"El asesinato de Roque Dalton fue un fenómeno de naturaleza poliédrica que sigue demandando esclarecimiento judicial y comprensión histórica": Álvaro Rivera Larios.
Por Alvaro Rivera Larios.
Salvando las distancias y la particularidad de cada caso e instalándonos, además, en el plano de una generalización audaz, podríamos decir que lo que mató a Roque Dalton fue lo mismo que mataría después a Mélida Anaya Montes y a tantos militantes anónimos de la Resistencia Nacional y de las FPL.
A los sabios administradores marxistas de la dialéctica les suele suceder que, en determinados trances, acaban siendo devorados por sus contradicciones políticas internas. El canibalismo político vendría a ser, por lo tanto, hasta que no se halle remedio, una de las leyes de la dialéctica en el seno de la izquierda.
En la revolución rusa, los estalinistas comenzaron devorando a los trotskistas y en capítulos posteriores terminarían devorándose a sí mismos. En la guerra civil española, los comunistas devoraron anarquistas y también se comieron a sí mismos. En El Salvador, en el seno del ERP, la camarilla militarista liderada por Rivas Mira montó un teatro, un juicio, para devorar a Roque Dalton y la tendencia política que él representaba.
Desgajándose del ERP, la tendencia política excomulgada y condenada a muerte fundó una nueva organización: la Resistencia Nacional. Años después, según rumores, en la misma RN se reproducirían las escenas de canibalismo en las que compañeros devoraron compañeros.
Trágico es que la fraternidad entre compañeros de combate se convierta en visceral canibalismo. Ignoro si esta metamorfosis obedece a los dictados de ese motor histórico al que Marx bautizó como la lucha de clases. Los verdugos de Roque Dalton se hicieron pasar como los auténticos representantes del proletariado revolucionario y a él, para convertirlo en figura condenable, es decir, para matarlo, lo rebajaron a la condición de intelectual bohemio tatarata y pequeño burgués al servicio del enemigo, etcétera, etcétera. Esa fue la farsa que representaron unos clasemedieros caudillistas, militaristas y marxistoides para conservar su poder amenazado y así poder devorar al poeta y sus aliados de facción.
En aquel mundo, en aquella época, la línea política consecuente tenía permiso para comerse con papas a la línea política desviada. Detrás de esas máscaras, detrás de esa manera de representarse el desacuerdo interno, se ocultaban pulsiones tan rastreras como la de conservar a cualquier precio el poder y la autoridad dentro de una organización, incluso aplastando por la fuerza el debate. Los fundadores, los primeros en llegar, los auténticos, serían los últimos en marcharse, envejecerían al frente de las masas con la verdad en una mano y el fusil en la otra.
El monopolio del poder por parte de las camarillas fundadoras hizo buen uso de un centralismo democrático que en la práctica era un verticalismo sin democracia. Esa camisa de fuerza convertía en un campo minado las encrucijadas, los dilemas, las divergencias estratégicas de conducción. En periodos de aceleración histórica y readecuaciones urgentes, esa rigidez de huesos organizativa en la maduración y adopción de decisiones podía derivar en trágicas fracturas.
Los asesinatos de Roque Dalton y Mélida Anaya Montes pueden verse como fracasos democráticos de sus respectivas organizaciones en momentos cruciales de cambio y aceleración del tiempo político que demandaban readecuaciones tácticas y estratégicas. Para resolver las discusiones internas, los dilemas urgentes, se optó por asesinar a quienes discrepaban del líder y sus adeptos.
El asesinato de Roque Dalton fue un fenómeno de naturaleza poliédrica que sigue demandando esclarecimiento judicial y comprensión histórica. Tan importante como saber quién lo mató sería explicar qué procesos culturales y políticos se entreveraron para desencadenar su muerte y la de otros militantes del ERP.
¿Hasta qué punto los asesinatos de Roque, Mélida y de tantos otros militantes de izquierda asesinados en el seno de la izquierda podrían insertarse en la misma matriz explicativa? Deslindar estos casos, esclarecerlos y talvez unificarlos quizás nos ayudaría a aprender sus lecciones para incorporarlas a una construcción más lúcida de la democracia interna en el seno de los partidos revolucionarios.