenía clavadas sus garras sobre las fértiles comarcas de San Juan del Norte». La proclama llamaba a los centroamericanos de todas las filiaciones a defender la patria agredida. Es posible que no contaran con que Morazán –supuestamente ya en ruta hacia su lejano destierro‒ estaría entre los primeros en hacerlo.

Morazán canceló el viaje a Chile y, con fondos proporcionados por «ilustres americanos», adquirió un bergantín llamado Cruzador «y demás elementos bélicos para fletarlo en pie de guerra» (Rodas, 1920; Mejía, 1986). De Lima navegó a Guayaquil, donde obtuvo más pertrechos. Luego emprendió un periplo sobre aguas del Pacífico centroamericano hasta que se detuvo en el golfo de Fonseca, lo que disparó las alarmas de los gobiernos de la era Carrera.

Dichos gobiernos habían expresado su rechazo a las nuevas ocupaciones inglesas, pero trataban de mantener un delicado equilibro con el poderoso dictador proinglés de Guatemala, bajo cuyo pesado yugo se encontraban. Nada como el retorno de Morazán para provocar a Carrera y a su «padrino», como llamaban a Frederick Chatfield, el cónsul inglés en Centroamérica residente en Guatemala (Woodward, 1993; Rodríguez, 1964,).

4.

El Cruzador se aproximó al lado salvadoreño del golfo y fondeó en la bahía del puerto de la Unión (nombre completo: Puerto de la Unión Centroamericana). Morazán y sus hombres desembarcaron sin encontrar resistencia ‒el comandante del puerto, un coronel de apellido Aguado, se había esfumado‒. Luego de un breve recorrido en el que efectuaron contactos y consultas, retornaron al Cruzador desde el cual, «sobre el mágico espejismo del bello Golfo de Fonseca» (Rodas 1920, 265), Morazán escribió una carta a los gobernantes centroamericanos en la que puntualizó la consigna del momento y pidió que le asignaran tarea («Señálesenos el lugar que debemos ocupar y el Jefe a quien obedecer»), petición sobre la que no obtuvo respuesta:

La ocupación de una parte de la Costa Norte por un pueblo extraño como el de los «moscos» no podrá verse nunca con indiferencia porque equivale a perder para siempre un terreno que será con el tiempo a la República de gran utilidad; y porque la tolerancia de un hecho de tanta magnitud prepararía otros de igual naturaleza…. la ocupación del puerto S. Juan del Norte… es un golpe de muerte para la República, porque, a mi modo de ver, está cifrada su existencia nacional, la consolidación de un Gobierno y su bienestar y grandeza, en la abertura del gran canal interoceánico por el propio puerto de San Juan […] Con iguales motivos a los que han servido para usurpar este puerto, podrían más tarde ocuparse las Capitales de los Estados. (Santana 2019, 52; Rodas 1920, 267)

Morazán recomendó a los Gobiernos que agotaran todas las instancias para tratar de alcanzar un entendimiento honorable con el invasor, porque, de lo contrario, sería ineludible inmolarse batallando contra un enemigo invencible (nótese que Morazán no menciona a Inglaterra que sin duda era el agresor en cuestión. Este silencio u omisión era común. En general en casos como este optaban por usar lenguaje diplomático o ambiguo para referirse a la Corona o al Gobierno inglés propiamente, y solo se denunciaba a «súbditos ingleses» que habían ocupado territorios de la república):

[Si] no se pudiese lograr una transacción honrosa para la República, quedará por lo menos a los centroamericanos, la satisfacción de haberla procurado y la de acreditar al mundo entero, que, si se les coloca ante la humillación y la guerra, elegirán siempre el último partido, aún cuando tengan la certeza de no poder salvar más que el honor.

El Cruzador hizo movimientos dentro del golfo como para confundir al enemigo, antes de salir de nuevo a mar abierto. Emprendió una rápida incursión sobre Acajutla, donde Morazán desembarcó por unas horas también sin incidentes y realizó más contactos. La nave zarpó y giró hacia el sur, con destino, todos pensaban, hacia Nicaragua. En el camino se fueron sumando embarcaciones con hombres, armas y pertrechos, lideradas por fogueados oficiales centroamericanos y europeos. Entre los últimos estaba el francés Isidoro Saget, un cercano colaborador de Morazán que llegó a ostentar el rango de general y siguió combatiendo en roles prominentes después de la caída del líder.

Cuando la flotilla sorpresivamente se alejó de costas nicaragüenses, continuó hacia Costa Rica y se adentró en el golfo de Nicoya, ya estaba compuesta por cinco embarcaciones: el Cruzador ‒el buque insignia‒ y los buques Josefa, Asunción Granadina, Isabel II y el Cosmopolita.

