Prometeo en Las historias prohibidas del Pulgarcito

"En Las Historias Prohibidas del Pulgarcito, el poeta Roque Dalton subvierte la historia oficial salvadoreña y levanta una cosmogonía insurgente": Álvaro Rivera Larios.

Por Álvaro Rivera Larios.

Desde el Renacimiento europeo, la mitología griega y la Biblia jugaron un papel crucial como sistemas de referencias simbólicas que nutrían tanto la creación literaria como la interpretación lectora. Estas tradiciones permitían al escritor o al artista situar la subjetividad poética dentro de un entramado trascendente de significados compartidos, al tiempo que brindaban al público claves interpretativas que conferían profundidad cultural a la experiencia estética de su lectura.

Los mitos griegos, reactivados por el humanismo renacentista, y las narrativas bíblicas, aún centrales en la cosmovisión cristiana europea, sirvieron como depósitos arquetípicos: Prometeo, Ulises, Edipo, Adán, Eva, el Cristo redentor. A través de ellos, los escritores organizaban sus intuiciones morales, sus dilemas existenciales y sus anhelos de sentido dentro de una macroestructura simbólica con capacidad de trascender lo meramente anecdótico o particular. Así, títulos como Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley no solo remitían a la tradición mitológica, sino que proponían una continuidad simbólica entre el pasado mítico y la modernidad científica e industrial.

Con la secularización moderna y la crisis de las cosmologías religiosas, el nacionalismo romántico se presentó como un nuevo sistema simbólico, enraizado en la historia, el folclore y la cultura popular de los pueblos. El arte y la literatura encontraron entonces en las historias nacionales, las lenguas vernáculas y los héroes populares una nueva base para edificar la subjetividad del creador y construir una comunidad interpretativa con el lector. Este proceso convirtió las tradiciones locales en mitologías modernas, creando cosmogonías inmanentes y patrióticas. El arte creaba comunidades estéticas, un libro podía crear pueblos. A ese sueño se sumaría, años después y al otro del mundo, el poeta que escribió “Canto general”.

Foto: Libros Leteo.

En el siglo XX, Roque Dalton inscribe su escritura en esa lógica, pero dándole un giro radical. En Las historias prohibidas del Pulgarcito, el poeta subvierte la historia oficial salvadoreña y levanta una cosmogonía insurgente, donde el pueblo es el sujeto de la historia y su lucha es el motor del sentido. Así, articula un sistema simbólico alternativo a partir de la memoria popular, las figuras marginales y la poesía revolucionaria. En ese gesto, Dalton seculariza dos grandes mitos heredados de la tradición occidental: el de Prometeo, portador del fuego (la conciencia liberadora), y el del prisionero platónico que asciende a la luz y regresa a liberar a sus compañeros encadenados.

Aunque muchos marxistas hayan operado desde una racionalidad ajena —en apariencia— a estas referencias míticas, su práctica y su discurso, en muchos casos, reencarnaron esos arquetipos. Dalton lo hace conscientemente: su praxis revolucionaria y su poética están articuladas en un sistema simbólico que remite a un linaje de gestas, donde la figura del poeta-militante es también un avatar del héroe civilizador.

Dalton se movía entre la razón y el mito, entre la figura analítica del intelectual que reflexiona, y se reflexiona, en las turbulencias de una historia secularizada y, por otra parte, basándose en su misma exploración racional de la historia trabaja creativamente para construir una pequeña cosmogonía donde se unen en un mismo triángulo la mente del intelectual, la voz del poeta y el profeta armado. Y logró esa difícil hazaña de convertir una pieza literaria en un libro-mito que vehiculizaba la conciencia insurgente del pueblo salvadoreño.

Su poética, por lo tanto, no puede comprenderse aislando los elementos del triángulo al que aludo. Detrás de “Las historias prohibidas” está el intelectual que escribió una monografía sobre El Salvador y detrás de “Las historias” se encuentra también el ensayista preocupado por el alcance del arte vanguardista en una sociedad “atrasada y desigual” como la salvadoreña. Su talante reflexivo lo llevó a desplazar del centro de sus poemarios a la primera persona (al Yo) como única fuente de enunciación lirica, llegando así a una poesía polifónica y dialógica que sin renunciar al surrealismo lo incorporaba en sus textos como un fragmento, como un registro de estilo, como una voz capaz de convivir con expresiones coloquiales y populares. Ahí quedó implícito un abordaje teatralizado e irónico de la subjetividad lírica que ha tenido muy pocos seguidores en la lírica salvadoreña posterior.

Las historias prohibidas del Pulgarcito se convierten en un espejo mítico-secular donde se refleja y se proyecta una subjetividad colectiva en lucha. Su escritura enlaza la modernidad con la mitopoiesis, inscribiendo el destino del pueblo salvadoreño en una narrativa sagrada y profana a la vez, donde la historia, la poesía y el mito se entretejen como formas de verdad y redención.