"Si vamos a seguir diciendo que somos el Pulgarcito de América, al menos que esta vez sepamos a quién agradecerle la metáfora": Por Nelson López Rojas.
Por Nelson López Rojas.
“Escribe tu historia, cambia la de otros” se decía en la JMJ de Brasil con el Papa Francisco. Pues bien, dicen que la historia la escriben los vencedores, pero a veces, y si uno no escribe su historia, otros lo harán y será corregida, aumentada, deformada y con falsedades. ¿El resultado? Generaciones enteras creyendo en cosas que resultan ser mitos populares, errores de atribución o francas invenciones.
Uno se pasa la vida creyendo en cosas inofensivas: en los Reyes Magos, que el ratoncito nos deja dinero por los dientes, que el amor todo lo puede, que graduarte de licenciado te garantiza el éxito. Pero también uno mete la pata al repetir cosas que el internet nos provee como cierto, como eso del creador de la frase “el Pulgarcito de América”.
Hace apenas unos días, durante una presentación académica, me entero de golpe que Tecún Umán, el héroe indígena guatemalteco, no existió. La afirmación me llevó a una crisis existencial, pues la caída de ídolos no se detuvo ahí. A renglón seguido, otro académico, igual de implacable, cuestionó la veracidad de las hazañas y hasta la existencia de Juan Santamaría, el supuesto héroe nacional costarricense cuya biografía, al parecer, está más cerca de la ficción patriótica que de la documentación histórica.
Como si fuera poco, y aquí entramos en territorio particularmente sensible para nosotros los salvadoreños que nos gusta repetir que el himno nacional es mejor que el de Francia, que el Tunco es más bello que Ibiza, y otras grandezas que se yerguen como pilares emocionales de nuestra identidad, también se cuestionó una de nuestras frases nacionales más queridas: “El Pulgarcito de América”. ¿Qué viene después? ¿Me van a decir que Atlacat no existió? ¿Y qué hay de la Siguanaba y de los cadejos?
Por décadas, hemos repetido casi con devoción malinchista que fue Gabriela Mistral, la Nobel de Literatura chilena, quien nos bautizó con tan entrañable apodo después de su visita a El Salvador. Y tiene sentido, pues la lógica era sencilla: si lo dijo Mistral, debía ser cierto. Vino Roque Dalton después a reforzar la idea, quizás por admiración o por licencia poética y a ponerle sello de autenticidad literaria, pero ella simplemente ayudó a difundir la expresión, y en ningún momento reclamó su autoría.
Pero no.
La evidencia apunta de manera clara hacia otro nombre: Julio Enrique Ávila, escritor, profesor y figura clave de la intelectualidad salvadoreña de inicios del siglo XX. Fue Ávila quien, en un ensayo publicado en Cipactly en 1937, lo utilizó por primera vez. “El Salvador, el país más pequeño del continente, el Pulgarcito de América, tan pequeño, tan pequeño es, que podría imaginarse que cupiera en el hueco de una mano”. Esta frase, lejos de ser un comentario casual, formaba parte de un ejercicio de identidad y pertenencia, probablemente inspirado en el personaje folclórico inglés Tom Thumb, popular en el siglo XVII.
Este episodio de corrección histórica no es aislado. Nos recuerda otros célebres casos de citas apócrifas que se han instalado en el imaginario colectivo. Desde la Biblia donde Dios dice “ayúdate que te ayudaré”, pasando por la supuesta sentencia del Quijote, en sus variaciones, “Sancho, si los perros ladran es señal de que avanzamos”, que ni fue de Cervantes ni de Goethe, como algunos señalan, hasta esa definición de locura que todos repetimos como si fuera un hallazgo de Einstein: “Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando resultados diferentes”, pero el respaldo documental es de “Muerte Súbita”, la novela de 1983 de Rita Mae Brown. Y así.
Nuestro problema es la falta de análisis, la falta de pensamiento crítico, el seguir construyendo nuestra memoria histórica, cultural y literaria a fuerza de repetición acrítica.
Afortunadamente, trabajos recientes como los de Lara-Martínez o el libro “La Estrategia del Puercoespín”, del investigador René Mauricio Valdez, vienen a ejercer una especie de higiene histórica y literaria. En este texto, Valdez no solo ofrece un análisis geopolítico sobre Centroamérica, que provoca con cada página, sino que también rescata episodios de nuestra memoria intelectual que parecían condenados al olvido.
La reivindicación de la figura de Julio Enrique Ávila es uno de esos actos de justicia literaria. Más allá de la frase que le debemos, Ávila fue un autor prolífico, siendo El Vigía sin luz el primer libro salvadoreño en Braille. Su peso en la literatura de la época fue tal que Miguel de Unamuno, uno de los grandes intelectuales de la España del siglo XX, prologó su libro “El mundo de mi jardín”.
Sí, ahora sí, Unamuno. Ese Unamuno.
En tiempos de fake news, posverdades, y donde la verdad parece más líquida que nunca, conviene preguntarnos: ¿cuántas otras certezas que consideramos inamovibles son, en realidad, construcciones frágiles? La situación es la siguiente: si vamos a seguir diciendo que somos el Pulgarcito de América, al menos que esta vez sepamos a quién agradecerle la metáfora. Por lo pronto, queda una invitación a la revisión crítica y al pensamiento riguroso y a usar los recursos para verificar información antes de divulgarla. Y también, una invitación más concreta: la presentación del libro de Julio Enrique Ávila, publicada por la Editorial Universidad Don Bosco, el próximo 19 de agosto a las 7 de la noche en el Centro Cultural de España.