miércoles, 1 mayo 2024

Los gritos al educar

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Un niño que es tratado a gritos por sus padres se va volviendo inmune a éstos y al cabo de un tiempo también acabará gritando para resolver sus conflictos

No podemos considerar normal gritarle a un niño, pero como padres debemos reconocer que algunas veces lo hemos hecho. Está mal, sí­, lo sabemos, pero igual lo hemos hecho. Puede ser por nuestro cansancio acumulado, por falta de tolerancia, por una reacción intempestiva, por el mismo carácter de los padres o por alguna otra circunstancia especial.

Un estudio conjunto realizado por la Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Michigan permitió analizar el comportamiento de casi mil familias (padre, madre e hijos de entre 13 y 14 años). Los resultados son sorprendentes: el 45% de las madres y el 42% de los padres admitieron haber gritado y en algún caso hasta insultado a sus hijos.

Pero el análisis va más allá del simple número: se comprobó que los efectos de esa violencia verbal sobre los niños se tradujo en el desarrollo de diversos problemas de conducta en el año sucesivo comparado con los niños que no habí­an recibido gritos. Dichos problemas incluyen discusiones con sus compañeros, dificultades en el rendimiento escolar, mentiras a los padres, peleas, robos en tiendas y sí­ntomas de tristeza repentina y depresión.

Un niño que es tratado a gritos por sus padres se va volviendo inmune a éstos, como si fueran sordos, y al cabo de un tiempo también acabarán gritando ellos para resolver sus conflictos. Además, guarda resentimientos. Si los niños asimilan que es bueno gritar, también viven tensos ante el clima del hogar.

Por eso es necesario pensar antes de actuar”¦ Respirar, relajarnos, pensar en lo bueno que hacen, y en el peor de los casos, buscar asesorí­a. Lo mejor es establecer lí­mites desde que nacen: estos no deben ser excesivos, pero sí­ bien claros. La falta de lí­mites claros y sus consecuencias también produce ansiedad, pues los hijos no saben hasta dónde pueden llegar y viven constantemente “retando y probando" a la autoridad. Y eso se repetirá, además, con cualquier figura de autoridad, no solo en la casa sino en el colegio o en la misma sociedad.

En el caso de los gritos, sólo debemos recurrir a ellos en casos extremos. Por ejemplo, para evitar un peligro, como podrí­a ser que está cruzando la calle y no ha visto el carro que viene a toda velocidad. O, si está a punto de ingerir algo que no debe, y el grito funciona como alarma.

De todos modos, después de un grito conviene pedir disculpas. Dejar pasar un momento y hablar calmadamente sobre lo ocurrido. Es fundamental sentar las bases para evitar que vuelva a suceder.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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