Morazán desembarcó en el pequeño puerto de Caldera sin incidentes el 7 de abril de 1842. Braulio Carrillo envió tropas al mando del general salvadoreño Vicente Villaseñor para repeler a los invasores, pero cuando dichas tropas se encontraron con las de Morazán, suscribieron un acuerdo en un paraje conocido como El Jocote y prosiguieron juntas la campaña en contra del presidente vitalicio, quien cedió la plaza sin ofrecer resistencia. Morazán fue recibido en San José con amplias muestras de júbilo. Fue nombrado presidente y poco después «libertador de Costa Rica» mediante sendos actos legislativos.

5.

El 17 de julio de 1842, los Estados del centro suscribieron la Convención de Chinandega, la que dio origen a la Confederación Centroamericana. Más que una verdadera unión o gobierno, era un pacto defensivo que convocaba a liberales y conservadores que coincidían en que había que hacer algo frente a las ocupaciones inglesas, un compromiso para reclamar conjuntamente «al Gobierno de Su Majestad Británica sobre la ocupación que hayan hecho sus súbditos del territorio e islas de la República». Los ingleses y Carrera bloquearon la Confederación lanzando su propio proyecto de confederación con capital en Guatemala y golpeando militarmente y con reclamaciones económicas a los Estados del centro (Rodríguez, 1964).

Morazán reincorporó a Costa Rica a la unidad centroamericana días después de la creación de la Confederación. También recibió autorización legislativa para formar un «Ejército de Liberación de Centroamérica», con el cual me parece claro que en lo inmediato no pretendía restablecer la unión, sino combatir las ocupaciones territoriales de los ingleses y los miskitu.

Apresuradamente, un grupo de prominentes conservadores costarricenses afines a Braulio Carrillo y encabezados por el próspero cafetalero catalán Buenaventura Espinach, se desplazó a conferenciar con el cónsul inglés, quien recibió un pormenorizado reporte sobre los acontecimientos. El hondureño Alex Palencia (2018) ‒quien ha realizado extensas investigaciones bibliográficas sobre la vida y obra del prócer‒ sostiene que fue en esta reunión que

se [planificó] la conspiración para neutralizar el proyecto de Morazán de unir a Centroamérica a través de una cruzada militar, acción… que frustraría el proyecto inglés de construir el canal interoceánico en San Juan del Norte en Nicaragua, principal motivo que causó la muerte de Morazán.[1]

Ninguna fuente que esté a mi alcance proporciona más información sobre este importante encuentro de Espinach con Chatfield o sobre las medidas que el Imperio tomó en seguimiento. Pienso que fue un asunto reservado sobre el que se intentó no dejar pistas. Lo cierto es que poco después ‒estando Morazán organizando el Ejército Centroamericano y revirtiendo medidas antipopulares de Carrillo‒, de entre los dispersos, pacíficos y modestos agricultores costarricenses emergió una poderosa fuerza de combatientes (5000 según varios cronistas), que enfrentó a las tropas leales del gobierno y a los oficiales de Morazán, «con toda clase de armas» como dice Rodas, ocasionándose mutuamente numerosas bajas, hasta que capturaron al caudillo en su repliegue hacia Cartago con la falsa promesa de respetarle la vida.

El detonante de este llamativo levantamiento –emprendido por un pueblo pacifista y de recursos escasos que estaba harto de tanta guerra‒ habría sido un mal hadado y al parecer inexistente intento de Morazán de reclutar combatientes de manera forzosa para repeler una invasión nicaragüense en la región de Guanacaste.(«Jamás se emprende una obra semejante con hombres forzados», se lee en el testamento político de Morazán). Los costarricenses sorprendentemente habrían preferido no pelear en Guanacaste –por la que existía una fuerte disputa entre Costa Rica y Nicaragua‒ y en cambio optaron por armar el lío del siglo contra Morazán.

La invasión nicaragüense presumiblemente habría encontrado condiciones propicias para avanzar sobre Costa Rica, ya que el país se encontraba convulsionado enfrentando con las armas a Morazán en la distante meseta central (Alajuela, Cartago, San José). Además, los costarricenses habrían expresado su deseo de no combatir a sus hermanos nicaragüenses, como lo pone una de las proclamas de Pinto. Sin embargo, no he encontrado referencias sobre lo que pasó con la invasión. Desaparece tan pronto comienza el levantamiento contra Morazán.

Imagen, ilustración de el fusilamiento de el general Francisco Morazán en San José de Costa Rica, por A. C. Ferrant, tomada de Wikipedia.

