"La exigencia de Trump de que el régimen iraní se rinda incondicionalmente contradice sus anteriores promesas de no involucrarse en guerras": Alonso Rosales.
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Por Alonso Rosales.
En un giro dramático que podría escalar en un conflicto regional de grandes proporciones, Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, ha lanzado un ataque directo contra instalaciones nucleares clave en Irán. Según fuentes militares anónimas, seis bombas “bunker buster” fueron lanzadas sobre la planta subterránea de Fordow, que se presume ha quedado gravemente dañada o incluso destruida. También se reportan ataques sobre las instalaciones de Natanz y Esfahan. Irán aún no ha ofrecido una versión oficial, pero ha prometido anteriormente una respuesta “a escala global” ante cualquier agresión.
Este ataque ocurre en un contexto político particularmente turbulento tanto en Israel como en Estados Unidos. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, enfrenta cargos de corrupción, una creciente presión pública por el manejo del conflicto con Hamás —que aún mantiene rehenes israelíes— y una popularidad en declive. Mientras tanto, Donald Trump, en plena campaña para recuperar la presidencia, parece revivir su discurso de fuerza internacional justo cuando su apoyo interno comienza a erosionarse.
Ambos líderes, aliados históricos, han mantenido durante décadas una narrativa repetitiva: Irán busca desarrollar armas nucleares. Netanyahu ha usado este argumento desde hace más de 30 años, presentándolo en foros internacionales como una amenaza inminente. Sin embargo, expertos y servicios de inteligencia incluida una reciente declaración de Tulsi Gabbard, jefa de inteligencia estadounidense han reiterado que Irán no tiene actualmente la capacidad para fabricar una bomba nuclear.
Esta discrepancia entre los hechos técnicos y las declaraciones políticas levanta sospechas sobre las verdaderas motivaciones de este ataque. Para analistas geopolíticos, no se trata simplemente de una operación preventiva, sino de una maniobra populista de supervivencia. Trump y Netanyahu utilizan el temor al “enemigo externo” para desviar la atención de sus propias crisis internas y revivir el nacionalismo más extremo.
La exigencia de Trump de que el régimen iraní se rinda incondicionalmente contradice sus anteriores promesas de no involucrarse en guerras. En los hechos, el presidente actúa más como un “rey loco”, impulsivo y desatado, que como un estadista calculador. Detrás de las pantallas y los discursos televisados hay intereses más oscuros: encubrir juicios, desviar la atención de los fracasos internos y alimentar un electorado sediento de enemigos claros y victorias simbólicas.
Lo que ocurra en las próximas horas será clave: ¿Responderá Irán directamente contra intereses estadounidenses y aliados? ¿Se ampliará el conflicto a nivel global? ¿Cuánto más resistirá la población israelí y estadounidense las decisiones unilaterales de sus líderes?
Lo que está claro es que mientras las bombas caen, también cae la credibilidad de los discursos oficiales. Y entre la guerra y la propaganda, las verdades incómodas comienzan a salir a la luz.