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Las mentes más brillantes y las organizaciones mejor estructuradas pueden ir en contra de sus propios intereses

Hace unos días se publicó en Europa un libro revelador.

Se trata de La Trampa de la Inteligencia, donde el periodista David Robson plantea una teoría interesante: las personas inteligentes no sólo son tan propensas a cometer errores como el resto, sino que incluso pueden ser más susceptibles a ellos.

Robson comparte casos históricos que tienen como protagonistas a mentes brillantes como Albert Einstein y Steve Jobs, para explorar por qué fallamos al comprender nuestra inteligencia.

 Conclusión: las mentes más brillantes y las organizaciones mejor estructuradas pueden ir en contra de sus propios intereses.

Para empezar, no todos aquellos etiquetados como “inteligentes” en verdad lo son. La mayoría de las personas se creen inteligentes, pero es más un ejercicio de autoestima que otra cosa. En realidad no lo son, aunque su familia y su entorno están convencidos de ello. Tener buenas calificaciones no necesariamente es un indicativo de ello, ya que a veces muchos alumnos simplemente pasan porque la principal motivación de los institutos educativos es llenar las aulas y cobrar las cuotas mensuales.    

Sin embargo, no todos son así. Existen personas realmente inteligentes, aquellas que captan fácilmente las cosas y destacan sin mayor esfuerzo. También están los inteligentes que saben que siempre hay algo más que aprender, que no se consideran sabios ni sabelotodos, por lo que hacen esfuerzos por mantenerse al día siempre.Y, en otro grupo, un número aún mayor de vivos o vivianes, como se les llama coloquialmente. También hay que mencionar que la mayoría de las veces no se es eficiente y brillante en todo, sino que hay diferentes tipos de inteligencia.

La inteligencia acarrea un gran peligro, sobre todo si no se la usa correctamente. Molière decía que “un tonto ilustrado es más tonto que un tonto ignorante”. El filósofo René Descartes, a quien citan en el mencionado libro, escribió: “Las mentes más grandes son capaces de los vicios más grandes y de las virtudes más grandes; los que avanzan, aunque lo hagan muy lentamente, pueden ir más lejos si siempre siguen el camino correcto, que los que tienen demasiada prisa y se desvían de él”.

Dichos conceptos ayudan a explicar por qué a veces las personas inteligentes actúan de forma estúpida. En general, todas diferentes inteligencias que he mencionado sienten excesiva confianza en su brillantez y consideran poco las ofertas, ideas, tratos o conductas que no son del todo las más adecuadas. A veces no se permiten dudar, otras es solo cuestión de soberbia pero mayormente lo que ocurre es que están tan absortos en sus ideas que más que subestimar no se enteran de nada. 

En su libro, Robson lo explica muy claro bajo un proceso psicológico al que llama razonamiento motivado. “Cuando abordamos un asunto desde un punto de vista emocional, tendemos a aplicar nuestra inteligencia de una manera parcial, que sirve a nuestras propias creencias y preconceptos. Es decir, solo buscamos evidencias que respalden nuestro punto de vista y utilizamos elaborados razonamientos para refutar cualquier crítica o desacuerdo. Y cuanto más inteligente es una persona, más fácil es crear argumentos creativos que apoyen sus propias creencias”

¿O a qué otra cosa puede atribuírsele la actitud de Steve Jobs que acabó costándole la vida? El fundador de Apple fue diagnosticado con tumor cancerígeno en el páncreas que extirpado quirúrgicamente no representaba ningún riesgo, pero Jobs decidió no operarse y se lo trató jugos de papaya y sesiones de acupuntura. Resultado: años después murió a causa de dicho cáncer. Muchas veces los genios son incapaces de ver sus propios defectos y se dejan guiar por sus instintos.

No es fácil gestionar la inteligencia, y a veces se cae en la trampa que le da título al libro. Robson utiliza un carro para explicar su teoría: “Un carro con motor más potente te lleva más lejos y más rápido. Pero también necesita frenos, dirección y un GPS para seguir la ruta correcta. De lo contrario, podría acabar en un acantilado”. Aunque suene raro, a la inteligencia también hay que educarla.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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