6.

¿Por qué habrán decidido fusilar a Morazán el 15 de septiembre? ¿No podrían haber esperado unos días, digamos hasta el 18, para que su muerte no enturbiara las alegres y patrióticas celebraciones de la independencia? ¿En ese momento y en el futuro? ¿Es que no tenían respeto por los sentimientos anticolonialistas que, pese a los reveses, primaban en toda América Latina?

Morazán y sus compañeros presos recién llegaban a San José desde Cartago el 15 de septiembre a la una de la tarde, cuando sorpresivamente fueron informados que su ejecución, por orden de Antonio Pinto, debía realizarse ese mismo día, sin más trámite ni dilación. La fecha de la ejecución no fue, pues, producto de una casualidad o de alguna inescrutable ironía del destino, sino de una decisión deliberada. ¿Por qué escogieron esa fecha?

La respuesta debemos buscarla, en mi opinión, en el hecho que no fueron costarricenses quienes concibieron y dirigieron el levantamiento contra Morazán, sino acaudalados europeos conservadores residentes en Costa Rica, con cargos políticos y fuertes vínculos con el consulado inglés, que no tenían simpatía por los ideales independentistas y soberanistas que representaba Morazán. Fusilarlo el 15 de septiembre les ofrecía una oportunidad única para expresar su desprecio por la tan cacareada soberanía de Centroamérica. La independencia era una efeméride liberal que disgustaba a la Europa monárquica y colonialista, y a la Iglesia de Roma. Enturbiar las alegres y patrióticas celebraciones de la independencia era justamente lo que querían.

Nótese que Antonio Luiz Pinto Soares era un coronel y marino mercante portugués. Tata Pinto, como le decían, nació en Porto en 1780, de padres acomodados, y murió en Costa Rica en 1865. Era de arribo reciente al país (circa 1810, ya con una treintena de años) y se dedicaba a la caficultura. Fue alcalde de San José. Todo indica que Pinto fue uno de aquellos militares y marinos portugueses que emigraron hacia Brasil junto con la monarquía para escapar de Napoleón Bonaparte, pero que por circunstancias diversas se quedaron y establecieron en varios puntos de las Américas.

El apresurado traslado de la Casa de Braganza y la corte portuguesa hacia Rio de Janeiro en 1807, fue posible gracias al apoyo logístico y militar de los ingleses, enemigos de Bonaparte y financistas de las guerras europeas en su contra quienes terminarían derrotándolo en el reino de los Países Bajos, en Waterloo (hoy Bélgica), en 1815.

Rodas subraya que Pinto Soares, «infame portugués, aventurero sin entrañas», fue quien dio dirección a los insurrectos y quedó «como jefe de aquel movimiento criminal, que no tuvo por principio sino la odiosidad de afuera y la ingratitud y la traición de adentro». El hondureño Ramiro Colindres O. (2007, 44) afirma que Pinto era una figura «estrechamente vinculada con Federico Chatfield, el notorio cónsul inglés». Colindres es autor de una vasta historiografía sobre su país, incluyendo una Enciclopedia Histórica de Honduras en 16 tomos, y uno de los pocos historiadores que intenta adentrarse en la confabulación en que incurrió el Imperio para deshacerse del aguerrido «Simón Bolívar centroamericano».[2]

Para capturar a Morazán, Pinto se valió de la mendacidad de Buenaventura Espinach, el otro europeo en posiciones de poder quien tuvo un papel protagónico en los acontecimientos. Espinach Gual era un acaudalado comerciante de oro y un innovador productor de café (introdujo el beneficio húmedo), nacido en Tarragona, Catalunya, en 1815, quien antes de llegar a Costa Rica vivió en México de donde fue expulsado por sus abiertas actividades en favor de la Corona y la Cruz. En 1839, a los 36 años, tuvo su primer hijo costarricense.

Fue Espinach quien viajó a conferenciar con Chatfield sobre la ofensiva que Morazán preparaba en Costa Rica. Fue él quien convenció a Isidoro Saget de que sus hombres no eran requeridos en Cartago porque Morazán estaba a salvo. Fue quien negoció la rendición de Morazán con la falsa promesa de respetarle la vida. «Declaro», remarcó Morazán en el testamento político que dictó apresuradamente a su hijo horas antes de ser fusilado, «que al asesinato se ha unido la falta de palabra que me dio el comisionado Espinach, de Cartago, de salvarme la vida».

