Los obstáculos internacionales al plan económico de Trump

El presidente electo puso la inversión en infraestructura, la reforma impositiva y la desregulación como componentes centrales de su estrategia para impulsar el crecimiento real y potencial de la economí­a estadounidense.

 DUBAI ““ El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, tiene en su paí­s un camino relativamente despejado para la implementación de su programa económico: los republicanos serán mayorí­a en ambas cámaras del Congreso, así­ que puede superar el conflicto polí­tico que paralizó al legislativo durante los últimos seis años. Pero la economí­a de Estados Unidos no existe en el vací­o. Para lograr alto crecimiento y estabilidad financiera auténtica, como prometió, Trump necesitará algo de ayuda exterior.

 El presidente electo puso la inversión en infraestructura, la reforma impositiva y la desregulación como componentes centrales de su estrategia para impulsar el crecimiento real y potencial de la economí­a estadounidense. Confiado en que su plan se desarrolle según lo previsto, fijó metas ambiciosas, entre ellas un crecimiento del PIB cercano al 4% anual.

Por ahora, parece que logró convencer a los inversores, quienes dando por sentado que el nuevo gobierno no iniciará una guerra comercial, se apresuraron a trasladar a las cotizaciones la esperanza de un aumento del crecimiento real, de la inflación y del ingreso de dinero a los mercados financieros. Esto permitió a la Reserva Federal de los Estados Unidos comenzar a normalizar su polí­tica monetaria; además de la suba de 25 puntos básicos del tipo de interés el 14 de diciembre, la Reserva indicó que en 2017 habrá nuevas subas a un ritmo cada vez más veloz.

 Eso aparentemente convenció a los mercados de que Estados Unidos irá abandonando un largo perí­odo de excesiva dependencia respecto de la polí­tica monetaria no convencional y la reemplazará con una combinación de polí­tica fiscal más laxa y reformas estructurales de estí­mulo al crecimiento. Es una estrategia muy similar a la del expresidente Ronald Reagan, y a la que habrí­a seguido el presidente Barack Obama si la alta polarización del Congreso no se lo hubiera impedido.

 La expectativa de que a Trump le vaya mejor en este frente produjo una respuesta de manual en las cotizaciones. Treparon los precios de las acciones, con los sectores financiero e industrial a la cabeza; subieron los rendimientos de los bonos públicos estadounidenses, tanto en términos absolutos cuanto en relación a los de otras economí­as avanzadas; y el dólar llegó a niveles que no se veí­an desde 2003.

 Aquí­ es donde hace su entrada el resto del mundo. En comparación con Estados Unidos, a otras grandes economí­as (en concreto, en Europa y Asia) puede resultarles mucho más difí­cil rebalancear su combinación de polí­ticas, que sigue mostrando excesiva laxitud monetaria, reformas estructurales insuficientes y, en algunos casos, una polí­tica fiscal demasiado restrictiva. Pero si no lo hacen, las subas continuas de tasas por parte de la Reserva Federal alentarí­an a los inversores a vender sus bonos en cartera (en particular los alemanes y japoneses, cuyos rendimientos actuales son bajos e incluso negativos) a cambio de variedades estadounidenses más rendidoras. La consiguiente ola de capitales a Estados Unidos subirí­a todaví­a más el valor del dólar.

 La economí­a estadounidense está mucho mejor que la mayorí­a de las otras economí­as avanzadas, pero todaví­a no está preparada para soportar un perí­odo prolongado de apreciación sustancial del dólar, algo que deteriorarí­a su competitividad internacional y con ella, sus perspectivas económicas generales. Con el agravante de que en ese caso, el gobierno de Trump podrí­a tener motivos para poner en práctica su retórica proteccionista; eso podrí­a dañar la confianza de los mercados y las empresas, e incluso provocar una respuesta de los principales socios comerciales.

Para que la Trumponomics funcione, los paí­ses de más peso, en particular, Alemania (la economí­a europea más grande e influyente), China y Japón (segunda y tercera economí­a del mundo, respectivamente), deben hacer sus propios ajustes polí­ticos para alentar el crecimiento. Esto incluye implementar rápidamente reformas estructurales que colaboren con el estí­mulo monetario. En el caso de Alemania, también es necesario aflojar la polí­tica fiscal y adoptar una actitud más conciliadora hacia una quita de deuda lisa y llana para la atribulada Grecia.

Por desgracia para Trump, el resto del mundo no parece preparado todaví­a para un cambio de polí­ticas de semejante magnitud. Por eso, además de promover la agenda económica de estí­mulo en Estados Unidos, los miembros del nuevo equipo económico de Trump deben iniciar contactos directos con sus homólogos alemanes, chinos y japoneses, con la mirada puesta en mejorar la coordinación internacional de polí­ticas.

 Alemania, China y Japón tienen buenos motivos para sumarse a esta iniciativa. La expansión monetaria no les está rindiendo frutos suficientes; crece el riesgo de daños colaterales y consecuencias no deseadas; y las reformas estructurales de estí­mulo al crecimiento van con atraso. Además, ayudar a Estados Unidos a lograr un crecimiento firme y sostenible serí­a un refuerzo indirecto para sus propias economí­as. Y ayudarí­a a evitar un escenario en el que el gobierno de Trump, bajo presión polí­tica, amenace con aplicar medidas proteccionistas y aumente así­ el riesgo de una guerra comercial que perjudicarí­a a casi todos.

Pese a la incertidumbre que rodea la inminente presidencia de Trump, una cosa está clara, al menos en los papeles: está en muy buena posición para impulsar el crecimiento económico estadounidense. Pero él y su equipo deben tomarse un tiempo para desarticular posibles obstáculos internacionales al éxito de su plan.