La Soledad del algoritmo

"Hoy, vivimos otra forma de autoinmolacion silenciosa. Las redes sociales deciden por nosotros y qué vale la pena recordar": Francisco de Asis López.

Por Francisco de Asis López Sanz.

Durante la Revolución Cultural China (1966-1976), el Partido Comunista impuso una purga sistemática de la memoria. Biografías reescritas, libros destruidos o amistades traicionadas por la sospecha ideológica. Gao Xingjian, en su novela One Man’s Bible, retrata con crudeza la imposibilidad del amor, del pensamiento y del recuerdo bajo un régimen donde incluso manifestar anhelos ydeseos era peligroso.

Hoy, lejos de esa brutalidad explícita, vivimos otra forma de autoinmolacion silenciosa , personalizada y automatizada. Las redes sociales deciden por nosotros y qué vale la pena recordar, que es digno de celebrar y que resulta licito condenar, con una audiencias fácilmente sensibles a cualquier tipo de ofensa aparente. Asimismo , los algoritmos priorizan lo rentable sobre lo verdadero. No hay post verdad sino pre-rentabilidad. Y sin darnos cuenta, aceptamos versiones fragmentadas del pasado, cuidadosamente curadas por plataformas que convierten la emocion en mercancía y la posterior atencion en negocio.

George Orwell lo anticipó en 1984:
“Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado.”
En nuestra era, el presente está dominado por la lógica algorítmica. No hace falta un ministerio de la verdad. Basta con feeds que reorganizan nuestro recuerdo minuto a minuto.

En “One Man’s Bible”, la memoria es una carga insoportable. El exilio no solo es geográfico, es interno: el protagonista se refugia en el olvido para sobrevivir al trauma. En cambio, en la actualidad, muchas veces no elegimos olvidar, sino que nos es imposible recordar de manera genuina, pues lo que se nos devuelve como “pasado” ha sido formateado, monetizado, filtrado y retocado, o mejor aún: retiktokado.

Y en medio de ese ruido, emerge otra imagen impactante de nosotros hoy dia: la de los personajes de Pirandello, esos seres ficticios que buscan desesperadamente un autor que los escriba. Nosotros, hoy, también parecemos sujetos inacabados, fragmentados en nuestras múltiples versiones digitales, en busca de una voz que nos brinde sentido vital. Pero el autor ya no es un dramaturgo ausente, sino una inteligencia artificial que optimiza nuestras emociones en tiempo real. ¿Quién cuenta nuestra historia en estos tiempos Dylanianos?Times they are a changing

Recordemos también la novela “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, cuyo título proviene de la temperatura a la que arde el papel. En su trama, los libros son quemados y el pensamiento crítico es criminalizado. Sin embargo, al margen del sistema, los “hombres libro” resisten: memorizan obras enteras, se convierten en archivos viviente, en cuerpos que recuerdan. Frente al olvido impuesto, su respuesta es la encarnación de la memoria.

Hoy, no parece que existan hogueras ni censores visibles, pero el riesgo es el mismo: que la memoria desaparezca no por persecución, sino por devocion a la indiferencia. Y, como aquellos hombres-libro, quizás debamos reaprender a recordar desde el cuerpo, desde la voz humana directa, desde la conversación no mediada. No para repetir el pasado, sino para reconstruir sentido frente a su disolución en vivo.

La Revolución Cultural china destruyó al individuo en nombre de una historia colectiva impuesta. Por su parte, la revolución del algoritmo lo disuelve en nombre de la hiperpersonalización. En ambos casos, el relato común se pierde y la soledad se impone.

Frente a esto, reapropiarse de la memoria, como hizo Gao con la literatura, como hicieron los hombres-libro con la oralidad, como propuso Pirandello con el teatro, se convierte en un acto de resistencia. Recuperar la narrativa, reaprender el diálogo, reconstruir viva voce lo común.

Recordemos a Orwell: “quien controla el pasado, controla el futuro”. Pero quien no olvida, a pesar de la fugacidad de los recuerdos y la necesidad del olvido sistemático, como reflejo de un
“Consumid, consumid malditos” aún está a tiempo de aprehender su tempo, reconducir su estar y devenir en autor de su ser para empoderarse de su propio y libre pensamiento: aquello que nutre fija, pule lija y por ende da sustento a su existencia. No hay más dígitos que los que arden.