Soy de la opinión que en este trágico episodio poderosos actores operando en el nivel internacional aprovecharon las disputas y calenturas que existían por Guanacaste entre Costa Rica y Nicaragua, para generar un incidente y movilizar a los aguerridos pero sencillos y manipulables labriegos costarricenses. No se puede descartar tampoco la posible participación de un número significativo de bien apertrechados soldados de fortuna, algo bastante común en ese entonces.

Después de la ejecución de Morazán, el Tata Pinto fue nombrado presidente de Costa Rica. Diecisiete días más tarde entregó la Presidencia al costarricense José María Alfaro Zamora porque, supuestamente, «no quería el poder». Sin embargo, permaneció como «comandante general de las armas» hasta 1844 y sostuvo la plaza frente a los remanentes de las fuerzas de Morazán que mostraban combativa presencia en varios puntos. Isidoro Saget impuso un bloqueo naval sobre Puntarenas hasta que su flotilla fue desbaratada por naves inglesas encabezadas por el buque Champion. «En su viaje de regreso, el Champion trajo a un representante del nuevo gobierno costarricense a negociar con Chatfield en Nicaragua» (Rodríguez, 1964, 256).

Morazán y sus compañeros capturados ‒heridos, algunos desfallecientes‒ hicieron un largo recorrido hacia el cadalso montados en bestias. Cuando llegaron a San José se formó una muchedumbre. Algunos se acercaron y pudieron hablar con los cautivos, registraron sus últimas frases:

«Querido amigo, la posteridad nos hará justicia», le dijo Morazán al general Vicente Villaseñor ‒su cercano colaborador desde el Acuerdo del Jocote‒.

«¡Con que solemnidad celebramos la independencia!», ironizó con Diego Vigil.

«Tranquilícese amigo; no se acongoje: morir hoy o mañana es lo mismo», le dijo al general Mariano Montealegre, quien llegó a despedirse de su entrañable amigo y a quien entregó «el pañuelo que llevaba sobre su pecho» para que se lo llevase a Josefa.

Notablemente, se encontró con «un señor Guevara, que era jefe de sección, a quien llama para decirle: “vea que no se pierdan los papeles de la cuestión inglesa”» (Rodas, 1920, 309-314).

Dice Rodas que «Nada hubo en tan inmensa multitud que denunciase regocijo por aquel acto inhumano que quizás rechazaba su consciencia». El costarricense Vicente Sáenz (1942) cita a un «viejo historiador» de su país: «no se oyó… una injuria, ni siquiera una voz descompuesta. En aquella multitud reinaba un silencio de muerte».

7.

Dejo hasta aquí este expediente. Comprendo que es incompleto y que he debido acudir mayoritariamente a evidencias indirectas y a fuentes secundarias. Considero, sin embargo, que hay bases suficientes para que los argumentos presentados sean considerados seriamente e investigados con mayor profundidad y rigor. Debemos seguir la pista a la reunión de Espinach con Chatfield, a los movimientos y carga de la Royal Navy en la zona, a Guevara el jefe de sección, a los papeles de la cuestión inglesa, a los desplazamientos del cónsul inglés, entre otros asuntos. Confirmamos una vez más el dictum methodologicus de Jeffrey Sachs: «todos los problemas del mundo remiten a los británicos».

Debo advertir que la «arqueología política forense» que propongo no es tarea fácil. Es cierto que Rodríguez y Woodward, entre otros, encontraron múltiples evidencias en periódicos, correspondencia y archivos que atestiguan contundentemente las múltiples operaciones de los ingleses en la región, así como sus objetivos y aspiraciones. Sin embargo, me hago pocas ilusiones de que encontremos con similar facilidad y abundancia evidencias que los incriminen directamente en el asesinato de Morazán.

En contraste con los bombardeos, desembarcos y ocupaciones (poseedores de una materialidad incontestable sobre la que se reportaba frecuentemente en correspondencia, periódicos y archivos), lo de Morazán fue una operación encubierta de los ingleses, clandestina, algo que supuestamente no ocurrió, un episodio del que solo dejaron rastros tóxicos para desorientar y desmoralizar.

Estamos ante la producción de un genuino silencio histórico en el sentido que lo discute el haitiano Michel-Rolph Trouillot (2017), el cual revela su abarcadora presencia (o ausencia) en todos los momentos que conlleva la elaboración de narrativas históricas: la generación de hechos y datos, de fuentes y archivos, y de interpretaciones.

Nos referimos a un magnicidio perpetrado secretamente por el Imperio en procura de intereses estratégicos cardinales. ¿A quién o a qué más podía referirse el Tata Pinto cuando habló de la mano oculta que dirigió a los alzados? ¿Fue acaso esta mención una torpeza de Pinto? No lo creo. Detrás del operativo contra Morazán estaban los ingleses y era conveniente que se supiera, que se tuviera presente, aun y cuando no se pudiera hablar de ello. Tan políticamente incorrecto era el asunto. Y tan peligroso.

Mientras dilucidamos estas cuestiones, quisiera hacer dos sugerencias: que la historia usual sobre este episodio sea declarada sospechosa de haber sido fraguada por los victoriosos enemigos de Morazán y de Centroamérica unida, y que toda celebración del 15 de septiembre comience con un silencio en honor de aquellos valientes.

José Antonio Save, un bardo que vivió entre 1840 y 1869, tenía razón, ¡carajo!:

Muchas hazañas hoy cuentan del valiente Morazán
y son los primeros cuentos que veo que son verdad.


Referencias
Colindres O., Ramiro. 2017. Francisco Morazán: vida y obra del héroe y mártir de la independencia y unificación centroamericana (1792-1842). Tegucigalpa: Graficentro Editores.
Mejía, Medardo. 1986. Historia de Honduras (Vol. III). Tegucigalpa: Editorial Universitaria.
Palencia, Alex. 2018. Morazán. (La película). Honduras: El Pulso, 26 de junio.
Quintana, Litza. 1991. La batalla del amor: María Josefa Lastiri. Tegucigalpa: Academia
Hondureña de Geografía e Historia.
Rodas M., Joaquín. 1920. Morazánida: de la epopeya, la tragedia y la apoteosis. Quetzaltenango: C. D. Suasnávar.
Rodríguez, Mario. 1964. A Palmerstonian Diplomat in Central America. The University of Arizona Press.
Rosa, Ramón. 1974. Historia del Benemérito Gral. Don Francisco Morazán, ex Presidente de la República de Centroamérica. Tegucigalpa: Ministerio de Educación Pública (también en edición digital de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes, 2012).
Sáenz, Vicente. 1942. «Cómo murió Francisco Morazán». Periódico El Popular, 11 de septiembre. (Disponible en internet).
Santana, Adalberto. 2019. El pensamiento de Francisco Morazán. San Salvador: Editorial Universitaria, Universidad de El Salvador. Primera edición corregida y aumentada.
Squier, Ephraim George. 1856. Compendio de la historia política de Centro-América. París: G. Gratiot.
Stephens, John Lloyd. 1841. Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán. Forgotten Books 2018. 2 Vols.
Szaszdi, Adam. 1958. Nicolas Raoul y la República Federal de Centro América. Madrid: Gráficas Bachende.
Trouillot, Michel-Rolph. 2017. Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia. Editorial Comares. Traducción de la primera edición en inglés publicada en 1995.
Valdez, R. M. 2024. La estrategia del puercoespín: Centroamérica y el paso entre los Océanos, 1821-1969. San Salvador, edición de las universidades Evangélica de El Salvador y Don Bosco.
Woodward, Jr., Ralph Lee. 1993. Rafael Carrera and the Emergence of the Republic of Guatemala, 1821-1871. The University of Georgia Press.
[1] Palencia hace esta anotación en el marco de una devastadora crítica al largometraje hondureño Morazán, un compendio confuso de la historia oficial sobre los últimos días de Morazán en Costa Rica, según el cual Antonio Pinto y la Iglesia católica intentaban salvarle la vida al líder centroamericano. Los ingleses no aparecen en el libreto.
[2] Algunos hacen paralelismos y contrastes entre Morazán y Bonaparte, notablemente, el francés Nicolás Raoul quien combatió bajo las órdenes de ambos (véase Szaszdi, 1958). Paralelismos por la astucia de sus planes de guerra. Contrastes por la gran diferencia en educación militar (Napoleón asistió a los mejores colegios) y por el egocentrismo de Bonaparte, algo de lo que no padeció Morazán, según la mayoría de los biógrafos. John L. Stephens (1841), célebre descubridor de las ruinas mayas, autor del primer informe detallado sobre el posible canal por Nicaragua, quien tuvo amistad con Morazán, escribió que era el «mejor hombre de Centroamérica […] sus peores enemigos admiten que era ejemplar en sus relaciones privadas, y que … no era sanguinario». Según unos, los ancestros de Morazán emigraron a Honduras desde Córcega, tierra natal de Bonaparte, de lo que el prócer se mostraba orgulloso (el apellido original Morazzani fue castellanizado). Otros aseguran que sus raíces vinieron de Roma. En contraste con Bonaparte, Morazán era un hombre alto y de «buen ver». En su juventud le decían «el niño bonito de Tegucigalpa». (Quintana, 1991).